Qué le vamos a hacer, se nos han amotinado los hijos del zapping, monarcas absolutos del mando a distancia. De ahí esa esquizoide menestra de querencias contradictorias, reflejo de la soberana empanada mental que arrastran sus redactores.
Por no leer, ni siquiera han leído al tal Hessel. Indignaos, apenas treinta tristes folios a doble espacio. Acaso demasiada letra para la generación mejor formada –dicen– de la historia de España. Ni a Hessel, ni a Marx, ni a Bakunin, ni a Trotsky, ni a nadie. Y se nota. Lo peor es que se nota. Tal vez sea eso lo más deprimente. Porque basta echarles una ojeada somera a las que pretenden sus "propuestas" a fin de dar con el genuino autor intelectual: la tele. Ni una sola idea original, por quimérica o descabellada que se antojase. Pero, eso sí, todos los tópicos, lugares comunes y perogrulladas aprendidos en los púlpitos digitales.
Todos, sin excepción. Desde la prohibición de los rescates bancarios permitiendo la quiebra del sistema financiero, fantasía suicida tan cara a los charlistas del género apocalíptico, hasta la manida reducción de los asesores en las administraciones, otro clásico de los arbitristas mediáticos. Amén, naturalmente, del alegre llamamiento a incrementar el gasto "social" y a bajar el sueldo a los políticos, irrenunciables mantras de cualquier demagogo audiovisual que se precie. Una abigarrada sopa de ganso, vaya. Y es que puestos a ocupar la calle, uno esperaría que, al menos, los indignados cargasen con El Manifiesto Comunista en la mochila; subrayado en rojo, a ser posible. Pero resulta que a lo sumo llevan el Teleprograma.
Qué le vamos a hacer, se nos han amotinado los hijos del zapping, monarcas absolutos del mando a distancia. De ahí esa esquizoide menestra de querencias contradictorias, reflejo de la soberana empanada mental que arrastran sus redactores. Por lo demás, igual que ellos se han hecho en la televisión, la televisión los ha hecho a ellos. La televisión, magnificando su ruidosa nada, que no ese juguete, Twitter creo que le llaman. En fin, mayo del sesenta y ocho se acabó justo el día que comenzaban las vacaciones de verano. Al punto, los papás dejaron de remitir el preceptivo talón mensual a París. Así las cosas, a los insobornables revolucionarios de La Sorbona, súbitamente insolventes, no les quedó más remedio que volver a casa. Y algo parecido ocurrirá aquí. Cuando emitan el próximo capítulo de Física o Química, no queda un alma en la Puerta del Sol. Y si no, al tiempo.
Todos, sin excepción. Desde la prohibición de los rescates bancarios permitiendo la quiebra del sistema financiero, fantasía suicida tan cara a los charlistas del género apocalíptico, hasta la manida reducción de los asesores en las administraciones, otro clásico de los arbitristas mediáticos. Amén, naturalmente, del alegre llamamiento a incrementar el gasto "social" y a bajar el sueldo a los políticos, irrenunciables mantras de cualquier demagogo audiovisual que se precie. Una abigarrada sopa de ganso, vaya. Y es que puestos a ocupar la calle, uno esperaría que, al menos, los indignados cargasen con El Manifiesto Comunista en la mochila; subrayado en rojo, a ser posible. Pero resulta que a lo sumo llevan el Teleprograma.
Qué le vamos a hacer, se nos han amotinado los hijos del zapping, monarcas absolutos del mando a distancia. De ahí esa esquizoide menestra de querencias contradictorias, reflejo de la soberana empanada mental que arrastran sus redactores. Por lo demás, igual que ellos se han hecho en la televisión, la televisión los ha hecho a ellos. La televisión, magnificando su ruidosa nada, que no ese juguete, Twitter creo que le llaman. En fin, mayo del sesenta y ocho se acabó justo el día que comenzaban las vacaciones de verano. Al punto, los papás dejaron de remitir el preceptivo talón mensual a París. Así las cosas, a los insobornables revolucionarios de La Sorbona, súbitamente insolventes, no les quedó más remedio que volver a casa. Y algo parecido ocurrirá aquí. Cuando emitan el próximo capítulo de Física o Química, no queda un alma en la Puerta del Sol. Y si no, al tiempo.
Libertad Digital - Opinión
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