Los graves problemas que acosan a la Nación requieren medidas concretas y drásticas, no espasmódicas.
POR lo que llevamos visto desde que José María Aznar, por sí y ante sí, le designó sucesor, a Mariano Rajoy se le da mejor la teoría que la práctica. Ayer se fue a El Escorial, a uno de esos cursos que alivian la escasez informativa vacacional, y, después de pedirle a José Luis Rodríguez Zapatero que «no haga más el ridículo» con el Estatuto de Cataluña, le invitó a buscar «los grandes consensos nacionales que nunca debieron perderse». Como ya escribió en estas páginas Wenceslao Fernández Flórez, el consenso es la práctica que suelen invocar los representantes de la minoría para doblegar la voluntad de la mayoría. Algo, añado, que no están dispuestos a practicar quienes lo reclaman.
Según Rajoy, «no tiene sentido» que el Gobierno esté 17 meses más resolviendo un problema que ellos mismos han creado y sugiere, otra vez —¡que no decaiga!—, la celebración de elecciones anticipadas. Dado que el líder del PP no se atreve con una moción de censura que, aún perdiéndola, podría ser el gran pregón de su propuesta alternativa, algo que nos debe, y ya que predica consenso como germen del bien nacional, lo que debiera intentar es el suyo con el PNV y CíU, dos fuerzas del centro derecha que, ensimismadas con su matraca centrífuga, están olvidando en demasía el primum vivere que exige la tradición política de la derecha. El philosophariintransitivo siempre fue el consuelo de la izquierda. Esa unión ya tendría la fuerza suficiente para que la teoría de un adelanto electoral pueda pasar a la práctica.
Los múltiples y graves problemas que acosan a la Nación no son para la formulación de grandes y pomposas teorías, requieren la aplicación inmediata de medidas concretas y drásticas, no espasmódicas. Si, como nos dice, Rajoy es consciente de ello, debiera obrar en consecuencia y pasar a la acción. Pedirle a Zapatero que adelante las elecciones en un ejercicio autocrítico y benéfico es tan ridículo como el que el presidente hace con el Estatuty señala el del PP. No perdamos de vista, para no ignorar la dimensión del caos sobre el que nos asentamos, que además del problema económico, paro incluido, estamos ante una crisis institucional de gran alzada. Ayer mismo, en colaboración con Felipe González, Carme Chacón firmaba en El País un artículo —«Apuntes sobre Cataluña y España»— en el que, sin ambages, se afirmaba que la concepción de España como «Nación de naciones» nos fortalece a todos. Pudiera ser; pero, ¿es esa la partitura que corresponde a una ministra de Defensa que ha prometido el texto vigente —no uno venidero, más deseable y benefactor— de la Constitución?
Los múltiples y graves problemas que acosan a la Nación no son para la formulación de grandes y pomposas teorías, requieren la aplicación inmediata de medidas concretas y drásticas, no espasmódicas. Si, como nos dice, Rajoy es consciente de ello, debiera obrar en consecuencia y pasar a la acción. Pedirle a Zapatero que adelante las elecciones en un ejercicio autocrítico y benéfico es tan ridículo como el que el presidente hace con el Estatuty señala el del PP. No perdamos de vista, para no ignorar la dimensión del caos sobre el que nos asentamos, que además del problema económico, paro incluido, estamos ante una crisis institucional de gran alzada. Ayer mismo, en colaboración con Felipe González, Carme Chacón firmaba en El País un artículo —«Apuntes sobre Cataluña y España»— en el que, sin ambages, se afirmaba que la concepción de España como «Nación de naciones» nos fortalece a todos. Pudiera ser; pero, ¿es esa la partitura que corresponde a una ministra de Defensa que ha prometido el texto vigente —no uno venidero, más deseable y benefactor— de la Constitución?
ABC - Opinión
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