jueves, 18 de febrero de 2010

La metamorfosis de Blanco: de gusano a mariposa. Por Juan Carlos Escudier

A salvo de esta tormenta económica tan fastidiosa que tiene a Zapatero con el pelo empapado y pegado a la cara, uno de sus ministros ha consumado una metamorfosis asombrosa, digna de un documental de National Geographic. Se trata de José Blanco, antes conocido como Pepiño, y que a tenor de las consideraciones de sus propios adversarios habría pasado de la fase de gusano a la de capullo, y de ésta a la de mariposa, en la que actualmente se encuentra. Lo de Blanco, transformado ya en Don José, no tiene parangón, y viene a demostrar, en contra de lo que se cree, que el hábito hace al monje y que un cargo bien llevado viste tanto como un traje de Armani.

Del de Lugo se han dicho cosas terribles. Sus propios compañeros veían en él allá por el año 2000 a un tipo desconfiado que convivía con un cierto complejo de inferioridad y que había consagrado su vida a vigilar su huerto y el de Zapatero. Madrugador, austero y con gran capacidad de trabajo, el lugarteniente del secretario general del PSOE dejó pronto de porfiar con Jesús Caldera por el puesto de número dos del partido y se limitó a ser el brazo ejecutor, el hombre al que podía confiarse el día a día de la organización porque jamás discutiría una orden, siempre dispuesto a inmolarse si el líder se lo pidiese o las circunstancias así lo aconsejaran.


apatero no vio sino ventajas en mantenerlo a su lado y, ya en el Gobierno, le situó al frente del partido, con lo que podía estar seguro de controlar hasta la más remota de sus agrupaciones. Blanco fue ganando empaque, tanto por sus propios méritos como por la inestimable colaboración del PP, que al convertirle en una de sus bestias negras no hizo sino facilitarle el trabajo. A medida que crecía la animadversión de los populares, menguaba el desprecio que la vieja guardia del PSOE le había dispensado hasta ese momento.

Uno de sus críticos más feroces fue José Bono, cuya actitud empezó a cambiar poco antes de la victoria electoral de 2008. Blanco le llamó para invitarle a comer muy cerca de la sede socialista, en el restaurante Cuenllas de la calle Ferraz, en Madrid. Nada más sentarse a la mesa, el gallego le explicó el motivo de aquella cita. Zapatero le había comunicado que Bono sería el próximo presidente del Congreso y él le había contestado con un retador “por encima de mi cadáver”. El presidente había despachado el asunto diciéndole que ya se podía ir tumbando. “Te he llamado para que lo sepas por mí antes de que te llegue por otro lado”, le explicó. “Bueno, no te preocupes”, le contestó Bono. “Yo habría dicho lo mismo si el propuesto hubieras sido tú”.

"El más eficaz"

Coincidiendo con su designación como miembro del Gabinete, la valoración de Blanco ha crecido como la espuma. No se trata sólo de que haya dirigentes en el PSOE que se refieren a él como “lo más listo que tenemos en el partido y el más eficaz”, o aseguren que “tiene la autonomía que da haberse ganado la autoridad” y que es “la única referencia del PSOE cuando no está Zapatero”, sino que para asombro propio y de extraños ha empezado a responder preguntas de los periodistas sobre si se ve en el papel de sucesor en el supuesto de que el presidente del Gobierno decidiera no optar a la reelección para un tercer mandato. Y a Cenicienta le encanta que le quieran vestir de princesa, aunque es consciente de que el zapato de cristal es demasiado pequeño para un pie de hobbit.

En consecuencia, el político de cuya formación el PP hacía chanza porque sólo podía colgar en el despacho el título de bachiller, goza hoy de pleno reconocimiento y pasa por ser un estratega, además de un especialista en el arte de interpretar encuestas, a las que parece haber cogido el punto de cocción. Es también el ministro al que se saca a pasear cuando urge plantar cara a la oposición y demostrar que el Gobierno no estaba muerto sino tomando cañas. La transformación también ha sido de imagen. Empezó cambiando de peinado, modernizando la montura de sus gafas y vigilando su peso. De trato personal difícil, el nuevo Blanco parece distinto hasta en los gestos: se mueve como quien se cree importante.

Si la lealtad ha de tener recompensa, su nombramiento como ministro de Fomento no admite ningún pero. Su mérito reside en haberse adaptado perfectamente a su nueva piel. Blanco sabe interpretar su papel y, por ello, recibe inesperados elogios, como los que le dedica Esperanza Aguirre cada vez que se le acerca con la chequera. Del ministro se habla bien porque ha metido mano a los controladores, que eso siempre resulta simpático en la legión mileurista, y porque parece no arrugarse ante las situaciones comprometidas.

Se le ve preparado para las vacas flacas. Ha encargado una auditoría de todo el grupo Fomento y es seguro que habrá sorpresas, empezando por el Plan de Infraestructuras, al que meterá la tijera para adecuarlo a los nuevos tiempos. Le escandaliza que mantener un kilómetro de alta velocidad cueste 100.000 euros al año y el doble si es en túnel. Dicen que no entiende por qué un proyecto de ingeniería cuesta más en la empresa pública que en el mercado, o cuál es la razón para que haya sociedades públicas con el mismo cometido, tal es caso de Salvamento Marítimo y Remar, la filial de los remolcadores. “El plan de eficiencia de Fomento va a dar que hablar”, aseguran en su entorno.

Sus nuevas ocupaciones no le han distraído de sus tareas en el partido. Está al día de las últimas encuestas y se da por seguro que volverá a ser él quien coordine la campaña de los socialistas en 2012, en detrimento de la secretaria de Organización, Leire Pajín. La mariposa que hoy es Blanco revoletea incansable alrededor de Zapatero, condenado a seguir su luz hasta el último destello. En la oscuridad total, las sombras dejan de existir.


El Confidencial

Estamos condenados. Por Emilio J. González

Lo único que cabía esperar es lo que realmente ha sido su intervención en el debate: más de lo mismo. Y en cuanto los mercados se den cuenta de ello, nos van a dar hasta en el carnet de identidad.

La tregua que han concedido los mercados al Gobierno de ZP va a durar menos que la alegría en casa de un pobre. No me cabe la menor duda después de haber seguido la intervención del presidente del Gobierno en el debate sobre la economía celebrado en el Congreso de los Diputados, porque Zapatero sigue sin querer comprender qué es lo que pasa y qué es lo que tiene qué hacer. Lo único que ha entendido es que no puede volver a tratar de envolverse en la bandera del victimismo utilizando de nuevo el argumento de la conspiración de los mercados contra el gran líder internacional que quiere reformarlos porque, además de que eso ya no se lo cree nadie excepto él y sus corifeos, ya sabe los calificativos que le dedicaría la prensa internacional, que no son precisamente buenos. El resto de la lección, por desgracia, sigue sin querer aprenderlo.

Zapatero insiste en que el susto que le dieron los mercados a España recientemente se debía a que los inversores no entendían ni patata acerca de la magnífica situación de nuestra economía, nuestras cuentas públicas y nuestro sistema financiero. Pero como ya ha habido dos miembros del equipo económico que se lo han explicado, ahora están tranquilos. El que no lo está tanto es ZP, porque eso de decir que no se deben hacer informes ni declaraciones sobre lo mal que está España es como cuando se empeñó en calificarnos de antipatriotas a todos aquellos que, desde el primer momento, empezamos a advertir de la que se nos venía encima.

Vamos, que sigue negando la realidad y, además, ahora con ese toque infantil de no digáis nada que pueda asustar a los mercados para que no se den cuenta de que, en el fondo, Zapatero sigue tomándoles el pelo, como nos lo toma a los españoles, y no está dispuesto a apearse del burro. Eso es lo que ha dejado muy claro en sus intervenciones cuando ha dicho que no se va a recortar el gasto ni en protección social, ni en I+D, ni en planes de estímulo, ni en ayuda a los países de ese Tercer Mundo al que el presidente del Gobierno nos está llevando a pasos acelerados. O sea, que mientras pueda va a seguir tirando de chequera para financiar sus ocurrencias y su malentendido progresismo, como si aquí no pasara nada. ¿De dónde van a salir, entonces, los 50.000 millones de recorte en los pagos del Estado? Pues ya se lo pueden imaginar, de ningún sitio.

Como ven, ZP sigue en sus trece en materia de gasto, de la misma forma que tampoco da su brazo a torcer en su esperanza de que la recuperación económica mundial nos saque de la crisis. Eso sería si estuviéramos ante la típica recesión coyuntural, pero no lo estamos. Estamos ante algo mucho más grave. Porque por mucho que se pueda recuperar la economía internacional, que no lo parece si tenemos en cuenta lo que puede pasar en cuanto desaparezcan los paquetes de gasto público para estimular la economía y salvar al sector financiero, aquí pasan cosas mucho más graves. Por ejemplo, la nueva oleada que se aproxima de morosidad del sector inmobiliario, que volverá a castigar a los bancos y cajas de ahorros y a restringir el crédito aún más si cabe. Por ejemplo, el cierre del grifo de la financiación fácil por parte del Banco Central Europeo, que empleaban las entidades crediticias españolas para comprarle al Gobierno las astronómicas cantidades de deuda pública que está emitiendo. En estas circunstancia, como falle alguno de los supuestos de partida de ZP, que es lo más probable, esto se va a venir abajo como un castillo de naipes y entonces sí que nos vamos a enterar de lo que es de verdad una crisis de dimensiones históricas, porque lo que ha ocurrido hasta ahora, con todo lo grave que es, no será más que una broma respecto a lo que está por venir.

