miércoles, 3 de diciembre de 2008

La SGAE nos vigila. Por Hermann Tertsch

RESULTA que los sospechosos en el entorno de mi casa, los que hacen fotografías ocasionales cuando salgo de paseo, los que me siguen durante un tiempo y luego se despistan, los que se quedan viendo el escaparate de la pescadería no son txikos de la boina. Dicen. Tampoco son gentes de nuestro Fouché de allende el Miera. Ni siquiera son secuaces de alguna organización paramilitar de algún entusiasta de Carrillo o Largo Caballero. Resulta que quienes, es un suponer, persiguen a este paranoico más bien dejado y olvidadizo, son amantes de la música.

Es la SGAE, nos cuentan, pesebre infinito del socialismo, la que ha decidido poner un vigilante en nuestras vidas. Con nuestro dinero se pueden hacer virguerías. Nos lo demuestra la secta a diario. Lo que no sabíamos es que la SGAE confía en la empresa privada para controlar nuestra intimidad. Dicen que si yo tuviera un idilio con Almudena Grandes -es un suponer- el primero en enterarse sería Teddy Bautista. Aquel calvo simpático que vuela tanto y compra edificios allende los mares, que cobra de todos los españoles y no sabe lo que es una auditoría. Después se enteraría mi mujer que, probablemente molesta, me preguntaría qué sabe Teddy de mí que ella no sepa. Después me pedirían que cambiara de opinión sobre la SGAE. Empezó esta sociedad secreta musical el juego de los espías y policías para vigilar a quienes no respetaran la patente de corso que le dieron sus socios del Gobierno. Se les ha ido la mano y la curiosidad. Vigilan relaciones personales y conductas. Querrán hacer entrar en razón a quienes pensamos que son los auténticos piratas. Con licencia para hostigar y perseguir y quién sabe si para algo más. Si me pasa algo, pregunten por los derechos del autor.

ABC - Opinión

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