martes, 25 de noviembre de 2008

La re-fundición de España. Por Javier Orrico

En estos días de zozobra, supone una gran tranquilidad saber que estamos dirigidos por un hombre que aprendió economía en dos tardes. Sólo un sabio, un Gran Timonel, un nuevo Mao, es capaz de semejante prodigio. Iremos a la ruina, pero llevados por su mano firme y bondadosa, la de quien lleva las ideas en el corazón, como confesó hace unas semanas, en una de esas frases quen han de convertirse en luz para confusos, guía de socialdemócratas sin rumbo, horizonte de liberales arrepentidos.Desde ese día, intento purgarme y entender a Zapatero.

Como el Señor no me llevó por los caminos de la fe, y bien que lo siento, me he abocado al ZPensamiento para ver si en él encontraba ese sendero de verdad y conseguía que nadie quisiera quemar mis libros ni darme dos hostias, lo que ya me ha comunicado algún socialista. Primero creí que también él, después de tantas proclamas anticapitalistas, volvía en la cumbre de Washington a su primera naturaleza, aquella que le llevó a proclamar que Él era partidario de un socialismo “liberal y hasta libertario”. Sus palabras allí, confundiéndose con todos los líderes del imperialismo occidental, como el gran Zelig que es, detrás de Bush con cara de Bush, defendiendo el libre mercado y clamando contra el proteccionismo de los antiglobalizadores –que es, en verdad, lo que tiene en la miseria a los países subdesarrollados, además de sus gobiernos de canallas-, le daban un aura de santidad democrática, de conversión a la economía libre digna de elogio.

Lo que ha ocurrido es que, a su regreso, el mensaje que ha vuelto a mandarnos es que fuera del Estado, o sea de Él, no hay salvación. Ha debido ser el jet-lag del viaje. O quizás que, una vez más, dice en cada sitio lo que le conviene decir. En realidad, Zapatero es un enigma al que hay que juzgar por sus hechos, sin caer en la pretensión de que sus hechos guarden forma alguna de coherencia.

Creo que esa es una de las razones de la fascinación de sus afectos: esa capacidad de ensalmo por la que cualquier cosa que haga, y su contraria, son progresistas. Ha conseguido que las decisiones ya no tengan valor por sí mismas ante su feligresía, porque posee, como el Papa, la presunción de infalibilidad. Las cosas ya sólo se juzgan en relación a Él. Si hubiera dejado, como liberal auproclamado, que la banca hiciera frente a sus responsabilidades y se hundiera la que se tuviera que hundir, que es la ley del mercado (se puede ganar y se puede perder), entonces sus fieles, ceja en mano, habrían aplaudido a rabiar al líder antiliberal y anticapitalista, sin saber que era justo lo contrario.

Si, por el contrario, hubiera nacionalizado la banca, nos habríamos arruinado incluso a más velocidad (imagínense a los tripartitos, los moratinos-sixtinos y las pajines dueños de los bancos, qué espectáculo), pero al menos habríamos jugado al monopoly marxista una temporadita.

Pero lo que no era imaginable es que se vaya a fundir el Estado, metiéndonos en una espiral de deuda y gasto, de subvención de las empresas inútiles que no sobrevivirían en libertad, de estatalización de la economía al modo de Chávez y Chaves, que nos va a sacar de la crisis, sin duda, pero por abajo: por el agujero negro que ha llevado a tantos países a trabajar durante generaciones sólo para pagar las deudas que nobles gobernantes con las ideas en el corazón les dejaron en herencia.

Y además de las deudas, la estatalización económica de la democracias es el ácido (lisérgico) que acaba con ellas, pues termina por dividir a las naciones entre una mayoría que habita el Estado y vive de él, por lo que vota fielmente a quienes le garantizan la continuidad del modelo; y una minoría, las clases medias (profesionales y trabajadores) que ‘laburan’ para sostener a esa mayoría que gobierna y se enriquece a través de grandes maquinarias partidistas. Los ejemplos son muchos, y ninguno bueno, pero en nuestra cultura contamos con modelos notables como el PRI en Méjico, el tripartito en Cataluña y, sobre todo, el peronismo en Argentina.

A los desdichados argentinos, en un país con todos los dones del cielo, les tocó en desgracia un movimiento que, en nombre de los pobres, ha conducido a los bordes de la miseria a casi todos. Menos a la nomenclatura. En las estatalizaciones siempre hay una nomenclatura de touriños privilegiados que se hacen despachos de maderas nobles, usan coches con reposapiés o se hacen reformas de cuarenta millones de pelas en el piso del Ministerio. Como estamos viendo que hace la nomenclatura de ZP, nuestra adaptación curricular del peronismo después de Perón. Ahora les acaban de robar las pensiones, que han pasado a ser propiedad del Estado. Se ve que los Kirchner andaban mal de fondos para silicona.

Por nuestra parte, ayer ya leí que se prepara una reducción de las pensiones del 30%, mientras Carod, el socio catalán del nacional-peronismo, va a dedicar siete millones de euros a estudios e informes, además de haber entregado al Ayuntamiento de Perpignan (La France) veinte millones de pesetas de nuestros impuestos para que se rotulen las calles en catalán, y que así cuando los nacionalistas viajen a la patria perdida (de todos los españoles, habría que recordarles que el Rosellón era España) lean Perpinyà y lloren de emoción con tomate.

Si a todo esto le sumamos las brillantes operaciones de Endesa para favorecer a la Caixa, que acabó con ella en manos italianas; y la de Sacyr-Repsol, que nos va a dejar el petróleo en manos del nuevo imperialismo económico ruso, hasta que seamos la Ucrania del Oeste, la Osetia del sueño largocaballerista, la joya del nuevo Stalin, tendremos un panorama ajustado de la grandeza que nos quedará como secuela del zapaterismo. Esa sí que será la victoria final de la Guerra civil: los petroleros rusos tomando Cartagena bajo la sonrisa del Gran Líder Znegrín. No sé si van a refundar el capitalismo, pero desde luego van a re-fundir España.

Y aun así, lo grave es esta afasia, esta indolencia, este sometimiento de un pueblo al que treinta años de falso enriquecimiento, pelotazos, carritos del pryca, centros comerciales y consolidación de castas feudales, han dejado inerme, descerebrado, silencioso, incapaz de rebelarse ante el expolio que ya ha venido, anestesiado frente a las televisiones zapateras. Siempre se dijo que la izquierda impone cosas, contra la libertad y los trabajadores, que la derecha no se atrevería ni a soñar. Entonces teníamos a Nicolás Redondo. Hoy no son más que empleados de Z.

El blog de Javier Orrico

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