Quizás pronto otro íntimo amigo, Mohammed VI, decida estrechar nuestras relaciones ocupando algún islote.
ES evidente que lo negará con obstinación e insidia la caverna del facherío que son todos aquellos españoles que no agradecen esta era de armonía, equilibrio y desarrollo que gozamos desde hace más de un sexenio y que entrará en nuestra historia como «zapaterismo». Pero lo cierto es que, quieran o no los antipatriotas, reaccionarios, cristianos, radicales liberales, peperos, neocon y demás enemigos del progreso, nunca nuestra España ha disfrutado de tan buena imagen y superlativa generosidad como ahora, cuando ya conocen bien a nuestro presidente fuera de nuestras fronteras. Y no crean que hablo sólo de Zimbabue, donde la población aclama las subvenciones españolas a sus organizaciones de homosexuales, uno de sus vectores más pujantes del desarrollo. O de Mauritania y Senegal, cuyos líderes políticos tanto prosperan gracias al dinero público español cuyo flujo es inversamente proporcional al de pateras que desde sus costas se acercan a las nuestras. La África subtropical sabe muy bien que España se comporta con hidalguía, no aires de zafio comerciante como Francia y otros. Los otros europeos, pero también la voraz China o el imperialismo americano, exigen favores o influencia cambio de ayudas. España sólo suplica se eliminen los inconvenientes que previamente se le han creado. El Gobierno socialista español es realmente un amigo amoroso. Que no repara en gastos cuando se trata de promover su infinita simpatía y ese estupendo concepto de las relaciones internacionales de que todas las ideas de bondad en el exterior han de ser obligatoriamente subvencionadas por su propia ciudadanía. Y que siempre es comprensivo cuando un régimen tercermundista con dificultades decide crearle unas cuantas a España para paliar algo las propias. Dado que el prestigio de nuestro país como donante nada exigente se ha extendido por los siete mares, no son pocos los Gobiernos que antes no sabían ni dónde estamos y hoy reclaman nuestra atención y generosidad, unas veces con un secuestro, con una partida de pateras, problemas consulares u ofertas entusiastas para la Alianza de Civilizaciones. Siempre encontrarán una respuesta en una partida presupuestaria por escondida que ésta vaya.
Pero nadie vaya a pensar que esta nueva visión de la generosa omnipresencia española se limita a las ayudas directas de dinero efectivo que reparten todos los ministerios con cariño. Por bienvenidas que éstas sean. Cuando un amigo tiene estrecheces, allí estamos para ayudar. Gibraltar por ejemplo. Mr. Caruana vive estrechamente junto al Estrecho en un pedazo de roca. Quiere crecer. Ahí está el Gobierno español dispuesto a echarle una mano. Primero le otorga categoría de parte en una mesa en la que por lógica solo había dos partes, la del país que demanda su recuperación de la soberanía y la del que desde el Tratado de Utrecht la mantiene. Buen regalo. Pero hay más. Para paliar la estrechez física de Mr. Caruana, se le permite ampliar su territorio. Cierto, no con conquistas bélicas. Dios nos libre. Sólo con camiones que aumentan la superficie de Gibraltar en detrimento de las aguas españolas. Y si nuestra Guardia Civil aún insiste en proteger estas aguas nuestras, se le advierte que ha de acomodarse al talante. Quizás pronto otro íntimo amigo, Mohammed VI, decida estrechar nuestras relaciones ocupando algún islote o puesto fronterizo español. Entonces veremos lo que es el auténtico amor del que somos capaces.
ABC - Opinión