El presidente del Gobierno también sigue a piñón fijo en lo referente a su estrategia política para afrontar la crisis. Recuerda que a finales del año pasado ya habló de reformas y de esa dichosa ley de economía sostenible, que ni está, ni servirá para nada. Pero todo es mera palabrería porque de medidas reales y concretas, nada de nada. También pone encima de la mesa la reforma de las pensiones. Por supuesto que hay que hacerla, aunque no en la línea que quiere Zapatero. Sin embargo, ese es un problema de futuro que nada tiene que ver con la crisis actual, su naturaleza y sus causas y la forma de superarla. Y, para rizar el rizo, sigue hablando de un pacto que lo único que persigue es acallar las críticas de la oposición y hacerla cómplice de sus errores.

He de confesar, ingenuo de mí, que cuando me senté frente al televisor para seguir el debate tenía la esperanza, aunque débil, de que ZP anunciara algunas de esas medidas que ha prometido a los mercados para tranquilizarlos. No sé cómo se me ocurrió tal cosa porque, conociéndolo como ya lo conocemos, lo único que cabía esperar es lo que realmente ha sido su intervención en el debate: más de lo mismo. Y en cuanto los mercados se den cuenta de ello, nos van a dar hasta en el carnet de identidad. No les quepa duda de que lo harán sin necesidad de leer ninguno de esos informes o declaraciones sobre la situación económica española que tanto criticó el presidente del Gobierno. Francamente, estamos condenados.


Libertad Digital - Opinión

Truenos y mociones. Por M. Martín Ferrand

TONANTE, el que truena, era un adjetivo reservado a Júpiter, el dios encargado de las leyes y del orden social en la antigua Roma. Desde ayer, y con propiedad, también podemos hablar de un tonante Mariano Rajoy. Espoleado por el ambiente, crecido en su propia responsabilidad como alternativa y, seguramente, harto ya de la palabrería inane con la que suele disparar José Luis Rodríguez Zapatero, el líder del PP lanzó al aire un discurso fundamentalmente político en lugar de la letanía, por mitades moral y tecnocrática, con la que venía calentando el escaño en lo que llevamos de legislatura. No es mucho, pero es una condición sine qua non para poner en valor un liderazgo y una potencialidad de gobierno.

Zapatero, más mañoso que profundo, se ha fabricado un nuevo burladero tras el que esconderse de las embestidas de la realidad social y económica, el pacto. Confía en el pacto, que es tanto como esperar que los demás, sus adversarios, abdiquen de lo que son y compartan el gasto de la situación. El líder socialista tiene despierto el instinto de su propia conservación política y, más cercano al sable que al florete, le atizó un mandoble a Rajoy de difícil parada e imposible devolución. Le invitó a presentar una moción de censura que es, con propiedad, lo que le conviene al caso de un presidente desnortado, a la deriva, y una alternativa que dice tener, aunque no cuente con los votos para su respaldo, la solución al problema que a todos nos aflige.

Como suele suceder, ni los sonoros truenos de Rajoy ni las mañas de Zapatero redimirán nuestras penas. Ya tenemos una nueva comisión, con Elena Salgado de mascarón de proa, para estudiar el intríngulis de nuestros males y buscar, junto con la oposición, bálsamos para los muchos alifafes de nuestra economía. Curiosamente, cuando el paro que nos aflige es la más grave y trascendental consecuencia de la situación, esa comisión diseñada por el presidente y en la que se incluyen un eficaz José Blanco y un etéreo Miguel Sebastián no cuenta con Celestino Corbacho, el ministro fantasma. En el fondo late la resistencia socialista a modificar el marco laboral y reducir el gasto público y el despilfarro de las administraciones. En eso, el PP podría poner en evidencia al PSOE, ya que son sus mejores testimonios de poder, Valencia y Madrid, los más endeudados y gastosos de todos los territorios de la España prefederal.


ABC - Opinión

Zapatero no sirve, Rajoy tampoco. Por Juan Ramón Rallo

Si en 2009 tuvimos un déficit de 110.000 millones de euros y Rajoy se opone a subir impuestos, ¿adónde vamos con un recorte del gasto de 10.000 millones? Ya se lo digo yo: a ninguna parte.

Zapatero miente. Bien, punto para Rajoy. Zapatero es una catástrofe. Bien, dos a cero. Zapatero le genera desconfianza a todo el mundo. Otro acierto. Zapatero carece de capacidad para atajar la crisis. Muy correcto.

El discurso de Rajoy contra la política económica de Zapatero ha sido muy bueno a la hora de mostrar las contradicciones del presidente del Gobierno, el vacío que recorre la inmensa mayoría de sus propuestas y su poca voluntad para sacar adelante las pocas que en verdad están bien orientadas.


Sin embargo, al menos a mí, eso no me basta. Rajoy se postula como recambio de Zapatero, algo que cada vez más españoles van viendo como imprescindible, pese a que una mayoría de esos mismos españoles –en concreto, más de 11 millones– le dieron su respaldo hace menos de dos años.

El recambio ha de ser no sólo en las personas y en su credibilidad frente a los mercados, sino también en las políticas aplicadas. Me parece que Zapatero no es consciente –o no quiere serlo– de la situación en la que se encuentra España, pero me temo que Rajoy tampoco.

Nuestro país –nuestras familias, nuestras empresas y nuestras administraciones públicas– lleva años viviendo muy por encima de sus posibilidades. Nos hemos aficionado al endeudamiento, a gastar más de lo que ingresamos, a divertirnos con el descocado despilfarro y a aburrirnos con el taciturno ahorro. Hemos sido cigarra durante demasiado tiempo y ahora vamos pidiéndoles ayuda a unas hormigas que nos cierran la puerta.

Ha llegado el momento de pretarse el cinturón, de cuadrar las cuentas, de restringir los gastos más prescindibles, de incrementar de manera sustancial el ahorro y de empezar a amortizar todas nuestras deudas pasadas, las públicas y las privadas.

Familias y empresas ya han comenzado a transitar por este camino, pero la administración sigue desmelenada dilapidando nuestro dinero presente y futuro. A los políticos les gusta gastar el dinero de otros y en tiempos de crisis el de los contribuyentes actuales se les queda corto. Esto es lo que ha de cambiar lo antes posible; no queda más remedio que regresar a la frugalidad y la manera más rápida y conveniente de hacerlo es a través del adelgazamiento del Estado.

El PSOE sigue en su absurda estrategia de culpar al liberalismo de la crisis, cuando ésta ha surgido en el sector económico más hiperregulado y controlado de todos: el financiero. A menos que Bruselas se mantenga firme, continuarán aprovechando la coyuntura para incrementar el poder y el tamaño del Estado, aun con pequeños maquillajes. ZP promete disminuir el gasto público en 50.000 millones en los tres próximos años, pero empieza por lo insignificante: este año sólo aspira a recortarlo en 5.000. ¿Alguien se cree que en dos años lo minorará en 45.000?

Rajoy ha subido a la tribuna protestando contra el despilfarro, lo cual está muy bien. Pero ha hecho dos peticiones concretas a Zapatero algo incompatibles: que no suba los impuestos y que baje este año el gasto público en... 10.000 millones, algo que puede lograrse simplemente con no repetir el Plan E.

¿Cómo lo diría? No soy en absoluto partidario de subir impuestos, y por eso mismo tampoco lo soy de subirlos por la puerta trasera, esto es, emitiendo deuda. Lo prioritario ahora mismo es acabar con el déficit y para ello sólo hay dos vías: o más impuestos o menos gasto. La primera es infinitamente peor que la segunda, pero es mejor que continuar cebando la deuda. Si en 2009 tuvimos un déficit de 110.000 millones de euros y Rajoy se opone a subir impuestos, ¿adónde vamos con un recorte del gasto de 10.000 millones? Ya se lo digo yo: a ninguna parte.

Es hora de desmantelar el Estado central y el autonómico, de devolver a los individuos las competencias que nunca deberían haber perdido, de convertir a los presupuestos en documentos anoréxicos, de privatizar todas las empresas públicas que inexplicablemente sigan existiendo y, sí, una vez el déficit desaparezca, de bajar impuestos.

Pero ni Zapatero ni Rajoy quieren cambiar el insostenible modelo económico de España. Por eso se pelean en las formas aunque los dos estén diciendo esencialmente lo mismo; por eso el PP ha apoyado todas las propuestas económicas importantes que ha planteado este Gobierno; por eso si hoy no pactan es por puros cálculos electorales y no por desavenencias de programa; por eso desde fuera nos miran con desconfianza. Es de risa que ante un océano de gasto, Zapatero quiera drenar unas gotitas y Rajoy unos vasitos.

Zapatero tiene que largarse, sí, ¿pero para poner a quién?


Libertad Ligital

Enmienda a la totalidad. Por Ignacio Camacho

NI pactos de Estado, ni cabildeos de salón, ni enredos de alcoba. A Rajoy es menester agradecerle su sinceridad de negarse a los paripés y poner las cartas boca arriba. Su enmienda a la totalidad lo aboca al vértigo solitario y sin red de una apuesta a todo o nada, pero al menos tiene el mérito de dejar caer las caretas y abandonar el disimulo. En circunstancias como las actuales, ganar tiempo es la manera más deshonesta de hacérselo perder a los demás. Zapatero ya no tiene nada que ofrecer; se le han acabado las ideas, los argumentos y hasta las excusas, y al reprochárselo de manera tajante y desabrida el jefe de la oposición ha dicho lo que piensan muchos millones de españoles. Él corre con el riesgo de que sean menos de los que necesita o calcula.

El presidente ni siquiera lució a la altura dialéctica que suele cuando se faja. Agotados sus célebres trucos de ilusionismo político, se limitó a adormecer las críticas con una letanía de vaguedades favorecida por el formato lánguido del debate. Se mostró inmune a la autocrítica y persistió en sus recetas indoloras -ni ajuste ni sacrificio- prometiendo para pasado mañana la recuperación de una crisis que estuvo negando hasta anteayer. No anunció nada, no concretó nada, no definió nada: sólo acuerdos genéricos que apenas se molestó en precisar. Fue una versión espesa de sí mismo; era el Zapatero autocomplaciente, vaporoso e irreal de siempre en los conceptos, pero no el Zapatero ágil, resuelto y brillante en las formas. Trataba de jugar a estadista moderado para ahorrarse palos, y lo logró a medias porque en la víspera había sedado a CiU con el cloroformo del pacto. Pero con cuatro millones de parados, once puntos de déficit, un tejido social devastado y una crisis de confianza financiera internacional, el tipo no encontró mejor medida que... ¡una comisión! para seguir hablando de la nada. Olé tus c..., Romanones.

Rajoy hubiese embestido igual ante otro discurso porque había decidido plantear un órdago sin matices, pero encontró a su rival tal como lo deseaba; impermeable, estático y satisfecho. Liquidó cualquier especulación pactista y eligió descargar un vapuleo. Señaló al presidente como el primer problema e invitó a acabar con él hasta a los propios socialistas, una frase que acabó acaparando el ruido de los titulares y provocando un cruce surrealista sobre la moción de censura; Zapatero, la presunta víctima, le retó a presentarla «si tiene coraje» (traducción: «si tiene huevos»), mientras el presunto interesado la descartaba porque aunque tenga coraje, o lo otro, no le sirve sin apoyos. La alternativa apenas apareció, salvo la de esperar y quedarse al margen; áspera honestidad que prefigura otros dos años de bloqueo y desgaste en los que está por ver quién resistirá más: si un Gobierno calcinado, una oposición despechada o una ciudadanía arruinada y harta a la que nadie pregunta por su límite de aguante.


ABC - Opinión

El Estado, la zorra que cuida del gallinero. Por Juan Perea

Salgo de un parking del centro de la ciudad y me veo rodeado de edificios que no hace mucho eran ocupados por sedes y oficinas de grandes bancos. Hace ya unos años que, aprovechando la situación del mercado, sus gestores vendieron estos inmuebles consiguiendo sustanciosas plusvalías. Gran sentido de la oportunidad y fino olfato para los negocios el suyo. Siguiendo la vieja máxima que aconseja que el último euro lo gane otro, presentaron sus ofertas de un modo atractivo. Mientras los financieros se preparaban para ajustar sus costes y engordar sus cuentas de resultados, un interesado tocaba a su puerta.

Casualmente se trataba del comprador perfecto, con grandes bolsillos, sin demasiados miramientos cuando se trata de fincas de primera, que aprecia las buenas ocasiones y que siempre paga. Seguramente ya habrán adivinado de quién se trata. ¡Bingo! De ustedes, de ellos y de mí, organizados y representados por el Estado. Somos los orgullosos poseedores de los edificios más emblemáticos de todas las ciudades de nuestro país.


Hasta aquí todo bien (¿o no?). En principio, no veo ningún mal en que el Estado (tratándose de un país del ‘primer mundo’) ocupe estos lugares y se haga cargo de su mantenimiento, si ello redunda en beneficio de los ciudadanos y siempre que otras inversiones (en educación, sanidad, otros gastos sociales e infraestructuras) estén cubiertas. Pero en mi opinión, el problema es, cuando menos, triple: la ciudadanía disfruta poco de esos bienes adquiridos recientemente, su aprovechamiento es dudoso, y no se tenía el dinero para pagarlos.

Son pocos los sitios que se han dedicado a actividades culturales al alcance de todos. Muchos se emplean para trámites burocráticos que podrían solucionarse ‘virtualmente’ (¿qué fue de aquellos planes de adaptar la administración pública a las nuevas tecnologías?) y en algunos es bien visible la escasa actividad que se desarrolla allí. La falta de previsión que se ha tenido, cuando no derroche, salta a la vista cuando se examina la situación de las arcas del Estado.

No, no teníamos ni tenemos los recursos necesarios para esa inversión inmobiliaria. Somos uno de los países más endeudados del mundo tanto externa como internamente. La situación es similar a la de aquel que se está ahogando (nuestro país) y al tocar fondo (nos dicen que ya ha ocurrido) puede tomar impulso para salir a flote. Ve la luz, la posibilidad de respirar (los ‘brotes verdes’), su esperanza. Ahora bien, ¿dispone de la suficiente cantidad de aire para llegar a la superficie?

Creemos que los Estados siempre disponen de los recursos suficientes para evitar la bancarrota (“los países no quiebran”, que diría el banquero), que no se ahogan. Pero la falta de aire puede provocar lesiones permanentes en los que sufren asfixias severas. Esos traumas requieren de graves cuidados y muchas veces resultan en retrasos permanentes respecto a un normal desarrollo.

El mal se agrava cuando uno observa y sufre la actitud y la aptitud de los encargados de ‘la cosa pública’. Los políticos que gestionan nuestro Estado, sean del color que sean y en cualquiera de las administraciones, nos ofrecen un espectáculo lamentable y su ineficacia alcanza cada día cotas más altas. Los escándalos de corrupción (muchas veces relacionados con el sector del ladrillo y los inmuebles) invitan a pensar que tenemos a la zorra cuidando el gallinero. Se nos quiere consolar como a niños, diciéndonos que no todos son iguales, que los corruptos son una minoría. Pero dan la impresión de que solo vemos la punta del iceberg. Además, los que son detenidos e inculpados enseguida salen en libertad, sin devolvernos un euro de lo robado e incluso rehabilitados en sus partidos.

Sociedad civil y educación

El espectáculo alcanza el carácter de drama a la vista de los resultados de tan negligente actuación para un gran y creciente número de familias españolas. El descontento se expande entre todos nosotros como se refleja en todos los medios. De ello dan fe los foreros de ‘El Confidencial’. Sus palabras me recuerdan a aquellas del tribuno Marco Livio Druso: “¿Pero es que ha habido algún gobierno que no sea embustero y esclavizador, asesino, ladrón y opresor, enemigo de todos los hombres en su ambición de poder?”. La respuesta de nuestro sistema político no parece que satisfaga a nadie y aparece el fantasma de lo que dijo Aristóteles: “Las repúblicas declinan en democracias y las democracias degeneran en despotismos”. No soy pesimista pero creo que para regenerar nuestro sistema político se requiere la implicación de todos o, por lo menos, de muchos.

Una democracia real no consiste en otorgar el derecho a voto a quienes conviven bajo ese régimen. La democracia no se materializa solamente en el acto de votar cada cuatro años y dejar que los políticos elegidos campen a sus anchas en el intermedio. La verdadera y efectiva democracia se fundamenta en dos elementos esenciales, vitales para su existencia: la sociedad civil y la educación. Ya he escrito en este blog sobre la necesidad de reconstruir nuestro sistema educativo sobre las bases de descubrir y desarrollar las capacidades de cada individuo, el respeto a la pluralidad y la enseñanza de los valores indispensables para vivir en democracia. Depende de nosotros el organizarnos como sociedad civil y asegurar la existencia de canales efectivos de comunicación entre los ciudadanos, los expertos y los políticos, responsables últimos, cuando gobiernan, de la gestión del Estado.

Estamos a tiempo. Druso, escribe Taylor Caldwell en ‘La columna de hierro’, no se dio cuenta hasta el momento de su asesinato de que la corrupción es irreversible cuando ha llegado a pudrir el alma de una nación. Creía que una nación corrompida podía volver a ser pía y virtuosa ‘sólo con que el pueblo lo quisiera’. Yo también creo en el poder de una sociedad civil bien organizada y liderada por personas con un reconocido prestigio y guiadas por el interés común. Y para reducir las tentaciones que el ejercicio del poder conlleva, que ponga límites a la actividad del Estado y sus numerosas administraciones y que impulse la racionalización de su aparato.


