miércoles, 30 de junio de 2010

Estatut. ¿Para esto hicimos la Revolución (francesa)?. Por José García Domínguez

Nada hay en este mundo más ajeno al sentimentalismo místico, irracionalista y romántico, tan caro siempre al catalanismo, que el afán democrático, laico e igualitario que retrata a los genuinos federales.

A falta aún de los fundamentos de derecho que desvelen el calado final de la sentencia, el vodevil del Estatut se puede analizar ya desde cierta perspectiva histórica. Y es que lo que empezó como apenas una frivolidad, otra más de Pasqual Maragall, acabaría trastocando el que fuera eje doctrinal de la izquierda española a lo largo de más de un siglo. A fin de cuentas, el repudio tácito de la concepción federalista del Estado, la propia del PSOE desde su misma fundación, posee idéntica trascendencia que el abandono del marxismo en el XXVIII Congreso. De ahí, algo en apariencia tan contra natura: que el socialismo hispano haya terminado por interiorizar como suyos los objetivos del catalanismo germinal de Prat de la Riba.

Suprema paradoja, ésa, que por sí misma retrata la bancarrota ideológica de un partido en el que Pablo Iglesias devendría incapaz de reconocerse.


Al cabo, si alguna constante ha caracterizado al particularismo catalán desde sus orígenes hasta Jordi Pujol ha sido el rechazo expreso de la idea federal. Y con poderosas razones, conviene añadir. Porque nada hay en este mundo más ajeno al sentimentalismo místico, irracionalista y romántico, tan caro siempre al catalanismo, que el afán democrático, laico e igualitario que retrata a los genuinos federales. Una deriva errática, ésa de la izquierda peninsular, que todavía se antoja más desconcertante al reparar en la efectiva concreción material del Estado de las Autonomías.

Pues, de hecho, la configuración territorial de España iba camino de poder asimilarse a cualquier orden federal al uso. Como ha escrito Francesc de Carreras glosando la personalidad tan olvidada de Pi i Margall, ya apenas nos restaba coronar el nuevo edificio con un Senado en verdad territorial, y el preceptivo refuerzo de la lealtad entre las partes y el todo, fundamento último de la viabilidad del sistema. Momento procesal en el que irrumpió en escena la nación discutida y discutible del Adolescente. Tras un cuarto de siglo, vuelta a empezar. Y ahora, con la vista fija en la Edad Media, Nueva Jerusalén de su socialdemocracia flácida. Particularismo, asimetría, desigualdad, fueros pedáneos, endogamia fiscal y horizontes confederales. He ahí la gloriosa causa por la que las fuerzas del progreso andan prestas a blandir sus herrumbrosas lanzas. ¡Vivan las caenas, compañeros!


Libertad Digital - Opinión

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