A Zapatero le han sugerido dos veces en menos de una semana que no demore por más tiempo su regreso a León ahora que hace buen tiempo para las mudanzas, pero este hombre es de los que no entienden una indirecta. Primero fueron los electores los que enseñaron la puerta de salida y después ha sido su propio partido el que estaba dispuesto a prescindir de su agradeciéndole los servicios prestados, como cuando se le da el pasaporte a un consejero delegado. En esta última partida de ajedrez, si se me permite usar una metáfora que no es mía sino de Ernesto Ekaizer, ha estado a punto del mate, y sólo se ha salvado gracias al sacrificio de la dama.
Pero empecemos por el principio. El mensaje de las municipales y autonómicas fue inequívoco. No es que el PP arrasara porque obtuvo el apoyo de medio millón más de electores, sino que el PSOE se hundió tras dejarse en el camino un millón y medio de votos, algo que solo cabía interpretar como una moción de censura contra el presidente del Gobierno, explicable por el volantazo a la derecha con el que había gestionado la crisis.
En circunstancias semejantes, lo lógico es quien ha llevado a su partido al desastre asuma alguna tipo de responsabilidad, ya sea mediante un adelanto de las elecciones generales, renunciando a la secretaría general del PSOE o, cediendo la presidencia del Gobierno a alguno de sus correligionarios, si el hecho de no agotar la legislatura se entendiera como anticipar el suicidio. Es evidente que de las tres alternativas ésta última ofrecía muchas dificultades porque tratar de negociar el apoyo a la investidura de un nuevo presidente para unos cuantos meses se antojaba más difícil que barrer hacia arriba una escalera.
Pero empecemos por el principio. El mensaje de las municipales y autonómicas fue inequívoco. No es que el PP arrasara porque obtuvo el apoyo de medio millón más de electores, sino que el PSOE se hundió tras dejarse en el camino un millón y medio de votos, algo que solo cabía interpretar como una moción de censura contra el presidente del Gobierno, explicable por el volantazo a la derecha con el que había gestionado la crisis.
En circunstancias semejantes, lo lógico es quien ha llevado a su partido al desastre asuma alguna tipo de responsabilidad, ya sea mediante un adelanto de las elecciones generales, renunciando a la secretaría general del PSOE o, cediendo la presidencia del Gobierno a alguno de sus correligionarios, si el hecho de no agotar la legislatura se entendiera como anticipar el suicidio. Es evidente que de las tres alternativas ésta última ofrecía muchas dificultades porque tratar de negociar el apoyo a la investidura de un nuevo presidente para unos cuantos meses se antojaba más difícil que barrer hacia arriba una escalera.
Hubiera existido alguna otra variante si el hombre del que se decía que medía mejor los tiempos que un Longines de pulsera no hubiera cometido el error de revelar anticipadamente que no sería el candidato en 2012, un anuncio que, tras las elecciones, habría podido entenderse como el pago por la deuda contraída. De todas las alternativas posibles Zapatero optó por encogerse de hombros, perseverar en su propósito de llegar a marzo de 2012 y seguir adelante con el proceso de sucesión como si nada hubiera ocurrido.
Si lo que se contaba entonces era cierto, Blanco tenía además un interés personal en el pacto. En el caso de que Rubalcaba venciera a Rajoy, seguiría en el machito como su mano derecha y, de perder por la mínima, daría el paso de presentar su candidatura a la secretaría general del partido en el Congreso que tenía que celebrarse tras las generales. Obviamente, una derrota abultada se llevaría a ambos por el desagüe.
