viernes, 5 de junio de 2009

OBAMA Y EL PROFETA. Por Rafael L. Bardají

Qué diría usted si Zapatero viajara a Roma para dirigir un discurso al catolicismo? Pues, salvando la distancias, eso, ni más ni menos, es lo que ha hecho Obama en su visita a El Cairo: dirigirse al islam.

Es sorprendente que un presidente se atribuya la interlocución frente a una religión, lo que dice mucho de su personalidad y, posiblemente, de su desconocida biografía. La segunda sorpresa procede ella misma de lo que Obama considera que es el islam. En El Cairo ha dicho que se dirigía a lo que de verdad era el islam, no a lo que los extremistas quieren hacer de esa religión. Buenas palabras, pero poco más.



El islam está dividido y no únicamente por el radicalismo de Al Qaida. A Bin Laden le precede la guerra entre suníes y chiíes o, como estamos viendo, la masacre de los árabes de Sudán contra sus musulmanes negros (y cristianos) en Darfur, un conflicto que debería avergonzarnos a toda la comunidad internacional por la pasividad y desidia frente a un auténtico genocidio.

Por otra parte, la gira de Obama es esencialmente árabe, no musulmana. Y debería recordar que por mucho que El Cairo albergue una de las mecas teológicas del islam, la universidad de Al-Azhar, el mundo árabe representa a la minoría de dentro del islam. De ahí que en su discurso -que al final sólo podía ser político en su contenido ya que el presidente norteamericano no es ninguna autoridad religiosa por mucho que se dirija a una religión- Israel y el futuro de Palestina hayan estado más que presentes.

Tenia que ser un discurso «histórico» pero se va a quedar simplemente en un fiasco. Con sus palabras, Obama no puede contentar a nadie y sí molestar todos con su tibieza generalizada. Es más, como él mismo dice, un discurso no cambia las cosas. Ni siquiera sacando a relucir su segundo nombre, Hussein.

ABC - Opinión

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