lunes, 1 de marzo de 2010

¿Se nos está rebelando la Naturaleza?. Por Gabriel Calzada

Quienes han convertido su oficio en hacernos creer que el capitalismo y el progreso socioeconómico es una especie de pecado, no soportan la idea de una naturaleza que destruye y mata sin otra razón que no sea eminentemente física.

Volvió a temblar la tierra. Esta vez en Chile. El seísmo, de 8,8 grados en la escala de Richter (uno de los diez más fuertes de los que tenemos registro histórico) ha causado enormes daños humanos y materiales. Este desastre va a poner a prueba la economía, la política y las instituciones del país más rico de Iberoamérica. Además nos invita a reflexionar sobre las relaciones entre los fenómenos naturales extremos y el desarrollo socioeconómico e institucional de un país, así como sobre algunos de los mitos que envuelven las catástrofes naturales.

Conviene empezar por lo evidente: la naturaleza no es la madre protectora que nos presentan continuamente los medios de comunicación y el movimiento ecologista. La imagen falaz de los fenómenos naturales como algo intrínsecamente bueno para el hombre ha servido para demonizar la transformación que el ser humano hace de los recursos naturales tal y como los encuentra en estado puro. Según esta visión del mundo, el principal factor causal de los desastres que padecemos los seres humanos es la propia acción cooperativa y empresarial del hombre. De este modo, el capitalismo, que fomenta la cooperación y la productividad humana a través del respeto de la propiedad privada y a los contratos libremente acordados, alteraría esa armonía natural entre el hombre y su medio ambiente provocando reacciones de la naturaleza que sufrimos en forma de catástrofes.

La realidad es bien distinta. La naturaleza es y ha sido siempre tremendamente dura para el hombre. Sin embargo, la inteligencia humana nos ha permitido adaptarnos y adaptar el medio en el que vivimos para que nuestra relación con la naturaleza sea, en general, más segura y armónica. Sin embargo, quienes han convertido su oficio en hacernos creer que el capitalismo y el progreso socioeconómico es una especie de pecado, no soportan la idea de una naturaleza que destruye y mata sin otra razón que no sea eminentemente física o, si lo prefieren, natural. Sus ideas se han colado hasta tal punto en el ideario popular que periódicos como El Mundo titulan y califican el desastre chileno (y las borrascas ibéricas) de "rebelión global de la Naturaleza". ¿Contra quién se supone que opone resistencia o se subleva la Naturaleza? Contra el ser humano, está claro. ¿Y por qué? Por habernos atrevido a desarrollar nuestras sociedades y superar la etapa en la que íbamos en taparrabos.

La realidad es casi la contraria. Los fenómenos catastróficos naturales son más o menos los mismos de "siempre". La diferencia fundamental es que los hombres hemos ido reduciendo paulatinamente el riesgo y la incertidumbre relacionados con los fenómenos catastróficos gracias al desarrollo económico, al ahorro, al avance del conocimiento y al desarrollo de las instituciones. A muchas personas esta idea les resulta chocante porque sabemos que los daños (medidos en unidades monetarias) de los desastres naturales no han hecho sino crecer en los últimos dos siglos. Pero la paradoja es sólo aparente. Este fenómeno sucede allí donde las sociedades han progresado. A medida que vamos siendo más ricos, el valor económico de los daños es superior pero representan una fracción cada vez más pequeña de la riqueza total. Además, a medida que hemos desarrollado instituciones como la de los seguros, una parte de estos riesgos queda actuarialmente cubierta, reduciendo así la incertidumbre a la que nos enfrentamos. Es más, parte de ese mayor valor monetario que se destruye en catástrofes como la ocurrida en Chile se debe a que las construcciones se diseñan para tratar de compatibilizar una elevada densidad demográfica (que permite una mayor división del trabajo y crecimiento económico) con una alta protección del ser humano; éste sí, el recurso más valioso de cuantos existen.


Libertad Digital - Opinión

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