No es posible encontrar un ministro con un balance más desastroso que el de la titular de Cultura, Ángeles González-Sinde. Lo más sorprendente es la perseverancia de su ineficacia.
A estas alturas, nadie, suponemos que con la excepción de ella misma, defiende la gestión errática y desordenada que caracteriza a su departamento. Era de esperar que sus evidentes carencias, como la falta de formación y la inexperiencia en la dirección de equipos, se verían compensadas con la prudencia, la capacidad de aprendizaje y el acierto en rodearse de profesionales bien cualificados. No ha sido así. La ministra de Cultura vive instalada en la autocomplacencia. Sus últimos ataques a las televisiones privadas, tan injustos como desproporcionados, sólo se entienden de alguien que sabe próximo su cese. Una vez más ha buscado complacer a un colectivo, el sector del cine, al que volverá como guionista, y al que ha intentado ayudar desde que ocupa la cartera, en perjuicio del resto de sectores. Las cifras de espectadores demuestran que en esto también ha sido muy poco eficaz. Los recursos multimillonarios que ha destinado o los ataques que realiza contra las televisiones confirman que nunca tendría que haber abandonado su trabajo de guionista. El Ministerio de Cultura es demasiado serio para que se convierta en un juguete al servicio de los caprichos de su titular.
Sinde confunde las televisiones privadas con las públicas, quizá como consecuencia de su escasa experiencia en este terreno, y cree que el cine es el centro de la cultura universal. Hemos defendido y siempre defenderemos el séptimo arte, pero sin sectarismos o miopías.
La ministra olvida que estamos en un Estado de Derecho y no en uno totalitario donde se confunde lo público y lo privado. Lo que exige a las televisiones privadas, y que no aplica a sus amigos del cine, lo debería hacer con las públicas, cuyos multimillonarios presupuestos pagamos todos los españoles. Las privadas prestan un gran servicio público, aunque quizá lo desconozca la ministra, con una serie de programas que se caracterizan por su pluralismo. A esto hay que añadir que pagan unos cuantiosos impuestos que sirven, entre otras cosas, para que reciba su sueldo o reparta generosas subvenciones entre sus amigos del cine. El estado de ánimo y la salud económica de las televisiones privadas invitan mucho más al optimismo que los del cine español. La ministra se confunde en todo en la relación de las televisiones privadas con el cine nacional. Las televisiones han cumplido a rajatabla con la obligación legal de dedicar el cinco por ciento de su facturación a películas y han invertido más de 800 millones de euros desde que la medida entró en vigor, a razón de más de cien millones por ejercicio. Y aunque es cierto que nuestras películas no dejan de perder espectadores año tras año, no lo es menos que los principales taquillazos de las últimas temporadas han sido títulos producidos por las televisiones. Es un hecho que si no fuera por esos éxitos, la debilidad de la industria cinematográfica sería mayor. Por lo tanto, la ministra, más que reproches, debería repartir reconocimientos a las TV o, al menos, guardar el respeto debido desde el Ministerio a las empresas que cumplen con sus compromisos.
La ministra olvida que estamos en un Estado de Derecho y no en uno totalitario donde se confunde lo público y lo privado. Lo que exige a las televisiones privadas, y que no aplica a sus amigos del cine, lo debería hacer con las públicas, cuyos multimillonarios presupuestos pagamos todos los españoles. Las privadas prestan un gran servicio público, aunque quizá lo desconozca la ministra, con una serie de programas que se caracterizan por su pluralismo. A esto hay que añadir que pagan unos cuantiosos impuestos que sirven, entre otras cosas, para que reciba su sueldo o reparta generosas subvenciones entre sus amigos del cine. El estado de ánimo y la salud económica de las televisiones privadas invitan mucho más al optimismo que los del cine español. La ministra se confunde en todo en la relación de las televisiones privadas con el cine nacional. Las televisiones han cumplido a rajatabla con la obligación legal de dedicar el cinco por ciento de su facturación a películas y han invertido más de 800 millones de euros desde que la medida entró en vigor, a razón de más de cien millones por ejercicio. Y aunque es cierto que nuestras películas no dejan de perder espectadores año tras año, no lo es menos que los principales taquillazos de las últimas temporadas han sido títulos producidos por las televisiones. Es un hecho que si no fuera por esos éxitos, la debilidad de la industria cinematográfica sería mayor. Por lo tanto, la ministra, más que reproches, debería repartir reconocimientos a las TV o, al menos, guardar el respeto debido desde el Ministerio a las empresas que cumplen con sus compromisos.
La Razón - Editorial
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