Zapatero dejó hacer, aunque sus preferencias por la ministra de Defensa, Carme Chacón, eran visibles hasta para los ciegos. La ministra había seguido una especie de master para la presidencia bajo la batuta de Zapatero, cuyo sueño consistía no ya en dar el relevo a alguien de una generación posterior a la suya sino añadir a este hecho dos elementos que juzgaba revolucionarios: que fuera mujer y, además, catalana. Sin crisis de por medio y con otras expectativas electorales para el PSOE, nadie habría discutido sus planes de sucesión; con el partido hundido en las encuestas, Chacón estaba obligada a ganarse la corona de laureles en el campo abierto de unas primarias. El partido tenía tan asumido el proceso que el llamado sector guerrista mantuvo alguna reunión previa a los comicios para dilucidar a quien de los dos presumibles candidatos –Chacón o Rubalcaba- daría su apoyo
Pero llegó el naufragio y desde el mismo lunes comenzaron los movimientos para impedir la contienda interna, avivados por el hecho de que Rubalcaba debió de comunicar a los suyos que sólo estaba dispuesto a ir al matadero de las generales si era por aclamación. En esas se estaba cuando se produjo la petición del lehendakari Patxi López de celebrar un congreso extraordinario, matiz éste, el de extraordinario, de gran importancia, ya que de haber salido adelante implicaba la renuncia previa a sus cargos de toda la Ejecutiva federal, incluido Zapatero. En otras palabras, López estaba pidiendo su cabeza.
En ese momento, el presidente fue consciente de que se le había tendido una trampa y que, de seguir adelante con su idea en el comité federal de este sábado, habría sido derrotado. Se avino entonces a convencer a Chacón, que incluso después de la propuesta del lehendakari seguía dispuesta a optar a la candidatura, para que renunciara a su propósito y jugó antes sus adversarios la única carta que le quedaba en la manga: o el comité federal del PSOE aprobaba el calendario de primarias tal y como él había comprometido - en el entendimiento de que sólo concurriría un candidato- o convocaría de inmediato las elecciones generales. Por eso del ahorro, la ministra aprovechó para su paso atrás el mismo texto que había preparado para su paso al frente, sustituyendo el presente del verbo quiero que jalonaba su esbozo de programa por el condicional de “quería”.
Con la dama sacrificada, el final de la partida debía arrojar como balance la apertura de las primarias, la celebración posterior de una conferencia política para que el candidato proclamado perfilara sus proyectos y el compromiso de que la convocatoria del Congreso del partido, que a partir del mes de julio ya sería ordinario, no se producirá antes de otra convocatoria, la de las generales, que no sólo dependen de la voluntad de Zapatero sino de su capacidad para convencer al PNV de que su apoyo es lo único que podría evitar la mayoría absoluta del PP, que ahora mismo se da por descontada y que los nacionalistas vascos temen más que a un nublado.
El panorama después de la batalla es ciertamente desolador para los socialistas. El presidente ya no controla ni el partido si su propia sucesión, y es un zombi que se resiste a dejar el Gobierno para completar unas reformas cuyo contenido, más allá de los cambios en la negociación colectiva en la que patronal y sindicatos andan distraídos, es un arcano que, de materializarse en algo concreto, agravaría posiblemente el castigo de los ciudadanos. El PSOE sabe que urge retirar a Zapatero de la escena porque, tal y como le ocurrió a Aznar en 2004, su presencia provoca un rechazo somático que induce a votar contra él aunque no sea candidato. Y lo más terrible de todo es que no puede hacer nada para evitarlo.
«La sucesión estaba ya lanzada desde marzo y fijadas buena parte de las posiciones. Desde el principio, el interés del aparato del PSOE, controlado por Blanco, era el de asistir a unas primarias sin primarias, esto es a la proclamación de un único candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba.»La sucesión estaba ya lanzada desde marzo y fijadas buena parte de las posiciones. Desde el principio, el interés del aparato del PSOE, controlado por Blanco, era el de asistir a unas primarias sin primarias, esto es a la proclamación de un único candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, con el que mantiene una alianza de casi una década. En esa línea trabajó sin desmayo, transmitiendo a federaciones y dirigentes territoriales que sólo encomendándose al vicepresidente y ministro del Interior sería posible un milagro en 2012 o, cuando menos, minimizar la derrota y salvar muebles, vajilla y álbumes de fotos.
