jueves, 19 de mayo de 2011

“¿Es esto otro 11-M contra el PP? ¿Está detrás Rubalcaba?” Por Federico Quevedo

Ayer por la mañana estuve en Sol. Resultaba urgente acudir al lugar que se ha convertido en el epicentro informativo de estos últimos días -con perdón a los lorquinos-, para recabar información y, sobre todo, impresiones. A la hora de escribir estas líneas, en una decisión desde mi punto de vista absolutamente equivocada, la Junta Electoral Central había desautorizado la concentración convocada para las ocho de la tarde de ayer, y escribo por lo tanto sin conocer el resto de los acontecimientos consecuencia de esa prohibición. Lo que sé es que a partir de que se conociera el dictamen de la JEC, en las redes sociales creció la indignación y eso no pronosticaba nada positivo. El caso es que por la mañana en Sol el ambiente era bastante tranquilo después de que la Policía permitiera a los que hemos dado en llamar #indignados acampar a sus anchas. Como llevo mucho tiempo, mucho, exigiendo una reacción social ante lo que me parece que es una crisis de orden político-social-económico sin precedentes, en principio lo que está pasando en Sol y todo lo que se mueve alrededor de este movimiento de protesta y de manifestación del desencanto, me atrae y me convence.

Pero no ocurre lo mismo con todo el mundo. De hecho, ayer en Sol mucha gente se acercó a preguntarme por lo que estaba pasando con una doble cuestión que intranquilizaba a la inmensa mayoría: “¿Es esto otro 11M contra el PP? ¿Está detrás Rubalcaba?”. La sospecha de que el ministro de Interior pudiera estar en la génesis de este movimiento no es baladí, de hecho parece ser que puede haber algún militante socialista conocido detrás de alguna de las plataformas y eso ha llevado a determinada gente a concluir que, en efecto, el PSOE está detrás de esto. Pero después de haber seguido durante muchos tiempo la génesis de este movimiento, de haber compartido análisis y comentarios con algunos de sus organizadores a través de twitter y de comprobar ayer in situ lo que realmente hay detrás de todo esto, me atrevo a segurar que no, que esto no es un nuevo 11M contra el PP ni está detrás Rubalcaba. No, esto es una expresión ciudadana de desencanto, de desesperanza, de malestar, de pérdida de fe en la democracia y en sus instituciones que hoy todavía está en una fase embrionaria, pero que puede acabar afectando al sistema si quienes de verdad tienen en su mano afrontar los cambios no hacen nada por evitarlo.


“Un Gobierno del Partido Popular será la última barrera de defensa del sistema, pero para ello tendrá también que afrontar importantes decisiones de regeneración democrática, y no podrá hacerlo solo sino que tendrá que contar con el apoyo del PSOE y de los nacionalismos”, me decía ayer por la tarde un buen amigo y mejor analista. Lo que se está viviendo en Sol es una expresión social de rechazo, de rechazo global… Su lema, “lo queremos todo, lo queremos ahora”, no deja de ser casi una amenaza. Están hartos, y esa expresión de hartazgo no beneficia a nadie, ni al PP que será quien tenga que gobernar y administrar las consecuencias de lo que estamos viviendo, ni al PSOE porque en el fondo esta imagen del desencanto social le va a pasar todavía más factura de la que ya de por sí le iba a pasar la crisis económica, porque buena parte de la culpa de todo esto la tiene un Gobierno que empezó a gobernar haciendo lo peor que podía hacer: dar al traste con todos los consensos de la Transición y poniendo en cuestión la naturaleza misma del sistema.
«Cuando crece el desencanto son muchos los movimientos radicales de uno u otro signo que intentan capitalizarlo para ir en contra del statu quo, y eso es lo que hay que evitar.»
Pero limitar la culpa al Gobierno sería injusto. Toda la clase política es responsable de haber permitido que un sistema joven sin embargo se anquilosara hasta parecer hoy en día un sistema viejo y caduco cuyos resortes y engranajes chirrían de puro óxido. Lo que nació como una democracia de ciudadanos se convirtió pronto en una democracia de partidos a medio camino de la oligarquía. Y no es eso lo que quieren los ciudadanos, solo que hasta ahora estaban dormidos, resignados y parecía que nunca nadie iba a levantar la mano y recordar que esto no era así cuando nació. Lo cierto es que lo que hemos conocido hasta ahora está condenado a cambiar, pero el cambio ha de producirse desde dentro del sistema, que es lo que traté de explicarles ayer a muchos de los chicos acampados en Sol, porque desde fuera van a conseguir muy poco, por no decir nada. Pero sí que es verdad que la inoperancia política puede hacer que en un momento dado el propio sistema esté en riesgo, porque cuando crece el desencanto son muchos los movimientos radicales de uno u otro signo que intentan capitalizarlo para ir en contra del statu quo, y eso es lo que hay que evitar. Cambios, sí. Todos los posibles. Pero siempre respetando los principios básicos que conforman un sistema democrático, que no son otros que el cumplimiento de la Ley, la defensa de la libertad, la división de poderes y la tolerancia.