El Confidencial

Guerra de trincheras. Por Cristina Losada

Reto digno de un jefe pandillero ese puyazo retórico que en otros barrios cursa como "tú no tienes lo que hay que tener" o "si fueras hombre". Penoso que un lance de baja estofa resulte el momento cumbre del debate.

Llegó precedido por gran redoble de tambores. Gobierno y oposición iban a medir fuerzas en torno a una promesa: sacar a España de la crisis. Como si se pudiera hacer, desde la política, algo más que facilitar o dificultar la salida del atolladero. Vanitas vanitatum. Pero en lugar de una ofensiva napoleónica, dinámica y arrolladora, una Blitzkrieg, vimos el preludio –¿o continuación?– de una larga guerra de trincheras. Anotaba Orwell sobre el particular, tras su experiencia en el frente de Zaragoza, que había cinco cosas importantes para sobrellevarla: leña, comida, tabaco, velas y el enemigo. Por ese orden. "La preocupación real de los dos ejércitos era mantenerse calientes".

Para caldear el ambiente, pelea de gallitos. Ahí, el desafío del presidente del Gobierno al líder de la oposición: "Si tiene valentía, presente una moción de censura". La bravuconada española del estereotipo. Reto digno de un jefe pandillero ese puyazo retórico que en otros barrios cursa como "tú no tienes lo que hay que tener" o "si fueras hombre". Penoso que un lance de baja estofa, propiciado por el caos comunicativo del PP, resulte el momento cumbre del debate y oscurezca lo que ya apareció entre nubes de polvo. Una moción de censura no precisa de coraje macho, pero sí hace falta valor, el necesario para arriesgar votos a la hora de practicar reformas indispensables. Sin embargo, de la del mercado laboral, clave para el empleo, a poco más se atrevieron Zapatero y Rajoy que a pronunciar su nombre. De acabar con su rigidez, ni sombra.

El Gobierno evacuó un discurso más estructurado que la oposición, pero no por ello creíble. Tras el ritual anuncio de la inminente eclosión primaveral, Zapatero contradijo, vaya sorpresa, prédicas pasadas que descartaban cualquier recorte o cambio, salvo la quimera de transformar el "modelo productivo" por decreto. Ahora quiere tener listas, en dos meses, reformas que no se han hecho en décadas. Como si fuera coser y cantar. Y reformas vagarosas, en cuyos detalles se guardó de entrar. ¿Responsabilidad? Proclamaba orgulloso que la asumía y, al tiempo, la pasaba a otros: agentes sociales, Pacto de Toledo y los partidos, todos llamados por el muecín a un fraternal diálogo de besugos. Se crea, para tal ceremonia, una Comisión, sabio consejo de Bonaparte a los que no quieren resolver un problema. Ganar tiempo, embarullar, leña y paciencia en la trinchera. Ah, y coche eléctrico. Ya escampará.


Libertad Digital - Opinión

La vileza de la nada. Por Hermann Tertsch

NUESTRO presidente apura y calcula sus tiempos. Se los toma para charlar complacido con los chicos del cine, pero no tiene tiempo para ir a ver a los familiares de nuestros muertos. De nuestros muertos. De los cientos de Guardias Civiles y Policías caídos en acto de servicio en defensa de nuestra democracia y nuestro Estado, de los cientos de civiles asesinados sólo por ser decentes, españoles y demócratas. Viva la fiesta goyesca y que les den dos duros a los hombres y mujeres de bien que han perdido a sus seres queridos por el terrorismo nazi vasco y sus secuaces en toda nuestra geografía. Viva la juerga del glamour y que se mueran de asco todos los que en defensa de nuestro Estado se han dejado la vida, su salud, su felicidad o su futuro.

Muy bien por tanto la aparición de la señora Sonsoles con toda la titirerada -de la que excluyo muy claramente a Álex de la Iglesia, por fin un hombre digno en la tropa-, pero qué pena que la señora del coro no tenga tiempo para Irene Villa, para los miles de familiares de los muertos por el terrorismo, para los lisiados física y espiritualmente por las garras del mesianismo nacionalista asesino. Está claro que tanto el señor de la Zeja como su señora comparten más la fiesta que la tragedia, más la juerga que el dolor de los españoles. Pero ya hoy da casi igual porque todos deberíamos saberlo. Nuestra pareja de la Moncloa tiene sus afectos tan bien distribuidos como sus tiempos. Nuestros muertos, a manos de quienes han sido durante mucho tiempo aliados estratégicos de nuestros gobernantes, no importan tanto como Amenábar. Nuestros héroes, soldados en lucha contra el terror en territorio enemigo, nuestras Fuerzas de Seguridad, no merecen lo que por supuesto hay que dar a nuestros comediantes. Nuestras víctimas, todos los españoles mutilados por la pérdida de sus padres, hijos, hermanos y familiares en general, no tienen la categoría de nuestros chicos de la alfombra roja, el moño, el vestido estupendo y la sonrisa floja. Pobres muertos nuestros. Pobres nosotros que no saltamos indignados ante el monstruoso agravio comparativo de la parejita de La Moncloa.

Quizá Zapatero sea simplemente un cobarde, aparte de un insensato que ha conseguido hundir a este gran país al nivel de Letonia en seis años. Que es tan cobarde que sólo va a donde se le sonríe, a donde le sonríen aquellos a los que él paga, subvenciona y privilegia con el dinero de todos los españoles. Quizá sea también verdad que este país está repleto de cobardes. Que entienden y aceptan todos la cobardía de su presidente electo y consideran normal lo que es simplemente intolerable. Que asumen con naturalidad la absoluta vergüenza de lo que está sucediendo. Pero como español debo decir que no todos somos así y que el desprecio hacia algunas actitudes nos producen náuseas todavía a muchos. Gracias a Dios somos muchos, aunque por desgracia quizá no mayoría. Pero da igual cuántos seamos porque la náusea es auténtica. Mucho más que los elogios falsos e interesados y esa repugnante equidistancia de tantos que quieren calcular riesgos en carrera y cartera antes de definirse.

Ante estos gestos de infamia, a mí el debate económico de ayer en el Congreso de los Diputados me trae al pairo. Cierto es que el señor Mariano Rajoy quiso presentar una alternativa a nuestra deriva a la catástrofe, que cada vez es más evidente. Como lo es que el presidente Zapatero no dijo absolutamente nada en ese discurso inane y ofensivo a toda inteligencia al que nos ha acostumbrado. Y ante el que toda indignación es poca. Nada, nada y nada es el resumen de esa retórica vacía e inepta con que nos obsequió una vez más esta pesadilla de caudillo menor que ha destruido su partido, ha humillado a su país y lastrará la vida de nuestros hijos. Si económicamente nos ha hundido, moralmente supone un desastre tan mentiroso, tonto y cruel como nunca lo tuvimos desde la dictadura.


ABC - Opinión

Rajoy a Zapatero: “Déjese de comisiones y gobierne”. Por Federico Quevedo

Fue en octubre de 2008 cuando el presidente del Gobierno, haciendo gala de eso de lo que tanto ha presumido y de lo que tanto ha carecido, es decir, de talante, hizo un llamamiento al diálogo, al consenso, al acuerdo, y propuso al líder de la oposición la creación de mesas de trabajo sobre las reformas estructurales que necesita nuestro país para salir de la crisis. Y hasta hoy. No tiene palabra, nunca la ha tenido, por eso su sola presencia genera unos niveles de desconfianza difícilmente alcanzables por cualquier otra persona.

Ayer, Mariano Rajoy fue certero, contundente, implacable: el problema se llama José Luis Rodríguez Zapatero, y mientras él sea presidente del Gobierno este país difícilmente podrá salir de la crisis grave en la que se encuentra. La solución pasa por tres escenarios que Rajoy planteó con precisión: o rectifica, o convoca elecciones, o los que le apoyan le dejan caer. Probablemente no se cumpla ninguna de las tres, pero al menos el líder de la oposición hizo lo que el guión de esta tragicomedia exige: situar el problema, ofrecer la solución y plantear la alternativa. ¿Y qué hizo Rodríguez? Como toda solución a la crisis sólo se le ha ocurrido una idea brillante: una nueva comisión. Para echarse a llorar.


Rajoy, me consta, se ha guardado buena parte del catálogo de propuestas para más adelante. Quedan, por desgracia, todavía dos años de esta legislatura, dos años de agonía y calvario en manos de un presidente que ayer demostró una vez más que sigue instalado en la trampa y la mentira por sistema, y en ese tiempo Rajoy tendrá que jugar varias veces a esta especia de tú la llevas que se ha inventado Rodríguez para evitar asumir su responsabilidad.

Para nuestra desgracia, el debate de ayer no fue el último, por más que en los días previos se quisiera plantear como la madre de todos los debates… Veremos nuevas reediciones del mismo en los próximos meses, volveremos a escuchar a Rodríguez hablar de pactos y anunciar la salida inminente de una crisis en la que la economía española se ha instalado sin atisbo de recuperación a medio plazo, independientemente de que crezcamos al 0,1 o decrezcamos al -0,3: lo importante es que no hay expectativas, es que ha cundido el pesimismo en nuestra clase empresarial y en la ciudadanía, y eso va a ser difícil de cambiar en los próximos meses. Si a eso se une la amenaza cierta de una crisis de deuda y de una crisis financiera, el panorama puede resultar desolador.

Actitud complaciente de CiU

Por eso es importante que, aún habiéndose guardado en la cartera el conjunto de su alternativa, ayer Rajoy pusiera sobre la mesa al menos las bases de lo que debe ser el fundamento de una política económica acertada para buscar la salida de la crisis y la mejora de competitividad de nuestra economía: ajuste fiscal, recuperación de la Ley General de Estabilidad Presupuestaria, no aumentar los impuestos, reforma del mercado laboral, reforma del sistema financiero y otras reformas estructurales como la educación o la energía.

Ése es el único camino para empezar a enderezar las cosas y generar confianza en los mercados y en los sectores económicos, es decir, para empezar a invertir de nuevo en nuestro sistema productivo. Pero mientras siga Rodríguez al frente del Gobierno, esa confianza no llegará nunca. De ahí la importancia del mensaje de Rajoy a quienes ahora le apoyan. Es verdad que puede sonar a canto de sirena, pero ya veremos dentro de un año, cuando el PSOE haya perdido las elecciones en Cataluña y se haya llevado un buen correctivo en las municipales y autonómicas de 2011, si ese mensaje sigue pareciendo una boutade, o empieza a tener más sentido.

El debate de ayer no era un debate para examinar a Rajoy, sino para examinar a Rodríguez, para poner frente a su responsabilidad en esta crisis, y en ese sentido el discurso de Rajoy fue impecable. Fue un discurso de censura que, sin embargo, se vio atenuado por la actitud complaciente del portavoz de CiU, Duran i Lleida, y él sabrá porqué, y tendrá que dar explicaciones a su electorado de las razones que le han llevado a servir de salvavidas de Rodríguez y de la política que ha conducido a este país a la peor crisis de toda su historia, una crisis que está acabando con algo tan apreciado en Cataluña como es ese tejido industrial de pequeñas y medianas empresas que se están viendo obligadas a cerrar asfixiadas por las deudas, los impagos y la ausencia de crédito.

Sólo hay una salida a esta situación, las elecciones generales, y aunque es verdad, como ayer dijo Rajoy, que esa prerrogativa le corresponde al presidente del Gobierno –la de convocarlas- y no da muestras de querer hacerlo, también lo es que si la sociedad, si la opinión pública se lo exige con la suficiente contundencia, puede que sea posible doblegar su voluntad y acabar y poniendo la solución de este problema en manos de los ciudadanos a través de las urnas. Lo contrario significará nuevas frustraciones como el debate de ayer y el discurso vacío y hueco de Rodríguez Zapatero.


Periodista Digital - Opinión

La nostalgia franquista de Zapatero. Por José García Domínguez

"De lo que no se puede hablar, más vale no decir nada". Suprema razón de que aprovechara su minuto de gloria en todos los telediarios para denunciar no sé qué del devengo de impuestos y tasas en las facturas de comercios al por menor y ultramarinos.

En alguna parte le he leído a Indro Montanelli que el Caudillo guardaba dos montones de carpetas sobre la mesa de su despacho en El Pardo. Según su acreditado testimonio, una de aquellas montañas de papel la integraban los asuntos que el tiempo se encargaría de resolver por sí solo. A su vez, la otra agrupaba los expedientes que, laborioso, el mismo tiempo había resuelto ya. Por lo visto, el Generalísimo se limitaba a mover las carpetas de un montón a su gemelo a medida que iban pasando los años y era informado por sus propios de la feliz solución de todos aquellos tediosos incordios patrios. E se non è vero, e ben trovato, que diría el otro.

Un sucedido, ése, llamado a corroborar que Franco, siendo muy franquista, era todavía mucho más español, sin embargo. Pues encierra la respuesta a esa incógnita nada baladí que acaba de plantear Zapatero desde la tribuna del Congreso. A saber, si la estructura y rigidez de nuestro mercado de trabajo resultan ser tan disfuncionales y hasta aberrantes ¿cómo es posible que ningún Gobierno lo haya alterado en nada sustancial a lo largo del último cuarto de siglo? Venga, átenme esa mosca por el rabo. En fin, aventajado discípulo de Napoleón, que siempre aconsejaba crear un comité si se pretendía que cualquier problema no se resolviera jamás, el presidente acaba de anunciar la preceptiva comisión que habrá de tratar, entre otros, de ese asunto.


Por su parte, Rajoy, además del Marca parece que ahora también lee a Wittgenstein. Como que se ha tomado a pecho la más célebre máxima del Tractatus: "De lo que no se puede hablar, más vale no decir nada". Suprema razón de que aprovechara su minuto de gloria en todos los telediarios para denunciar no sé qué del devengo de impuestos y tasas en las facturas de comercios al por menor y ultramarinos. Que de lo otro, tiempo habrá de hablar. He ahí, pues, la gran enmienda a la totalidad económica, ideológica, política y cultural que representa don Mariano al tedioso, rutinario y cansino ir tirando de Zapatero. Por cierto, las decenas, cientos de carpetas que debe guardar amontonadas ahora mismo en su despacho de La Moncloa. Y aún se creerá antifranquista, el pobre.

Libertad Digital - Opinión

Debate con papeles cambiados

COMO es notorio, la crisis económica no se soluciona con un debate en el Congreso de los Diputados.Sin embargo, la opinión pública ha percibido con claridad que la respuesta de José Luis Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy ante el gran desafío que afecta directamente al futuro de los españoles se plantea en términos muy diferentes. El presidente del Gobierno sigue empeñado en esperar que los problemas se arreglen por sí mismos y carece de un programa coherente para afrontar una crisis que hace saltar todas las alarmas. La propuesta de crear una gran comisión negociadora es sencillamente absurda, porque todo el mundo sabe que es una forma de huir hacia delante y que sólo sirve para eludir la responsabilidad de un Ejecutivo dispuesto a ejercer como «oposición» al PP con fines puramente electoralistas. En cambio, Rajoy ofreció ayer la mejor versión de un líder dispuesto a afrontar en serio los problemas que preocupan a los ciudadanos y dejó muy claro que sólo los sectarios incorregibles pueden reprocharle la falta de propuestas concretas para suplir la incapacidad de un Gobierno superado por las circunstancias.

Rodríguez Zapatero intenta marear la perdiz cuando reprocha al PP que no se atreva a presentar una moción de censura, porque él mismo no está dispuesto a plantear a la Cámara una cuestión de confianza. El único objetivo es ganar tiempo a ver qué pasa, como si la crisis se fuera a arreglar por sí sola. Es evidente que el PSOE plantea una maniobra partidista con la propuesta de cuatro pactos formulada en términos que inducen a pensar que se trata de ganar apoyos para la Ley de Economía Sostenible, un conjunto de ocurrencias incongruentes que demuestran la falta de un plan efectivo. La contundencia de Rajoy puso de relieve la pasividad del Gobierno, que también fue objeto de críticas muy fundadas por parte de los demás grupos, incluidos sus socios para la aprobación de los presupuestos o para salir del paso en algunas escaramuzas parlamentarias. Rodríguez Zapatero debe gobernar y no buscar ventajas en una crítica permanente hacia la oposición, mediante la falacia de transferir al PP las responsabilidades que incumben en exclusiva al Gobierno. El debate de ayer puso de relieve que el proyecto político del PSOE está agotado antes de llegar a la mitad de la legislatura y, en estas condiciones, hay motivos muy serios para temer que la crisis se instale de forma permanente en la economía española.

ABC - Editorial

El calvario de Zapatero se alivió en el debate de ayer. Por Antonio Casado

Enésimo debate sobre la crisis económica. Vamos por la docena, si no me fallan las cuentas. Éste colgaba de una percha: los llamamientos al Pacto de Estado exigido por una situación de emergencia nacional. Por ahí pasaron todas las intervenciones de ayer. Sin resultados concretos, más allá de la comisión delegada de Zapatero, pero sin Zapatero, para intentar acuerdos de actuación conjunta en los dos próximos meses. O sea, que volvimos a ver al Zapatero voluntarista que parece una fábrica de anuncios.

En cuanto a Rajoy, también más de lo mismo. Agorero, pesimista y siempre negativo, nunca positivo, aunque en su primera intervención estuvo políticamente muy eficaz. Más que en la segunda. Era su gran ocasión después de haberse escenificado algo parecido al hundimiento del Gobierno por bancarrota de la economía nacional. Zapatero estaba en las últimas y todo el mundo miraba hacia el presidente del PP para saber cómo iba a reaccionar el aspirante, el líder de la oposición, el gobernante alternativo ¿Y qué propuso Rajoy? Que el Gobierno haga la política económica al dictado del PP. Y si no, que los socialistas echen a Zapatero. Insólito ¿A qué genio extraviado se le habrá ocurrido semejante chiste? Con ese tipo de propuestas, lo único que consigue Rajoy es darle oxígeno a Zapatero que, a su vez, se ha envuelto en la bandera del pacto para dejar solo a Rajoy, O al menos, para que lo parezca. Ayer vimos a un Zapatero aparentemente menos acorralado y menos a la defensiva que en los anteriores debates sobre la crisis.


¿Qué ha cambiado? Mejores datos sobre la situación económica (menos malos, por ser precisos) y la predisposición de terceros a echar una mano. Zapatero sigue estando solo frente al PP pero ya no lo está tanto ante el resto de los grupos políticos, que ayer le compraron su oferta de pacto. La puesta en circulación de iniciativas favorables a un pacto de Estado, formuladas primero por CiU y después por el mismísimo Rey de España, han aliviado el calvario de Zapatero. En cambio la posición de Rajoy se ha hecho más incómoda, a mi juicio.



El tiempo juega en contra de Rajoy



Aunque fuese con la boca pequeña, Rajoy no tuvo más remedio que manifestar su disposición a participar en la ronda de contactos convocada por los socialistas. Sin embargo, la idea del Pacto de Estado como resorte político para sacar al país del agujero ni siquiera figura entre las tres soluciones propuestas por el líder del PP. A saber: que el Gobierno rectifique su política económica, que Zapatero convoque elecciones anticipadas o que los socialistas ajusticien políticamente a Zapatero y lo sustituyan por otro, o por otra, aún sin terminar la Legislatura.



El debate de ayer fue el de mayor carga política de los celebrados hasta ahora para tratar de la crisis económica. Basta contar el número de alusiones a la moción de censura y a la convocatoria anticipada de elecciones, como herramientas constitucionales para revisar el mandato de las urnas antes de agotarse la Legislatura. La primera, a disposición de Rajoy y la segunda a disposición de Zapatero. Pero ninguno quiere utilizar su respectiva baza para desbloquear la situación. A Rajoy le faltan diputados y a Zapatero le faltan votantes.



Y ahí estamos. El tiempo empieza a jugar en contra de Rajoy y a favor de Zapatero, si tenemos en cuenta que ambos están haciendo política mirando al calendario. Éste apuesta por una recuperación de la economía previa al agotamiento de la Legislatura. Y Rajoy confía en que la fecha de las elecciones se nos eche encima antes de salir del agujero. Y es el caso que el éxito obtenido en la última emisión de deuda del Estado (15.000 millones de euros a 15 años), así como las menos malas noticias recientes en crecimiento, inversión, consumo, exportaciones, confianza empresarial y algún otro, fueron bien manejadas ayer por Zapatero para llevar el agua a su molino. Lo cual supone persuadirnos de que la recuperación está a la vuelta de la esquina, aunque admitió el pavoroso agujero negro en las cuentas públicas y, al menos por una vez, puso negro sobre blanco el reconocimiento de que el paro seguirá aumentando en los próximos meses. Esta vez no hubo camuflaje semántico para afirmar que no podrá darse por cerrada la crisis hasta que no se vuelva a crear empleo neto.


Periodista Digital - Opinión

El pacto imposible

La voluntad del Gobierno de consensuar el ajuste económico tropieza con el tremendismo del PP.

El debate de ayer en el Congreso sobre la situación de la economía confirmó, por si alguna duda había, que no hay posibilidad de un pacto político anticrisis entre el Gobierno y el Partido Popular (PP). El presidente del Gobierno anunció la creación de una comisión, encabezada por la vicepresidenta Elena Salgado, y formada por los ministros de Fomento e Industria, José Blanco y Miguel Sebastián, encargada de sondear un amplio consenso político sobre cuatro iniciativas económicas: fomentar la creación de empleo, reducción del gasto público, políticas para cambiar el patrón de crecimiento y reforma financiera. La respuesta de Mariano Rajoy no sólo fue intempestiva, puesto que condicionó cualquier pacto a que el Gobierno aplique la política económica del PP, sino que convirtió un debate económico en una llamada a sustituir al presidente.

Y fue inoportuna porque, en plena vorágine recesiva, no es juicioso proponer un cambio en la dirección económica; y lo es todavía menos sugerir que sean los propios diputados del PSOE los que descabalguen a Zapatero de la presidencia del Gobierno. Si Rajoy cree que debe gobernar, como repite con insistencia, el camino mejor es que presente una moción de censura. Su réplica ("si tuviera los votos, lo haría") es una perogrullada; desde la oposición, los votos se tienen cuando se ganan convenciendo al resto de los partidos de las virtudes del programa propio.

Mal que bien, Zapatero describió ayer lo que puede ser una política económica aceptable. Los estímulos públicos a la actividad económica se mantendrán y no se recortarán las ayudas sociales. Lo que importa es que definió correctamente las tareas prioritarias para recuperar la solvencia de las finanzas públicas: plan de austeridad, reforma financiera, reforma del mercado de trabajo y apelación a la Comisión del Pacto de Toledo para que se pronuncie sobre la reforma de las pensiones. Pero estos propósitos no están por encima de toda sospecha. Resulta poco creíble un recorte del gasto de 50.000 millones en cuatro años sin el apoyo activo de las autonomías; y la reforma financiera, largamente prometida, está congelada. También es cierto que un pacto con el PP aumentaría las probabilidades de éxito del recorte del gasto y de la reforma de las cajas. Pronto se comprobará si está dispuesto a poner "toda la carne en el asador", porque se dio plazos para cumplir con los deberes: dos meses para cerrar un pacto anticrisis y finales de junio para articular las grandes reformas. Pero si Zapatero insiste en fiarlo todo a un consenso y sigue enredándose en cuestiones de procedimiento, los mercados interpretarán que sus planes, aceptados por los inversores, son de nuevo un juego de manos sin salida.

La respuesta de Rajoy careció de tacto político y abundó en el tremendismo retórico que encandila en la bancada popular. Cuando lo que está en cuestión es la imagen de solvencia de la economía española, es un contrasentido exigir "que se deje sin efecto la subida de impuestos"; ningún Gobierno se ataría a ese compromiso, porque el esfuerzo de consolidación quizá exija nuevas subidas fiscales. El atronador discurso de Rajoy, sostenido en estribillos de poco calado ("España es un país serio, su presidente no lo es"), parece haber entendido mal la naturaleza de un pacto político contra la crisis. No se trata de que la oposición gobierne, sino de que apoye las decisiones del Gobierno (que es el que dirige la política económica) en aquellas materias que afectan a la imagen de España ante los inversores internacionales.

El debate de ayer dio una imagen confusa de la política económica que no ayuda a recuperar la confianza exterior: un Gobierno poco firme que busca apoyos políticos para la tarea del ajuste fiscal y financiero y un PP destemplado que se descalificó un poco más como opción de gobierno.


El País - Editorial

El camino del pacto es hoy el único realista

La economía española exige reformas que el Gobierno no puede abordar sin respaldo de otros partidos políticos.

POR ENÉSIMA vez, Zapatero volvió ayer a confundir sus deseos con la realidad al predecir una pronta recuperación de la economía y la creación de empleo neto antes de acabar el año. Su intervención en el Congreso fue un ejercicio de panglosianismo, apelando a algunas de las recetas que ha convertido en dogmas, como que el gasto social es intocable. No fue capaz de plantear medidas nuevas ni de demostrar que tiene un remedio eficaz contra la crisis. Por el contrario, dio la impresión de que es un conductor empeñado en llevar el vehículo en la dirección equivocada sin atender a las señales de peligro.

Rajoy estuvo certero en el diagnóstico y exigió a Zapatero que rectifique mediante seis iniciativas concretas, subrayando que si se hiciera «corresponsable» de su política, «ello sería una irresponsabilidad». El líder del PP criticó al presidente por la sucesión de planes y anuncios que ha realizado desde que comenzó la crisis, resaltando que todos ellos han fracasado estrepitosamente.


Rajoy concluyó su discurso planteando la disyuntiva de la disolución de las Cámaras para celebrar unas elecciones anticipadas o la destitución de Zapatero por su propio grupo parlamentario. Ninguna de las dos opciones es realista porque ni el presidente tiene interés alguno en ese adelanto ni los diputados socialistas van a hacer el trabajo al PP.

Descartadas esas dos hipótesis y teniendo en cuenta que Zapatero difícilmente va a rectificar si no hay una motivación externa que le obligue a variar el rumbo, sólo resta la alternativa del pacto que el presidente ofreció al líder de la oposición y al resto de las fuerzas políticas.

Rajoy tiene fundados motivos para mantener una actitud escéptica sobre la viabilidad de ese acuerdo, pero creemos que tiene la obligación de intentarlo, aunque sólo sea para evitar que el país se siga deslizando en una continua pendiente hacia abajo.

Es cierto que el líder socialista ya había ofrecido en otras seis ocasiones anteriores diálogo a la oposición, pero ayer fue mucho más concreto en su planteamiento: designó tres interlocutores del Gobierno, un plazo de dos meses para negociar y cuatro áreas de posible acuerdo, «abiertas» a las propuestas que el PP quiera plantear. La cuestión clave es hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente, si piensa en simples retoques de su política o aceptaría cambios en profundidad.

La propia designación de los representantes del Ejecutivo revela que Zapatero esta vez podría querer en serio un pacto: Miguel Sebastián siempre ha sido partidario del acuerdo, es más liberal que socialdemócrata y está cerca del PP en cuestiones como la energía nuclear, mientras que José Blanco, que sigue controlando el partido, también ha demostrado como ministro que sabe pactar con la oposición.

Sería una ingenuidad echar las campanas al vuelo, pero no se puede ignorar que, por primera vez, Zapatero es favorable a una negociación sin condiciones previas, que cuenta ahora con el apoyo del Rey y el impulso de CiU, que siempre ha estado en esa línea.

No hay que descartar que el presidente del Gobierno se haya dado cuenta, aunque no lo dijera ayer, que la economía española requiere reformas que él no puede abordar sin el respaldo de otros partidos políticos. Ya rectificó en la política antiterrorista y podría hacerlo ahora en materia económica. El PP no debería desdeñar esta última y tardía oportunidad de alcanzar un pacto, entre otras razones porque Rajoy no tiene posibilidad de plasmar por sí mismo las iniciativas que propuso ayer.

Es muy significativo que el líder del PP aparezca por vez primera como ganador de un mano a mano con Zapatero en una encuesta como las que siempre realiza Sigma 2 para EL MUNDO. Pero también lo es que casi un 80% se declare a favor del pacto. Sería muy útil que ambos dirigentes se reunieran cuanto antes para clarificar cuáles son los temas negociables y hasta dónde están dispuestos a llegar en este pacto.


El Mundo - Editorial

Sin rectificación, sin acuerdos, sin alternativas

Parece que a Rajoy le basta con una crítica de la situación que, por correcta que sea, no deja de ser insuficiente y redundante para el creciente número de ciudadanos que la padecen. Mientras el Titanic se hunde, el PP sigue tocando el violín.

El debate dedicado exclusivamente a la crisis económica, a pesar de la enorme expectación que había generado, ha concluido sin que se vislumbre la menor posibilidad de cambio por parte de Zapatero, sin la consiguiente posibilidad de pacto con el principal partido de la oposición y sin que el PP haya planteado una alternativa clara de gobierno.

Tal y como era de prever, Zapatero ha vuelto a insistir en sus engaños para hacernos creer falsedades tan evidentes como que una economía que ha registrado en 2009 un crecimiento negativo del 3,4% es una "economía que ha evolucionado a mejor durante 2009", o que "la crisis en España no difiere mucho de la del conjunto de la zona euro", o que es posible hablar de "mejoría" con medio millón de parados más respecto a los que había hace seis meses.

No menos fantásticas han sido sus previsiones de futuro tales como las que contemplan la creación de empleo neto para finales de este mismo año o su plan de reducir al 3% por ciento el déficit público que ahora alcanza el 11,4%, previsiones que parecen no tener más apoyo que el mero paso del tiempo.


Aunque la intervención de Rajoy, también como era de prever, haya servido para desmentir amplia y contundentemente el falso diagnóstico de situación que hace Zapatero, así como sus vacuas medidas para mejorarla, no dejamos de echar en falta en el líder del principal partido de la oposición el desarrollo de cuál es su alternativa de Gobierno y de cómo piensa llevarla a cabo antes de que el país termine de hundirse; esto es, se echa en falta precisamente que el principal partido de la oposición haya hecho de oposición.

Si bien acierta al rechazar un pacto con quien no tiene el menor propósito de enmienda, y que le haría corresponsable del deterioro al que estamos abocados, Rajoy está obligado no sólo a dejar clara su alternativa y las diferencias que lo separan y que justifican su oposición a lo que, más que un acuerdo, sería una irresponsable adhesión al desgobierno de Zapatero. También debe ilusionar al electorado español con la idea de que está preparado y tiene a mano gobernar desde ya.

Por eso resulta absurda la propuesta de Rajoy de que sean los propios representantes socialistas los que desbanquen al presidente del Gobierno, peregrina ocurrencia que ha servido a Zapatero para recuperarse en el turno de réplica y dejar al líder de la oposición descolocado.

Si Rajoy considera acertadamente irresponsable un pacto con el Gobierno sin una previa rectificación de éste, pero al mismo tiempo cree que no tiene nada que ganar políticamente con una moción de censura por el hecho de tenerla aritméticamente perdida, entonces a lo que se tenía que haber limitado el líder de la oposición es a reclamar elecciones anticipadas, tal y como ha hecho, de forma mucho más clara y concreta, la líder de UPyD Rosa Díez. Eso, o replantearse su negativa a una moción de censura que, aunque falta de apoyos, le permitiría exhibir una alternativa que, no por asumir la necesidad de llevar cabo ciertos sacrificios, dejara de ser estimulante frente a este incorregible y nefasto Gobierno.

Por mucho que la imagen del Ejecutivo se esté deteriorando justificadamente a causa de la crisis, el drama es que ello no se traduce en una mayor esperanza hacia el Partido Popular. A Rajoy parece no importarle el hecho de que, a pesar de la que está cayendo, su partido siga perdiendo votantes, y que si está ligeramente por delante en las encuestas, se deba exclusivamente a que el PSOE los está perdiendo en mayor medida. Desde luego, debates como éste, en el que el propio Rajoy había generado unas expectativas ridículamente elevadas ("marcará un antes y un después") y en el que no ha sabido estar a la altura de las mismas, no contribuyen a que cambie el panorama. Zapatero ha salido vivo de un debate sobre economía, mientras el país se hunde en la miseria y la sociedad clama por un cambio de Gobierno.

Parece que a Rajoy le basta con una crítica de la situación que, por correcta que sea, no deja de ser insuficiente y redundante para el creciente número de ciudadanos que la padecen. Mientras el Titanic se hunde, el PP sigue tocando el violín.


Libertad Digital - Editorial

El padre de todos los problemas. Por José María Carrascal

España es un país serio, fiable. Lo ha sido en los últimos siglos, con regímenes y gobernantes muy diversos. Incluso en sus peores momentos, que fueron bastantes, pagó sus deudas. Es un crédito del que nos estamos beneficiando hoy, cuando volvemos a estar en una situación de emergencia, tras haber creído que las habíamos dejado atrás para siempre.

Quien no es creíble es el hombre que nos ha llevado a ella. José Luis Rodríguez Zapatero comenzó negando la crisis; dijo luego que no nos afectaba; cuando no tuvo más remedio que reconocerla, tomó medidas pintorescas; las amplió con otras que lo único que han hecho ha sido llevarnos al furgón de cola de los países desarrollados, lo que no ha impedido que anunciase repetidas veces que la recuperación estaba en puertas, mientras seguía poniéndole parches de forma cada vez más caótica e improvisada, sin hacer caso de las advertencias y consejos que le llegaban tanto del interior como del exterior.


¿Qué ha hecho el presidente cuando las llamas llegan ya al cuarto de estar? Pues lo de siempre, negar la mayor: vamos bien, continuemos por el mismo camino, más planes, proyectos, leyes disposiciones, tan profusas como imprecisas, a tomar en las próximas semanas y meses. Incluso va a crearse una especie de supercomisión, integrada por la vicepresidenta económica y los ministros de Fomento e Industria, encargada de tramitar con todas las fuerzas políticas esas medidas. En Estados Unidos suele decirse con sorna que cuando no se sabe resolver un problema, se nombra una comisión que lo estudie. En España, podríamos decir que nuestro presidente cambia cada poco su política económica para poder continuar haciendo la misma. Pues si nos fijamos bien, ¿qué es lo que ha venido a proponer en su exposición de ayer? ¿Cómo intenta abordar los grandes problemas con que se enfrenta el país? Pues no nos ha dicho nada. La reforma laboral, algo en lo que todos los expertos coinciden en que sin ella no será posible avanzar, la deja a los sindicatos y a la patronal. La reforma de las pensiones, otra asignatura pendiente, pero cada vez con peor cara, se la deja al Pacto de Toledo. La reforma educativa, sin la que no podremos nunca alcanzar el nivel de país realmente desarrollado, se la deja al ministro del ramo con los portavoces de los distintos partidos. De las reformas fiscal y financiera, necesarias para el saneamiento de nuestra hacienda, ni siquiera habló. En una palabra: que se quitó de en medio. Y así no se supera esta crisis. Esta crisis sólo se supera con liderato firme, cogiéndola por los cuernos, eso sí, con riesgo de que se le claven a uno en la carne. Pero ese es riesgo de todo gobernante y lo que exige la hora presente. Y es justo lo que no ha hecho Zapatero, asumir responsabilidades.

Ha hablado, en cambio, mucho de diálogo. El mismo presidente que intentaba establecer en torno al principal partido de la oposición un cordón sanitario y que hace sólo un mes decía que no podía alcanzar acuerdos con él por razones ideológicas, muestra hoy interés en el entendimiento. Pero para entenderse con alguien, hay que confiar en él, algo que falta en este caso. Y no estamos hablando de confianza personal, mucha o poca, que el señor Rodríguez Zapatero pueda inspirar. Se trata de si puede tenerse confianza en su política, en sus medidas. Y nadie confía en las medidas que ha tomado, a tenor de lo que han dicho, uno tras otro, los portavoces parlamentarios de todos los grupos. Unas medidas no sólo fracasadas, sino tan poco serias como los últimos presupuestos, que se han mostrado inviables al mes de aprobarse, a un elevado precio, para obtener los votos que faltaban. Unas medidas que se han tomado siempre con la vista puesta en las próximas elecciones o según la coyuntura de cada momento, sin penetrar nunca en el fondo de la crisis ni contemplar el horizonte más amplio de la economía nacional presente y futura. Medidas coyunturales, más políticas que económicas, que a la larga producen más mal que bien y se descalifican a sí mismas, como ya las han descalificado los mercados, a no ser que uno viva en ese universo virtual en que se ha instalado nuestro presidente, personaje muy especial, mitad gaseoso, mitad granítico. Tiene, por una parte, la cualidad del ectoplasma, que se adapta a todas las circunstancias, pero, por el otro, mantiene su esencia sin cambiar jamás. Incluso con palabras distintas, dice siempre lo mismo, como lo dijo en el debate de ayer, en el que no rectificó lo más mínimo una política económica, pese al evidente fracaso de la misma. La única conclusión es que con este hombre no hay nada que hacer ni se puede ir a ningún sitio.

El principal, y prácticamente único, argumento a su favor es que sus críticos sólo hacen eso, criticar, sin ofrecer ninguna propuesta. ¿Pero no es bastante propuesta denunciar una política económica de principio a fin, anunciar que se va a hacer justo lo contrario de lo que se hace en ella? A saber: no ir poniendo parches aquí y allá, para ganar tiempo en espera de que la galerna pase, los demás países se recuperen y tiren de nosotros. Pues a eso se reduce todo el plan de salvación de Zapatero, el de antes y el de ahora. Pero nadie va a salvarnos si seguimos por el camino que vamos, de cerrar los ojos a la realidad e ir posponiendo la severas medidas que ésta exige. No se sostiene anunciar un severo reajuste manteniendo intocable el gasto social. No se puede llamar «economía sostenible» a una economía de déficit galopante. No se puede alardear de «energías renovables» cuando no se tiene asegurado el suministro de energías tradicionales. No se puede, en fin, decir que este año empezará la recuperación, cuando todos los analistas de prestigio advierten que 2010 será un año malo para todos. Y si es malo para todos, pueden imaginarse como será para los que están peor.

Estamos en la «segunda ola» de la crisis. La primera pudimos capearla gracias a las reservas de los Estados, que invirtieron enormes cantidades de dinero para evitar el colapso financiero. Pero esas reservas se han agotado y ahora hay que poner de nuevo en marcha las economías, algo que sólo podrán hacer aquellos países que han hecho sus deberes. España no los ha hecho, al no liderarlos quien hubiera debido hacerlo, el gobierno, que incluso llegó a calificar de catastrofistas a quienes anunciaban lo que se nos venía encima. Recuerden el debate Solbes-Pizarro, que perdió el segundo. Mejor dicho, perdimos todos. Pero a quienes no han hecho sus deberes, se los va a obligar a hacer la realidad. O Bruselas, como a Grecia. Hay que hacer reajustes duros, que alcanzan a todos los sectores de la sociedad. El primero de ellos, restablecer el equilibro presupuestario, algo que sólo puede hacerse aumentando los impuestos o recortando los gastos. Aumentar los impuestos significa lastrar unas empresas ya sobrecargadas, muchas de las cuales no lo podrán soportar. O sea, más paro. Recortar gastos ofrece más posibilidades, dada la inflación en cargos, coches, fiestas, viajes, subvenciones, publicaciones, informes y otras mil cosas innecesarias, empezando por unos cuantos ministerios. El problema es si hay voluntad de hacerlo. Por lo que oímos ayer, no.

El debate, con todas sus deficiencias, tuvo un aspecto positivo: todos los portavoces coincidieron en que la situación es muy grave y en que la política del gobierno para afrontarla no es la correcta. Por primera vez, el aislado era Zapatero no Rajoy. Si la oferta de diálogo del presidente fuese sincera, debería de tener en cuenta esta unanimidad. Que no lo haga, que siga pensando que todos los demás se equivocan y sólo él tiene razón, nos advierte de que está entrando en ese terreno nebuloso que alcanzan algunos políticos cuando se acercan al desastre. El próximo paso será decir que hay una conspiración contra él dentro del país. Fuera, ya la ha visto.

Para resumir: el problema de España se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Hace un siglo, al hablar de ese problema, Ortega dijo que Europa era la solución. Hoy, ni eso, porque ya estamos Europa. Tendremos que arreglarnos por nuestra cuenta. Si somos capaces. Pero al menos hemos localizado el gran obstáculo.


ABC - Opinión

Los talibán, sin líder pero igual de resistentes

La captura del mulá Baradar, éxito parcial de una operación más compleja de lo previsto en Afganistán.

LOS COMBATES entre insurgentes y las tropas aliadas se recrudecieron ayer en Marjah (sur de Afganistán), durante la cuarta jornada de la Operación Moshtarak. Ésta es una de las ofensivas más importante desde 2001 emprendida por EEUU y sus aliados de la OTAN, y persigue acabar con uno de los principales feudos talibán. Pero es también la primera acción de la nueva estrategia de la Casa Blanca para pacificar el país. Obama empieza a jugarse aquí su futuro político, consciente de que no se le perdonaría una derrota en el avispero afgano.

En paralelo, Washington se ha apuntado un buen tanto al hacerse pública ayer la captura del mulá Abdul Ghani Baradar, número dos y líder militar de los talibán, y mano derecha de uno de los individuos más buscados del planeta: el mulá Omar. La detención de Baradar -desmentida por sus correligionarios- se habría producido hace días en Karachi, en una operación conjunta de los servicios de inteligencia estadounidenses y paquistaníes. Su captura tiene especial importancia. Primero, porque se trata del cerebro de toda la estrategia ofensiva que ha llevado a los talibán a lograr infiltrarse en casi el 80% del territorio afgano y a controlar importantes regiones del país. Pero también porque supone un gran avance en la imprescindible cooperación antiterrorista de Pakistán, que se ha acabado plegando a la exigencia internacional de que combata con todos sus medios a la insurgencia talibán. De hecho, hay pocas dudas de que Islamabad ha jugado con los tiempos a su antojo hasta que, finalmente, ha entregado la cabeza de Baradar a la Casa Blanca como gesto de buena voluntad.


En la Operación Moshtarak participan cerca de 15.000 soldados aliados: más de 5.000 marines estadounidenses, 4.000 británicos y otros tantos efectivos de distintos países de la OTAN, además de un importante contingente del Ejército afgano. Pero lo que se vendía como una ofensiva corta para expulsar de la región de Marjah a los 2.000 insurgentes que la dominaban y apuntalar, en su lugar, una base de operaciones del Gobierno de Karzai, no ha tardado en transformarse en una operación mucho más dura y compleja de lo previsto. Así, las tropas aliadas a duras penas pueden avanzar sobre el terreno, porque los talibán, antes de darse a la fuga en su mayoría, lo han sembrado de minas -se calcula que hay más de 70.000 enterradas-. Y ello ha obligado a incrementar los ataques aéreos, que ya han causado más de 20 bajas civiles -ocho de una misma familia-. Estas muertes, sumadas a la falta de suministros y a la intensificación de los disparos entre soldados y francotiradores, está provocando el éxodo de buena parte de la población y la creciente indignación de los ciudadanos, que arrecian en sus críticas a EEUU por no haber cumplido la promesa de no causar daños entre civiles.

Los acontecimientos preocupan mucho en la Casa Blanca. Porque el éxito o el fracaso de la Operación Moshtarak -y de otras similares previstas en otros puntos de Afganistán- no depende sólo de acabar con la resistencia talibán. La piedra angular -y ahí radica la nueva estrategia anunciada por Obama en diciembre- está en ganarse la confianza de la población local y negociar con sus dirigentes -incluidos talibán moderados- para que colaboren con el Gobierno de Karzai. Sólo así será posible que el Ejército afgano asuma paulatinamente la defensa, en sustitución de los soldados de la OTAN. Y no se puede olvidar que Obama ha prometido la retirada de sus soldados en la segunda mitad de 2011. Un órdago ambicioso que exige que las tropas occidentales garanticen de verdad la seguridad y dejen de provocar esos daños colaterales que tantas veces han llevado a los afganos a echarse en brazos de los talibán.


El Mundo - Editorial