jueves, 18 de febrero de 2010

La metamorfosis de Blanco: de gusano a mariposa. Por Juan Carlos Escudier

A salvo de esta tormenta económica tan fastidiosa que tiene a Zapatero con el pelo empapado y pegado a la cara, uno de sus ministros ha consumado una metamorfosis asombrosa, digna de un documental de National Geographic. Se trata de José Blanco, antes conocido como Pepiño, y que a tenor de las consideraciones de sus propios adversarios habría pasado de la fase de gusano a la de capullo, y de ésta a la de mariposa, en la que actualmente se encuentra. Lo de Blanco, transformado ya en Don José, no tiene parangón, y viene a demostrar, en contra de lo que se cree, que el hábito hace al monje y que un cargo bien llevado viste tanto como un traje de Armani.

Del de Lugo se han dicho cosas terribles. Sus propios compañeros veían en él allá por el año 2000 a un tipo desconfiado que convivía con un cierto complejo de inferioridad y que había consagrado su vida a vigilar su huerto y el de Zapatero. Madrugador, austero y con gran capacidad de trabajo, el lugarteniente del secretario general del PSOE dejó pronto de porfiar con Jesús Caldera por el puesto de número dos del partido y se limitó a ser el brazo ejecutor, el hombre al que podía confiarse el día a día de la organización porque jamás discutiría una orden, siempre dispuesto a inmolarse si el líder se lo pidiese o las circunstancias así lo aconsejaran.


apatero no vio sino ventajas en mantenerlo a su lado y, ya en el Gobierno, le situó al frente del partido, con lo que podía estar seguro de controlar hasta la más remota de sus agrupaciones. Blanco fue ganando empaque, tanto por sus propios méritos como por la inestimable colaboración del PP, que al convertirle en una de sus bestias negras no hizo sino facilitarle el trabajo. A medida que crecía la animadversión de los populares, menguaba el desprecio que la vieja guardia del PSOE le había dispensado hasta ese momento.

Uno de sus críticos más feroces fue José Bono, cuya actitud empezó a cambiar poco antes de la victoria electoral de 2008. Blanco le llamó para invitarle a comer muy cerca de la sede socialista, en el restaurante Cuenllas de la calle Ferraz, en Madrid. Nada más sentarse a la mesa, el gallego le explicó el motivo de aquella cita. Zapatero le había comunicado que Bono sería el próximo presidente del Congreso y él le había contestado con un retador “por encima de mi cadáver”. El presidente había despachado el asunto diciéndole que ya se podía ir tumbando. “Te he llamado para que lo sepas por mí antes de que te llegue por otro lado”, le explicó. “Bueno, no te preocupes”, le contestó Bono. “Yo habría dicho lo mismo si el propuesto hubieras sido tú”.

"El más eficaz"

Coincidiendo con su designación como miembro del Gabinete, la valoración de Blanco ha crecido como la espuma. No se trata sólo de que haya dirigentes en el PSOE que se refieren a él como “lo más listo que tenemos en el partido y el más eficaz”, o aseguren que “tiene la autonomía que da haberse ganado la autoridad” y que es “la única referencia del PSOE cuando no está Zapatero”, sino que para asombro propio y de extraños ha empezado a responder preguntas de los periodistas sobre si se ve en el papel de sucesor en el supuesto de que el presidente del Gobierno decidiera no optar a la reelección para un tercer mandato. Y a Cenicienta le encanta que le quieran vestir de princesa, aunque es consciente de que el zapato de cristal es demasiado pequeño para un pie de hobbit.

En consecuencia, el político de cuya formación el PP hacía chanza porque sólo podía colgar en el despacho el título de bachiller, goza hoy de pleno reconocimiento y pasa por ser un estratega, además de un especialista en el arte de interpretar encuestas, a las que parece haber cogido el punto de cocción. Es también el ministro al que se saca a pasear cuando urge plantar cara a la oposición y demostrar que el Gobierno no estaba muerto sino tomando cañas. La transformación también ha sido de imagen. Empezó cambiando de peinado, modernizando la montura de sus gafas y vigilando su peso. De trato personal difícil, el nuevo Blanco parece distinto hasta en los gestos: se mueve como quien se cree importante.

Si la lealtad ha de tener recompensa, su nombramiento como ministro de Fomento no admite ningún pero. Su mérito reside en haberse adaptado perfectamente a su nueva piel. Blanco sabe interpretar su papel y, por ello, recibe inesperados elogios, como los que le dedica Esperanza Aguirre cada vez que se le acerca con la chequera. Del ministro se habla bien porque ha metido mano a los controladores, que eso siempre resulta simpático en la legión mileurista, y porque parece no arrugarse ante las situaciones comprometidas.

Se le ve preparado para las vacas flacas. Ha encargado una auditoría de todo el grupo Fomento y es seguro que habrá sorpresas, empezando por el Plan de Infraestructuras, al que meterá la tijera para adecuarlo a los nuevos tiempos. Le escandaliza que mantener un kilómetro de alta velocidad cueste 100.000 euros al año y el doble si es en túnel. Dicen que no entiende por qué un proyecto de ingeniería cuesta más en la empresa pública que en el mercado, o cuál es la razón para que haya sociedades públicas con el mismo cometido, tal es caso de Salvamento Marítimo y Remar, la filial de los remolcadores. “El plan de eficiencia de Fomento va a dar que hablar”, aseguran en su entorno.

Sus nuevas ocupaciones no le han distraído de sus tareas en el partido. Está al día de las últimas encuestas y se da por seguro que volverá a ser él quien coordine la campaña de los socialistas en 2012, en detrimento de la secretaria de Organización, Leire Pajín. La mariposa que hoy es Blanco revoletea incansable alrededor de Zapatero, condenado a seguir su luz hasta el último destello. En la oscuridad total, las sombras dejan de existir.


El Confidencial

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