jueves, 25 de febrero de 2010

La reprimenda. Por Ignacio Camacho

EL presidente Zapatero parece últimamente empeñado en no dejar escapar una oportunidad de quedar mal en cualquier sitio.

Desde que el turno de presidencia europea le ha otorgado visibilidad externa aprovecha la más mínima ocasión para que todo el mundo se entere de lo que hasta el 1 de enero sólo sabíamos los españoles. Cuando no exhibe la levedad insustancial de su retórica adanista se atreve a dar en foros especializados lecciones de una economía que desconoce, o simplemente pasea a la intemperie un rancio sectarismo que él entiende como seña de identidad ideológica. Ayer tocó lucir progresismo de salón en la más preclara tradición del doble rasero de la izquierda, enrocado en una coriácea resistencia a denunciar el abuso tiránico de Cuba. Cuando la palmaria persecución de la disidencia ha conmovido ya hasta a irreductibles dogmáticos como el Premio Nobel Saramago, nuestra minerva socialdemócrata persiste en hacerse el sueco ante la flagrante crueldad del tardocastrismo. Lo del sueco es un decir: Suecia hace tiempo que condenó esa siniestra farsa.

Y mira que lo tenía fácil. El escenario, la sala ginebrina de los Derechos Humanos de la ONU -¡de los Derechos Humanos!-, bajo la cúpula estalactítica de Barceló pagada con dinero de los españoles. El marco, un congreso contra la pena de muerte. La fecha, justo el día siguiente a que la dictadura castrista dejase morir al disidente Zapata, prisionero de conciencia reconocido por Amnistía Internacional; albañil, negro y pobre: un paria de la tierra. La atmósfera, una ola de solidaridad política y humanitaria con la causa de la oposición democrática cubana. Y ni siquiera fue necesario que tomase la iniciativa: la prensa se la puso en bandeja interrogándole ex profeso. Nada. Era tan sencillo: una condena limpia, una referencia explícita, una palabra clara, nominal, directa, sobre la libertad y la justicia. Nada. Boca cerrada, gesto prieto, evasivas dialécticas, huidiza mirada al tendido. Incapaz.

Peor que eso. Fruto de la evidente mala conciencia generada por un silencio culpable, los monaguillos de la Presidencia trataron de explicar que al fondo del trasfondo del discurso zapateril había, en el subtexto del contexto, una alambicada referencia condenatoria para iniciados. Vean qué áspera bronca, qué tremenda advertencia, qué valerosa denuncia: »Nuestro éxito será el éxito de los Derechos Humanos, el éxito de la dignidad de las personas, de la protección del vida y el éxito de los Estados que respeten hasta el último instante la vida de todos y cada uno de sus ciudadanos».

Eso es todo. Todo lo que el líder progresista y pacifista de un país democrático se atreve a decir de una dictadura que deja morir a un preso político en una nación hermana. Fidel y Raúl Castro deben de sentirse tan avergonzados por la reprimenda que se espera su inminente dimisión en las próximas horas.


ABC - Opinión

0 comentarios: