
El sindicalismo español debe ser consciente de estar actuando como terminal del PSOE, con un claro propósito conjunto de impedir que la crisis económica pase factura electoral al Gobierno socialista. Para lograr este objetivo los sindicatos mayoritarios no dudan en pervertir su función representativa y de defensa de los trabajadores y en manipular los sentimientos de los desempleados, mientras se mantiene intacta su financiación pública. Además, es un despropósito que se obcequen en atacar al Gobierno de una comunidad autónoma que, como Madrid, tiene una tasa de paro cuatro puntos por debajo de la media nacional. Con este rasero, ¿qué deberían hacer entonces los sindicatos en aquellas autonomías gobernadas por el PSOE donde la tasa de desempleo supera de forma endémica el 20 por ciento?
La convergencia de esta táctica de agitación sindical con los intereses electorales del PSOE -ahí está la cita de las elecciones europeas- es cada día más patente y el riesgo es que se incremente a medida que se agrave la crisis. Ante el debate sobre el Estado de la Nación y los comicios europeos, a la izquierda le viene bien que la tensión social, aunque esté teledirigida, cargue contra la derecha. Rodríguez Zapatero pidió «cariño» a UGT, pero lo que la clase sindical le está dando es mucho más. Es el encubrimiento del fracaso político del Gobierno ante los insuficientes, por no decir nulos, resultados de sus medidas de estímulo del empleo. En justa correspondencia, los diputados del PSOE en la Asamblea de Madrid abandonaron el pleno que estaba siendo boicoteado con insultos y amenazas por parte de trabajadores invitados al acto. Los parlamentarios socialistas exhibieron así su predisposición a instaurar la bronca extraparlamentaria como método de oposición a un gobierno autonómico al que se ven incapaces de doblegar en las urnas. Si esta tentación extremista se convierte en hábito, el PSOE contraerá una responsabilidad directa por la degradación del sistema democrático y hará evidente su doble rasero moral cada vez que reclame al PP que «arrime el hombro», mientras secunda o disculpa, según convenga, actos de coacción contra este partido, algo inadmisible en una sociedad moderna.
ABC - Editorial
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