Si lo que se contaba entonces era cierto, Blanco tenía además un interés personal en el pacto. En el caso de que Rubalcaba venciera a Rajoy, seguiría en el machito como su mano derecha y, de perder por la mínima, daría el paso de presentar su candidatura a la secretaría general del partido en el Congreso que tenía que celebrarse tras las generales. Obviamente, una derrota abultada se llevaría a ambos por el desagüe.
Zapatero dejó hacer, aunque sus preferencias por la ministra de Defensa, Carme Chacón, eran visibles hasta para los ciegos. La ministra había seguido una especie de master para la presidencia bajo la batuta de Zapatero, cuyo sueño consistía no ya en dar el relevo a alguien de una generación posterior a la suya sino añadir a este hecho dos elementos que juzgaba revolucionarios: que fuera mujer y, además, catalana. Sin crisis de por medio y con otras expectativas electorales para el PSOE, nadie habría discutido sus planes de sucesión; con el partido hundido en las encuestas, Chacón estaba obligada a ganarse la corona de laureles en el campo abierto de unas primarias. El partido tenía tan asumido el proceso que el llamado sector guerrista mantuvo alguna reunión previa a los comicios para dilucidar a quien de los dos presumibles candidatos –Chacón o Rubalcaba- daría su apoyo
Pero llegó el naufragio y desde el mismo lunes comenzaron los movimientos para impedir la contienda interna, avivados por el hecho de que Rubalcaba debió de comunicar a los suyos que sólo estaba dispuesto a ir al matadero de las generales si era por aclamación. En esas se estaba cuando se produjo la petición del lehendakari Patxi López de celebrar un congreso extraordinario, matiz éste, el de extraordinario, de gran importancia, ya que de haber salido adelante implicaba la renuncia previa a sus cargos de toda la Ejecutiva federal, incluido Zapatero. En otras palabras, López estaba pidiendo su cabeza.
En ese momento, el presidente fue consciente de que se le había tendido una trampa y que, de seguir adelante con su idea en el comité federal de este sábado, habría sido derrotado. Se avino entonces a convencer a Chacón, que incluso después de la propuesta del lehendakari seguía dispuesta a optar a la candidatura, para que renunciara a su propósito y jugó antes sus adversarios la única carta que le quedaba en la manga: o el comité federal del PSOE aprobaba el calendario de primarias tal y como él había comprometido - en el entendimiento de que sólo concurriría un candidato- o convocaría de inmediato las elecciones generales. Por eso del ahorro, la ministra aprovechó para su paso atrás el mismo texto que había preparado para su paso al frente, sustituyendo el presente del verbo quiero que jalonaba su esbozo de programa por el condicional de “quería”.
Con la dama sacrificada, el final de la partida debía arrojar como balance la apertura de las primarias, la celebración posterior de una conferencia política para que el candidato proclamado perfilara sus proyectos y el compromiso de que la convocatoria del Congreso del partido, que a partir del mes de julio ya sería ordinario, no se producirá antes de otra convocatoria, la de las generales, que no sólo dependen de la voluntad de Zapatero sino de su capacidad para convencer al PNV de que su apoyo es lo único que podría evitar la mayoría absoluta del PP, que ahora mismo se da por descontada y que los nacionalistas vascos temen más que a un nublado.
El panorama después de la batalla es ciertamente desolador para los socialistas. El presidente ya no controla ni el partido si su propia sucesión, y es un zombi que se resiste a dejar el Gobierno para completar unas reformas cuyo contenido, más allá de los cambios en la negociación colectiva en la que patronal y sindicatos andan distraídos, es un arcano que, de materializarse en algo concreto, agravaría posiblemente el castigo de los ciudadanos. El PSOE sabe que urge retirar a Zapatero de la escena porque, tal y como le ocurrió a Aznar en 2004, su presencia provoca un rechazo somático que induce a votar contra él aunque no sea candidato. Y lo más terrible de todo es que no puede hacer nada para evitarlo.
El Confidencial - Opinión
0 comentarios:
Publicar un comentario