sábado, 28 de mayo de 2011

Desconfianzas. Por M. Martín Ferrand

Parte del problema español, que no es solo económico, reside en que la desconfianza que ganan unos no la pierden otros.

OTRA cosa no, pero desconfiados sí que somos los españoles. No nos faltan razones para ello. La Historia nos ha zarandeado sin muchas consideraciones y, más acá, desde la Transición, se suceden peripecias valiosas en su conjunto y crecientemente deleznables en relación directa con su proximidad. El vodevil de la sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero, incluida la broma de la negación de Carme Chacón de lo que previamente no había afirmado, es un paradigma, inoportuno y triste, de los muchos recelos que se entrecruzan en nuestra paupérrima vida política, de la asustante prevención que, en las cumbres de los grandes partidos, marcan las relaciones entre los líderes estelares y entre quienes quisieran llegar a serlo.

En el PSOE y en sus franquicias de soberanismo modulable y oportunista, es tan grande el reconcomio que lo que verdaderamente debate entre bambalinas no es la sustitución de Zapatero, que no saldrá de La Moncloa hasta que estén contados los votos de las legislativas de 2012, sino el nombre del aspirante a sustituir a Mariano Rajoy cuando agote su(s) mandato(s). Es natural. Es tan grande el destrozo causado por el todavía presidente del Gobierno a la Nación y a su partido que Alfredo Pérez Rubalcaba, el antagonista de turno en el espectáculo solo podría decirle a su secretario general, como don Luis Mejía, a propósito de doña Inés, le dice a don Juan Tenorio:


«... imposible la has dejado
para vos y para mí».

Imposibles el Estado, la Nación, la Patria, los sindicatos, los municipios y las familias.

Parte fundamental del problema español, que no es solo económico, reside en el hecho de que la desconfianza que ganan unos no la pierden otros. Mariano Rajoy encastillado en su indiscutible éxito del 22-M mantiene una notable pluriempleada como número dos del PP y, cauto que te quiero cauto, no anticipa ni una sola pieza de su programa electoral. El que, estimulándonos, podría darle la mayoría absoluta que le permita gobernar. Podría terminar ocurriéndole lo que a Santiago Rusiñol. Este grande de la Renaixença, pintor magnífico y escritor legible, apostó con sus compañeros de tertulia en Els Quatre Gats que la desconfianza nacional impedía vender duros a tres pesetas. Para demostrarlo, recorrió muchos de los pueblos de su Cataluña natal con un cesto lleno de duros de plata colgado del brazo. Se instalaba en las plazas de los pueblos y ofrecía su mercancía a tres pesetas la pieza. No vendió ni un solo duro. A Zapatero ya no hay quien se los compre. Sus duros son de plomo; pero a Rajoy, que los lleva auténticos, puede pasarle, por sobredosis de cautela, lo que a Rusiñol.


ABC - Opinión

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