viernes, 7 de mayo de 2010

La crecida. Por Ignacio Camacho

ESTÁN eufóricos en el PP, y no les faltan motivos. La cita de Moncloa fue desde el punto de vista práctico una pantomima sin resultados, un debatillo del estado de la nación, pero por primera vez en siete años Rajoy no sólo ha salido indemne de una encerrona sino que ha logrado proyectarse en ella como alternativa de poder.

Entró como víctima de la enésima operación de imagen de Zapatero, con el presidente dispuesto a endosarle una amplia cuota de su propio desgaste, y se marchó crecido, con un aura de aplomo y responsabilidad, permitiéndose incluso presentar su candidatura en la mismísima sala de prensa presidencial. Fue una decisión atrevida y algo descortés, pero dejó una clara impronta de superioridad sobre un adversario que siempre había sabido llevárselo al huerto y al que ahora se ve tan mermado, tan catatónico, que ha perdido hasta sus indiscutibles reflejos; en sus mejores momentos nunca habría permitido que le clonasen su técnica más reputada, la de la política de gestos, la de los mensajes de apariencias. Y se lo dejó hacer en su propia casa. Animado por el chute monclovita, el jefe de la oposición se fue ayer a ver a Montilla con aires de estadista. La llamada del Honorable fue en sí misma un error, salvo que lo hiciese para fastidiar a Zapatero; a todas luces parecía que quería entrevistarse con el futuro jefe del Gobierno. Rajoy no desperdició la oportunidad y se plantó en Barcelona sacando pecho. Los jarrones del Tinell quedaron hechos añicos

El tiempo y las circunstancias han invertido los papeles y ahora los socialistas catalanes, antiguos firmantes del infamante pacto aislacionista, a quien no quieren ver acercarse es al presidente. A punto han estado de vetarlo en la inminente campaña electoral, como si fuese persona no grata, y protegerse de él con un cordón sanitario. El líder del PP ha aprendido a sentirse importante y no suelta presa; no sólo se mantuvo en sus trece sobre el Estatuto, sino que le pidió a Montilla «pedagogía constitucional» y además le pasó por la cara el conflicto interno del socialismo, al recordarle que también Zapatero está de acuerdo en no renovar el TC. A Mariano le están poniendo las carambolas como a Fernando VII; no es normal que unos tipos tan duros como sus rivales le hagan dos favores así en la misma semana.

Claro que el PP no sería el PP si los aprovechase por completo. Dolores de Cospedal sigue empeñada en equivocarse, y ayer rompió el pacto de la educación sin razones claras ni argumentación convincente, justo cuando su jefe parece haber aprendido a administrar los momentos de los portazos y los momentos de las responsabilidades. Para consolidar su proyección cada vez más asentada, a Rajoy no le deberían bastar los fallos de un zapaterismo en caída libre. Tiene que hacer él también entre los suyos pedagogía del mando. Enseñar a los que no saben no es en política una obra de misericordia sino una necesidad imperativa del liderazgo.


ABC - Opinión

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