jueves, 25 de febrero de 2010

Otro crimen del castrismo

LA dictadura cubana es la única responsable de la muerte de Orlando Zapata, un prisionero político que jamás utilizó la violencia y que había sido privado arbitrariamente de su libertad por el siniestro régimen de los hermanos Castro.

Cuando en un país no impera más ley que la voluntad que emana de un Gobierno totalitario, un ser humano encarcelado injustamente puede llegar a pensar que no tiene otra defensa que llamar la atención de la opinión pública internacional, con la remota esperanza de hacer cambiar las cosas. En el caso del régimen castrista, esta esperanza ha sido vana, porque los carceleros saben que la única garantía de supervivencia de su dictadura es precisamente mantener una firmeza brutal con la que amedrentar a la población, como ayer puso de manifiesto la ola represiva desplegada por las autoridades de La Habana para evitar una manifestación. Los cubanos saben de sobra y desde hace ya décadas lo que significa el lema de «socialismo o muerte»: a quienes insistan públicamente en no aceptar la dictadura y sus rancias teorías no les queda más alternativa que la muerte, como bien ha comprobado Orlando Zapata.

Desde su llegada al poder, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se ha empeñado en entablar un diálogo -moralmente imposible- con la dictadura cubana y, a pesar de que la respuesta que recibe es siempre el desdén, la diplomacia que dirige Miguel Ángel Moratinos sigue insistiendo en tratar de complacer a los carceleros y en ignorar a los demócratas. El Gobierno está instalado en la falsa idea -que pretende llevar a la Unión Europea- de que para promover la transición a la democracia en Cuba hay que llevarse bien con la dictadura, cuando la experiencia indica todo lo contrario: la muerte de Orlando Zapata es la prueba de hasta dónde están dispuestos a llegar los responsables del régimen en el camino de las reformas. Incapaz de condenar ayer el crimen que representa la muerte del disidente cubano, Zapatero debe reflexionar antes de que sea demasiado tarde, porque llegará un día en que los cada vez más numerosos ciudadanos cubanos que luchan pacíficamente por la libertad vean la caída de la dictadura y recuerden entonces de qué lado estuvo España cuando ellos eran perseguidos. Los que hoy llamamos disidentes, a los que Zapatero echó de las recepciones en la Embajada de España, serán tarde o temprano los líderes de una Cuba democrática, mientras que la dictadura con la que él pretende congraciarse será barrida por la historia.

ABC - Editorial

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