lunes, 1 de marzo de 2010

El español. Por José María Carrascal

EL terremoto chileno pilló _-cuidado con «coger» en el cono sur- a los académicos de la lengua en Valparaíso, a punto de celebrar su V Congreso, que hubo que suspender.

Pero el verdadero terremoto del español está teniendo lugar en España, con las otras lenguas romances del Estado sublevándose contra él. Mejor dicho, se sublevan los políticos, que ven en el asunto un chollo, aunque sea costa de sus escolares. Con casos tan cómicos como el de esos comisarios lingüísticos de Vigo asegurando que en Argentina no se habla español, sino argentino, en Chile, chileno, en Perú, peruano, y así sucesivamente. Lo que trasladado a Galicia significaría que en Coruña no se habla gallego sino coruñés, en Lugo, lucense, etc.,etc. No es la única ridiculez de tan interesados cabestros. En Barcelona, se dan cursos de español, pero sólo para alumnos extranjeros, que pagan bien por ello, como en el Barça se permite hablarlo a los jugadores no catalanes, con tal de que marquen muchos goles. Mientras se multa al comerciante que no se anuncie en catalán. La venganza del chinito.

Pero hablábamos del español. ¿Su fuerza? Los 440 millones que lo hablan en 41 países, que lo han convertido en el segundo idioma «universal». A lo que se añade que también lo es en Estados Unidos, donde son ya 36 millones los que lo hablan. Con toda la repercusión que tiene Estados Unidos en el mundo.

¿Su debilidad? Su escasa presencia en publicaciones técnicas y científicas, clave del futuro. Viene de lejos. En el estudio que hizo Juan J. Linz de «Obras de autores (españoles) de primera categoría en los siglos XVII y XVIII», encontramos que el 51,2 por ciento de ellas eran literarias; el 20,1, de Derecho; el 16,4, de Historia; el 9,6, de Moral, mística y ascética; el 7,5, de Humanidades; el 5, de Medicina; el 2,5, de Economía; el 2,2, de Matemáticas y el 1,6, de Ciencias Naturales. Una desproporción que pesa sobre el español hasta nuestros días, obligándole a tomar términos científicos de otras lenguas.

Hemos producido una de las más excelsas literaturas -hasta el punto de que ha habido quien aprendió español para poder leer El Quijote en su lengua original-, pero seguimos muy por detrás en trabajos de investigación. Pero eso no es culpa del español ni, me atrevería a decir, de los españoles, sino de quienes han dirigido nuestra política educativa. «Se necesita tanto rigor mental para escribir un soneto como para descubrir una nueva enzima», le oí decir al dr. Ochoa, cuando alguien soltó el tópico de nuestra incapacidad para la ciencia. «Lo que ocurre -siguió nuestro Nobel en Medicina-, es que para escribir un soneto basta un lápiz y un papel, y para descubrir una nueva enzima se necesita un laboratorio de cincuenta millones de dólares.« Así que ya saben por qué no tenemos términos científicos y por qué nuestros jóvenes científicos se van a Estados Unidos»


ABC - Opinión

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