jueves, 18 de febrero de 2010

Los talibán, sin líder pero igual de resistentes

La captura del mulá Baradar, éxito parcial de una operación más compleja de lo previsto en Afganistán.

LOS COMBATES entre insurgentes y las tropas aliadas se recrudecieron ayer en Marjah (sur de Afganistán), durante la cuarta jornada de la Operación Moshtarak. Ésta es una de las ofensivas más importante desde 2001 emprendida por EEUU y sus aliados de la OTAN, y persigue acabar con uno de los principales feudos talibán. Pero es también la primera acción de la nueva estrategia de la Casa Blanca para pacificar el país. Obama empieza a jugarse aquí su futuro político, consciente de que no se le perdonaría una derrota en el avispero afgano.

En paralelo, Washington se ha apuntado un buen tanto al hacerse pública ayer la captura del mulá Abdul Ghani Baradar, número dos y líder militar de los talibán, y mano derecha de uno de los individuos más buscados del planeta: el mulá Omar. La detención de Baradar -desmentida por sus correligionarios- se habría producido hace días en Karachi, en una operación conjunta de los servicios de inteligencia estadounidenses y paquistaníes. Su captura tiene especial importancia. Primero, porque se trata del cerebro de toda la estrategia ofensiva que ha llevado a los talibán a lograr infiltrarse en casi el 80% del territorio afgano y a controlar importantes regiones del país. Pero también porque supone un gran avance en la imprescindible cooperación antiterrorista de Pakistán, que se ha acabado plegando a la exigencia internacional de que combata con todos sus medios a la insurgencia talibán. De hecho, hay pocas dudas de que Islamabad ha jugado con los tiempos a su antojo hasta que, finalmente, ha entregado la cabeza de Baradar a la Casa Blanca como gesto de buena voluntad.


En la Operación Moshtarak participan cerca de 15.000 soldados aliados: más de 5.000 marines estadounidenses, 4.000 británicos y otros tantos efectivos de distintos países de la OTAN, además de un importante contingente del Ejército afgano. Pero lo que se vendía como una ofensiva corta para expulsar de la región de Marjah a los 2.000 insurgentes que la dominaban y apuntalar, en su lugar, una base de operaciones del Gobierno de Karzai, no ha tardado en transformarse en una operación mucho más dura y compleja de lo previsto. Así, las tropas aliadas a duras penas pueden avanzar sobre el terreno, porque los talibán, antes de darse a la fuga en su mayoría, lo han sembrado de minas -se calcula que hay más de 70.000 enterradas-. Y ello ha obligado a incrementar los ataques aéreos, que ya han causado más de 20 bajas civiles -ocho de una misma familia-. Estas muertes, sumadas a la falta de suministros y a la intensificación de los disparos entre soldados y francotiradores, está provocando el éxodo de buena parte de la población y la creciente indignación de los ciudadanos, que arrecian en sus críticas a EEUU por no haber cumplido la promesa de no causar daños entre civiles.

Los acontecimientos preocupan mucho en la Casa Blanca. Porque el éxito o el fracaso de la Operación Moshtarak -y de otras similares previstas en otros puntos de Afganistán- no depende sólo de acabar con la resistencia talibán. La piedra angular -y ahí radica la nueva estrategia anunciada por Obama en diciembre- está en ganarse la confianza de la población local y negociar con sus dirigentes -incluidos talibán moderados- para que colaboren con el Gobierno de Karzai. Sólo así será posible que el Ejército afgano asuma paulatinamente la defensa, en sustitución de los soldados de la OTAN. Y no se puede olvidar que Obama ha prometido la retirada de sus soldados en la segunda mitad de 2011. Un órdago ambicioso que exige que las tropas occidentales garanticen de verdad la seguridad y dejen de provocar esos daños colaterales que tantas veces han llevado a los afganos a echarse en brazos de los talibán.


El Mundo - Editorial

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