jueves, 14 de octubre de 2010

Zapatero, la fiesta del Pilar y el rosario de la aurora. Por Jesús Cacho

Curioso circo el que la izquierda ha montado a propósito del desfile del martes 12 de octubre, Fiesta Nacional -con perdón- española. Me refiero al circo de los abucheos a Rodríguez Zapatero atribuidos a una “extrema derecha” al parecer omnipresente, porque ocupaba las aceras de un Paseo de la Castellana donde caben miles y miles de personas y en cualquiera de cuyas esquinas se oyeron gritos contra el Presidente. ¿Todos de extrema derecha? Y bien, o estamos ante una extrema derecha pobladísima, poderosísima, cuya existencia desconocíamos hasta ayer, o aquí hay gato encerrado. Descorramos enseguida el velo: para abuchear hoy a Zapatero no hace falta ser de extrema derecha. Tampoco de extrema izquierda. Ni siquiera de centro. Basta con estar un poco cabreado con la situación de deterioro en todos los órdenes -no solo económico- que sufre España. Y ahora se cuentan por millones los españoles cabreados, muchos de ellos votantes socialistas, por cierto.

Y aquí podríamos poner punto final a la presente reflexión, porque realmente no hay mucho más que decir. Va en el sueldo del Presidente del Gobierno de la Nación, de cualquier Presidente, de cualquier partido, aguantar los abucheos que los ciudadanos tengan a bien dedicarle -sin mediar lanzamiento de huevos, tomates o cualquier otro comestible al uso- en cualquier circunstancia, sobre todo cuando ese Presidente es un desastre y su gestión una desgracia para el país, aserto que millones de españoles, muchos de ellos votantes socialistas, estarían hoy dispuestos a suscribir. Ocurre que es ya casi un lugar común afirmar que la izquierda es maestra en el complejo arte del agit-prop, y es también una obviedad que esa izquierda no iba a dejar pasar una oportunidad pintiparada como esta -hasta el más lerdo sabía que ZP no iba a ser recibido con flores en la Castellana- para ponerse en el papel de víctima, y más en una situación como la actual, con un Gobierno y un PSOE sumidos en una de las mayores crisis de identidad de sus ciento y pico años de historia.

Por lo demás, basta ver las fotos de los supuestos energúmenos de extrema derecha que pidieron la dimisión de ZP para concluir que, con independencia de la presencia de grupúsculos de esa especie que tal vez buscaban convertir el evento en lo que al final se convirtió, lo que en la Castellana se vio tras las vallas, aunque tal vez sería mejor decir tras las rejas, era gente bastante corriente, gente de a pie carente de cualquier tipo de coordinación, que la emprendió a gritos en un tumulto desordenado, espontáneo y pedestre. Recibido en mi correo electrónico: “Soy un votante socialista que ayer [por el martes] presenció el desfile y que también pidió la dimisión de Zapatero. Soy padre de cuatro hijos, tres de ellos en el paro, y el cuarto autónomo y sin trabajo. A todos trato de ayudar con mi pensión, bastante escasa después de haber cotizado durante 45 años. ¿Qué por qué grité? Porque estoy desesperado, realmente no sé qué hacer por mis hijos, y ayer era el día que yo sabía que iba a tener al Presidente a 200 metros de distancia”.

Lamentable, cierto, que los abucheos no cesaran ni el momento del homenaje a los caídos. Sin que sirva de excusa, cabe, sin embargo, aclarar que debido al acotamiento del acto muy pocos lograron saber qué parte del mismo se estaba desarrollando en la plaza de Cuzco. Con la megafonía convertida en puro ruido, era imposible distinguir cuándo se izaba la bandera, se interpretaba el himno o se hacía el homenaje a los caídos. Reacción, pues, multitudinaria, espontánea y también triste. Sí, triste porque los ciudadanos se ven obligados a aprovechar el día de la Fiesta Nacional para expresar su descontento, cuando no simple desesperación, por la situación de un país cuya gobernación es responsabilidad del Presidente del Gobierno. Triste porque ello conlleva mancillar un acto que debería servir para otras cosas, tal que celebrar la pertenencia a una patria común presidida por la divisa de la libertad. