viernes, 7 de mayo de 2010

Naderías. Por José María Carrascal

Y ahora, ¿qué? Pues ahora, nada, pues nada se ha resuelto, todo sigue igual. ¿De qué sirve arreglar la deuda griega si no se arregla la española? ¿De qué sirve sanear las cajas de ahorro si no se sanea el sistema productivo español?

El encuentro Zapatero-Rajoy no nos he hecho avanzar un milímetro hacia la solución, lo que el New York Times llama «problemas cruciales españoles», por la sencilla razón de que no los abordaron. Y no los abordaron porque el anfitrión sabía que, de abordarlos, las diferencias con su invitado invalidarían cualquier tipo de acuerdo. Y lo que a él le interesaba era escenificar un acuerdo aunque fuera, no ya de mínimos, sino ficticio. Pues vamos a ver, ¿es que España puede oponerse a la ayuda europea a Grecia, sabiendo que en el futuro puede necesitar esa ayuda? ¿Es que PSOE y PP pueden oponerse a la reforma de las cajas de ahorro, cuando buena parte de ellas están en bancarrota? Además, tampoco es una reforma a fondo, es un cambio de dueño. Las cajas de ahorro españolas ya están intervenidas. Por los gobiernos autonómicos, que son quienes las han llevado a la ruina. Ahora, van a ser intervenidas por el Gobierno central. Esperemos que lo haga mejor, aunque andando por medio los políticos, todo escepticismo es lícito.

Es por lo que creo que este tipo de encuentros hacen más mal que bien, al crear falsas expectativas y dar la impresión de que se ha hecho algo, cuando no se ha hecho nada. Tal vez sirva a los intereses de unos líderes políticos que sólo piensan en salir del paso. Pero no sirve a los intereses de una nación, sobre todo en momentos críticos, como los que atraviesa España. «Cuando algo no tiene arreglo, lo mejor es que se estropee del todo», dicen los ingleses, que precisamente intentan solucionar en las urnas una situación que parecía no tener arreglo. En este sur de Europa que ellos tanto aman y, para su fortuna, tan poco imitan, lo que priva es la máxima lampedusiana de «cambiarlo todo para no cambiar nada».

Seguimos los españoles, como los griegos, sin querer enterarnos de que tenemos una democracia, no una dictadura. Seguimos pensando que el gobierno, del brazo de la oposición, nos resuelva los problemas, pero sin dolor. Seguimos considerando el trabajo un castigo divino y el ocio, el último resto del paraíso. Seguimos considerando la política un medio legítimo de obtener ventajas para uno, su familia y sus compañeros de partido. Seguimos rehusando la responsabilidad y echando la culpa de todos los males a los demás. Y seguimos creyendo que la realidad puede engañarse como nos engañamos entre nosotros.

Hasta que la realidad nos suelta un bofetón que nos tira por los suelos, como les ha ocurrido a los griegos y nos ocurrirá a nosotros si seguimos organizando escenitas como la del miércoles en La Moncloa.


ABC - Opinión

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