martes, 27 de enero de 2009

Errores y aciertos: factores materiales en el conflicto palestino-israelí (III)

La guerra estaba ganada. Se puede hacer una afirmación así siempre descontando el factor de incertidumbre que puede existir en cualquier conflicto. Los judíos llevaban mucho tiempo preparándose para ese momento. Tenían unos cuadros excelentes y estaban muy bien organizados. El famoso Plan D era el último de otros muchos, y aunque los judíos tenían problemas de suministro de armas y carecían, al principio, de artillería y aviación, lo cierto es que las estructuras que permitirían adquirirlas y elevar el esfuerzo de alistamiento hasta un increíble 17% de la población, existían desde mucho antes. Durante bastante tiempo se mitificó la victoria del pequeño "David" que se enfrentaba a cinco naciones árabes y a los propios palestinos. Los países árabes acababan de llegar a la independencia, y salvo en el caso de la "Legión Árabe", ninguna fuerza, incluida la más numerosa fuerza egipcia, era un oponente verdaderamente peligroso.

Sin embargo, como suele suceder, los militares, cuando se acercaba el momento decisivo, fueron mucho más prudentes. El propio Yigal Allon, uno de los actores más destacados del conflicto, entró en barrena y desaconsejó la declaración unilateral de independencia (mayo de 1948), sobre la base de una superioridad militar de los árabes que era sencillamente inexistente ya en esa fecha. La lectura de la descripción que hace el propio Allon de las operaciones (fundamentalmente de las del otoño e invierno de 1948) para su uso en las academias militares de Israel, no deja dudas en cuanto a esa superioridad. Por cierto, las consideraciones políticas eran poderosísimas: Ben Gurion cuenta con el reconocimiento de los norteamericanos (concretamente con el factor político de un Presidente que es capaz de resistirse a las consideraciones "geoestratégicas" del Departamento de Estado) y con el apoyo soviético que aún se fundamenta en el delirio de pensar que está naciendo un estado socialista y ateo en medio de Oriente Próximo. Por cierto, es paradójico y revelador de la pobreza del análisis de los árabes el que las primeras denuncias contra Israel se basen en su carácter ateo y comunista. Cuando, posteriormente, se les acuse de ser una avanzada del imperialismo norteamericano, el análisis seguirá siendo igual de endeble, pero nadie (hasta Sadat) reparará en la escandalosa contradiccíon.

Los judíos tenían planes. Querían, al menos, conseguir fronteras seguras, obteniendo una continuidad territorial de los asentamientos judíos. Tenían objetivos definidos y, desde el principio, se aplicó una regla que sería básica en los conflictos posteriores: nunca aceptar un alto el fuego como base para retiradas de territorios ocupados.

Los árabes-palestinos, por su parte, no sabían muy bien qué pretendían. No tenían objetivos claros. Simplemente se negaban a la partición del territorio y a que una parte de él (con mayoría judía en proporción 51%-49%) fuese gobernado por los judíos. Sin líderes y sin armas, habían perdido la mayor parte de su capital humano y material en las revueltas contra los ingleses. Tampoco existía una unidad de objetivos entre los diferentes estados árabes que invadirían Palestina. Y estaba muy presente en ellos la posibilidad de obtener beneficios territoriales. Esas consideraciones son trascendentales., porque el principal interesado en hacerse con el territorio del recién creado territorio árabe-palestino, Abdulá, el rey jordano, se resistirá hasta el último momento a utilizar toda su fuerza. Nacerá, desde es momento, la confluencia de intereses entre la monarquía jordana e Israel, la llamada opción jordana.

La inexistencia de objetivos por parte palestina, del más elemental plan de guerra, dará lugar a los episodios de pánico, a veces justificados por la realización de actos criminales por parte de algunas fuerzas judías que tenían clara la necesidad de expulsar a los palestinos de sus tierras, y a veces inducidos por sus propios líderes locales, y por el mensaje, falsificado, de terribles atrocidades de los judíos, que provocaron un éxodo de la población civil. De nuevo, entre las estrategias posibles, los árabes-palestinos, a falta de un mando unificado y de un pensamiento solvente y codificado sobre las alternativas viables, optarán por la peor decisión. Intentando arrastrar a los países árabes (muchos de ellos remisos, al margen de la retórica, a una intervención) animarán a menudo el éxodo, llenando de refugiados a los países limítrofes y provocandoles el miedo a la desestabilización de sus regímenes recién constituidos. Esos mismos dirigentes nunca comprometerán todas sus fuerzas, porque son escasas y porque las necesitan para mantenerse en el poder.

Existía, en resumen, una increíble distancia, por parte árabe-palestina, entre los medios y los fines. Y en el caso israelí, al contrario, daba frutos una preparación exhaustiva para el conflicto y un uso instrumental de la diplomacia y la contención. Los palestinos iniciarán el conflicto y con ello "legitimarán" los planes judíos de expulsión de la tierra y de "reformulación" de las fronteras del plan de partición. Los dirigentes judíos, políticos y militares, desplegarán simplemente la estrategia para la que habían trabajado: alcanzar la mayor extensión territorial posible, con el único límite ideal de la Palestina del mandato, y hacerlo, de ser posible, ocupando el territorio con población civil judía (ya durante el conflicto se iniciarán los asentamientos de civiles en zonas recién abandonadas por los palestinos). De nuevo, el factor demográfico prevalecerá sobre el territorial: cuando hay que decidir hacia dónde dirigir las operaciones militares, se optará (aquí el peso de las consideraciones exclusivamente militares fue muy importante) por la obtención del Neguev, un territorio menos poblado, antes que por ocupar la Cisjordania, que se dejará para un momento posterior, que no llegará por el miedo a la intervención británica.

Sí, la guerra estaba perdida. Y además, hay un factor poderosísimo que no fue considerado por los árabes-palestinos. Éstos, a pesar de las masacres judías y de la brutalidad con que fueron, a menudo, expulsados, tenían una debilidad (o una fuerza, depende de cómo se mire). Su resistencia será menor porque podían irse entre "hermanos". Podían pedir ayuda, hacerse fuertes y volver, una y otra vez. Cómo no recordar a Saladino (la autoreferencia de Yasser Arafat) cuando le contesta al enviado del Ricardo Corazón de León que él no tiene problema, porque está en su país, y pasará el invierno en él, con sus mujeres y sus hijos, mientras él, el rey inglés, está tan lejos de su patria, sin lugar dónde refugiarse. Esa salida es una debilidad, porque los judíos realmente no tenían opción. No podían retirarse; sólo podían resistir y avanzar y atrapar la oportunidad. Uno de los errores de cálculo más notables, como ya he dicho antes, fue ver en la empresa sionista un episodio de colonización.

Por eso cuando surgen iniciativas diplomáticas, sólo se utilizarán por los judíos para reforzarse y nunca se admitirán las vías que impliquen una pérdida de territorio ya conquistado.

La guerra terminará teniendo consecuencias que se sentirán durante años:

1.- Se refuerza la idea entre los israelíes de que la opción militar, la opción más directa, es la más adecuada para hacer frente a los retos del futuro, entre los que se encuentra, ya desde un principio la idea de alcanzar la totalidad del territorio del mandato. Se convierte en dominante, entre los israelíes, la doble (y hasta cierto punto incompatible) idea de que son invencibles y de que están permanentemente amenazados por la extinción. La opción diplomática se empieza a desdeñar cada vez en mayor medida, y aunque se utilizará, a veces con maestría, la estrategia general es la de prepararse para la guerra siguiente. El propio éxito de Israel le inclinará hacia el militarismo. Es cierto que tardará en perjudicar a Israel, pero eso es más "mérito" de la incapacidad árabe que de la bondad de la estrategia de los mandatarios israelíes.

2.- La tragedia de los palestinos y de los países árabes limítrofes, unida a la soberbia del vencedor, dificultarán hasta la imposibilidad cualquier arreglo. Además, Israel se convertirá en una oportuna excusa para todos los dirigentes árabes de la región (salvo para los jordanos), para intentar ocultar la corrupción e ineficacia de sus gobiernos.

3.- Israel, fiel a su tradición occidental, reconocerá pronto algunos excesos de sus fuerzas armadas. Incluso habrá condenas (pronto sustituidas por indultos en aras de la cohesión nacional). Pero a la vez, el increíble resultado derivado de la expulsión de setecientos mil árabes provocará una ceguera que se revelará como muy peligrosa. Se dejarán en segundo plano los primeros meses del conflicto. Precisamente aquéllos que darán lugar a los problemas más enquistados e insolubles. Y se recordarán hasta la náusea los míticos y románticos milagros del pequeño ejército israelí contra las fuerzas de, ni más ni menos, cinco países. Así, el realismo de los sionistas, que pronto habían reconocido la existencia de un nacionalismo árabe-palestino y que habían entrevisto en las revueltas de 1929 y de 1936-1939 una pasión de igual raíz a la suya, se verá sustituido por un absoluto desprecio al problema más evidente para el futuro. De repente los palestinos habían desaparecido.

Por desgracia para los israelíes, sólo se habían marchado por la fuerza. Pronto serían muchos y querrían volver. Hoy nadie duda de que todos los problemas de la región tienen una solución alcanzable. Y se ha estado cerca, en los últimos años, de ver una respuesta estable a los contenciosos con los sirios y libaneses, igual que se llegó a una solución con los egipcios. El único problema que tiene una solución extremadamente complicada es precisamente el problema que creyeron los dirigentes judíos se había esfumado: el del pueblo palestino, el del nacionalismo palestino.

Esa ceguera fue resultado de una peligrosa mezcla de triunfo, wishful thinking y olvido traumático del drama humano. La necesidad de supervivencia de un modelo basado en una determinada tradición era incompatible con la asunción auténtica de lo que habían hecho. En parte para justificar su comportamiento se victimizarán. Se producirá una falla enorme entre sus éxitos materiales y su visión permanentemente paranoide. Todos los datos se interpretarán en esa clave.

En una entrada anterior comenté que es realmente difícil pensar que hubiera sido posible (incluso con otros dirigentes) que los árabes-palestinos aceptasen la partición, pese a no estar preparados para la guerra. Por la misma razón, es fácil comprender por qué los aciertos israelíes, su "manera" de hacer las cosas (basada en el realismo y en una visión a largo plazo) que les había llevado al éxito sin precedentes de crear un estado en pocas décadas y resistir una presión enorme del entorno, se iba a trastocar cuando los éxitos parecían permitir cualquier cosa. Incluso aquellas cosas que estaban en contra de la más elemental aritmética y cálculo de fuerzas.

Rumbo a los Mares del Sur

0 comentarios: