viernes, 2 de abril de 2010

Potemkin en España. Por José María Carrascal

Y para Haití, 346 millones de euros. Es lo que ha prometido España para la reconstrucción del devastado país caribeño.

La tercera aportación, tras la de Estados Unidos y Canadá. La mayor de Europa, más que la de la rica Alemania, casi el doble que la de Francia (180 millones), que tantos lazos tiene con Haití. Y ante tanta generosidad me pregunto: ¿Estamos en condiciones de prestar esa ayuda? Pues con la mayor tasa de paro en la Comunidad Europea después de Letonia y el Banco de España advirtiendo que no sólo este año, sino también el que viene serán malos, ya me dirán ustedes si estamos para tales dispendios. Bien está la caridad, pero tiene que empezar por casa, y con millones de españoles que han perdido el empleo y otros a punto de perderlo, estos alardes no es que sobren, es que resultan escandalosos.

Pero representan el paradigma de la política de Zapatero. Una política basada en los deseos más que en los hechos, en el talante más que en las cifras, en las fantasías más que en las realidades. «Castillos en España» llaman los ingleses a este tipo de figuraciones. Hay otra expresión sacada de la historia que las define mejor: «Poblados Potemkin», las falsas villas que Grigori Alexandrovich Potemkin, favorito y primer ministro de Catalina de Rusia, iba montando en las riberas del Volga al paso de la zarina. Zapatero, sus potemkines y potemkinas levantan a diario una economía de bambalinas ante nuestros ojos maravillados. Los españoles hacemos que nos lo creemos, por no confiar ya en nuestros políticos, pero mientras el Gobierno siga gastando el dinero a chorros, iremos tirando. Pero los extranjeros, no. En el extranjero, estos alardes de un Gobierno y de un país que todos saben en apurada situación económica producen una impresión penosa. Y no me refiero sólo a ayudas como la de Haití. Me refiero al boato que estamos desplegando en conferencias de todo tipo a la sombra de la presidencia de turno europea.

Ningún país de la comunidad, y menos en tiempos de crisis como los que corren, se ha gastado más en reuniones de este tipo durante su presidencia rotativa, tan efímera como precaria. Son encuentros de rutina, y así se celebran. Como ninguno se ha mostrado tan espléndido a la hora de aportar ayuda a cualquier iniciativa internacional, con tal de que suene bien y luzca mucho. Si sirve para otra cosa que para figurar en el club de los ricos y poderosos no parecen preguntárselo. Les importa la apariencia, no la sustancia. Recuerdan aquellos hidalgos arruinados que repartían con énfasis limosnas entre los pobres a la salida de la iglesia, aunque luego tuvieran que prescindir del almuerzo. Con una importante diferencia: aquellos hidalgos daban su dinero a los pobres. El Gobierno de Zapatero les da el nuestro.


ABC - Opinión

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