Por una democracia real ya: decálogo contra la desesperanza

Sobre esa base, ¿es posible plantear reformas que supongan un proceso de regeneración democrática profundo y aceptable por todas las partes, que dé satisfacción a esa demanda de más y mejor democracia, o de democracia real ya como dice la página web de la plataforma que lidera todo este movimiento tuiteado como #15M? Ellos mismos en su Manifiesto ponen las bases, pero no son capaces de establecer los objetivos:

“-Las prioridades de toda sociedad avanzada han de ser la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas.

-Existen unos derechos básicos que deberían estar cubiertos en estas sociedades: derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz.

-El actual funcionamiento de nuestro sistema económico y gubernamental no atiende a estas prioridades y es un obstáculo para el progreso de la humanidad.

-La democracia parte del pueblo (demos=pueblo; cracia=gobierno) así que el gobierno debe ser del pueblo. Sin embargo, en este país la mayor parte de la clase política ni siquiera nos escucha. Sus funciones deberían ser la de llevar nuestra voz a las instituciones, facilitando la participación política ciudadana mediante cauces directos y procurando el mayor beneficio para el grueso de la sociedad, no la de enriquecerse y medrar a nuestra costa, atendiendo tan sólo a los dictados de los grandes poderes económicos y aferrándose al poder a través de una dictadura partitocrática encabezada por las inamovibles siglas del PPSOE.

-El ansia y acumulación de poder en unos pocos genera desigualdad, crispación e injusticia, lo cual conduce a la violencia, que rechazamos. El obsoleto y antinatural modelo económico vigente bloquea la maquinaria social en una espiral que se consume a sí misma enriqueciendo a unos pocos y sumiendo en la pobreza y la escasez al resto. Hasta el colapso.

-La voluntad y fin del sistema es la acumulación de dinero, primándola por encima de la eficacia y el bienestar de la sociedad. Despilfarrando recursos, destruyendo el planeta, generando desempleo y consumidores infelices.

-Los ciudadanos formamos parte del engranaje de una máquina destinada a enriquecer a una minoría que no sabe ni de nuestras necesidades. Somos anónimos, pero sin nosotros nada de esto existiría, pues nosotros movemos el mundo.

-Si como sociedad aprendemos a no fiar nuestro futuro a una abstracta rentabilidad económica que nunca redunda en beneficio de la mayoría, podremos eliminar los abusos y carencias que todos sufrimos.

-Es necesaria una Revolución Ética. Hemos puesto el dinero por encima del Ser Humano y tenemos que ponerlo a nuestro servicio. Somos personas, no productos del mercado. No soy sólo lo que compro, por qué lo compro y a quién se lo compro”.

Con algunos matices, esto es suscribible por cualquiera que de verdad se preocupe por la defensa de los derechos fundamentales de las personas y sufra en carne propia o ajena los excesos de una sociedad de consumo. Pero, ¿cómo corregimos los defectos del sistema? Es aquí donde ayer pude percibir una absoluta anarquía en los planteamientos. Los modelos asamblearios se han demostrado ineficaces, y solo desde una dirección política con principios asumibles es posible liderar ese movimiento y llevarlo a buen término. Principios que podrían resumirse en este decálogo que ayer, amablemente, me proponía uno de los manifestantes:

1- Reforma de la ley electoral para evitar el castigo a las formaciones políticas minoritarias en beneficio de las mayoritarias o los nacionalismos periféricos.

2- Imposición por ley de las listas abiertas en la elección de concejales, diputados autonómicos y diputados y senadores nacionales.

3- Elección directa de alcaldes y presidentes de comunidades autónomas.

4- Establecimiento por ley de un sistema de primarias en la selección de candidatos en los partidos, proceso en el que no solo participen los militantes sino también los votantes.

5- Limitación a ocho años en el ejercicio de cualquier cargo publico electo.

6- Reforma de los reglamentos de las Cámaras para consagrar el principio de respeto a las minorías y la pérdida del poder de las mayorías en las Juntas de Portavoces.

7- Aceptación obligada de las iniciativas populares que conlleven un número de firmas suficiente para ser tomadas en cuenta.

8- Desaparición de todo organismo superfluo de la Administración del Estado (diputaciones, cabildos, mancomunidades, etcétera) y reducción del número de ayuntamientos.

9- Modificar el método de elección de los órganos del Poder Judicial para evitar su politización y garantizar la división de poderes.

10- Inhabilitación por ley de todo cargo público imputado en un proceso de corrupción y prohibición por ley del uso partidario de las demandas judiciales.

En mi opinión, francamente, creo que si un partido político fuera capaz de asumir un decálogo de reformas como este, se llevaría, como se dice popularmente, el gato al agua, pero para eso hace falta audacia y, hoy por hoy, de eso nuestra clase política adolece de manera casi sintomática. Pero para salvar el sistema hace falta arriesgar, y siendo conscientes de que los cambios son inevitables, más pronto o más tarde alguien tendrá que asumir estos retos.


El Confidencial - Opinión

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