viernes, 2 de abril de 2010

Estado -generalizado y doblemente preocupante- de corrupción. Por Federico Quevedo

Algunos lectores de este diario se empeñaron el otro día en no entender mis razonamientos sobre el caso Matas, a pesar del empeño que puse en reiterar que en ningún caso pretendía exculpar su comportamiento que deberá ser objeto de atención judicial. Pero el caso Matas y las circunstancias que le rodean ponen de manifiesto que no se trata de un hecho aislado -ojalá lo fuera-, sino una evidencia más de que nuestra democracia sufre de una grave enfermedad llamada corrupción, corrupción generalizada e insertada en prácticamente todas las esferas de poder del país.

Hay corrupción en la política, sin lugar a dudas, y es probablemente ahí donde se percibe en mayor medida y donde convergen todas las formas de corrupción, desde la económica hasta la sistémica. Hay corrupción en la justicia, donde se vulneran de manera sistemática las reglas de juego del Estado de Derecho y se ha enterrado la división de poderes. Hay corrupción en los medios de comunicación, entregados a causas impropias de su deber para con la sociedad y dedicados a tapar la corrupción de unos para resaltar la del contrario. Hay corrupción institucional, de la cabeza a los pies del sistema, desde la Corona hasta el último ayuntamiento perdido en lo más inhóspito de nuestros parajes.


Hay corrupción pequeña y grande. Hay quien se vende por un plato de lentejas y quien lo hace por ciento y miles de millones de euros, hay quienes abandonan el poder y se dejan seducir por empresas que les utilizan como lobistas de lujo, hay quienes se escudan en su poder institucional para actuar contra los principios y las reglas del juego democráticos, hay quienes se amparan en sus cargos como funcionarios públicos para creerse por encima de la misma ley que dicen aplicar y defender. Hay quienes obvian el mandato de las urnas para hacer lo que les viene en gana, hay quienes desoyen a los parlamentos y a los ciudadanos porque creen que una vez elegidos están ahí por méritos propios y no por delegación de la soberanía nacional, hay quienes retuercen las leyes y las normas para aplicarlas a su antojo, hay quienes piensan que el dinero público no es de nadie y pueden hacer con él lo que quieran...

Todo esto ocurre todos los días a nuestro alrededor, en nuestros ayuntamientos, en nuestros parlamentos, en nuestros gobiernos autonómicos y central, en nuestros juzgados, en nuestra policía, en nuestros altos tribunales, en nuestra función pública, en nuestro sistema financiero, en nuestras empresas, en nuestros organismos de control y de regulación, en nuestros medios de comunicación... Prácticamente no se salva nadie.

Hartazgo ciudadano con el sistema

¿Qué hacemos? Aparentemente esta sociedad aborregada y aletargada parece limitarse a observar y mirar para otro lado ante tanta evidencia de abuso de poder y corrupción, pero en los últimos meses los sondeos de opinión empiezan a reflejar un cierto hartazgo social de nuestra clase política, y creo que los ciudadanos cuando sitúan a los políticos como el tercero de sus problemas, por detrás del paro y la situación económica, lo que están haciendo es personificar en nuestros parlamentarios, ministros, concejales, alcaldes y presidentes de gobiernos su malestar y su desencanto generalizado con el sistema.

Con todo el sistema, desde el Rey hasta el último concejal de nuestro país, desde el sistema parlamentario hasta el judicial, desde la prensa hasta los bancos y las cajas, desde los sindicatos hasta los empresarios, porque todos ellos parecen haberse instalado en una especie de dolce farniente del sistema en el que es muy fácil recibir sin dar nada a cambio, y en ese nada a cambio se incluyen las obligaciones propias de los cargos para los que son elegidos.

El caso Matas es un paradigma de todo esto, no solo en lo que afecta al propio ex presidente del Govern Balear, sino por todo lo que le rodea, desde el juez que instruye el caso, hasta la clase política de las islas, pasando por los medios de comunicación, los empresarios, los mecanismos de control, los partidos políticos... Lo que hagamos para superar esta crisis del sistema democrático va a depender de nosotros mismos, no de los políticos y sus pactos imposibles. No puede atacar la corrupción del sistema quien la ha favorecido y potenciado, de ahí que esa exigencia deba partir de la propia sociedad y de mecanismos alternativos a la política para ponerla en práctica.


El Confidencial - Opinión

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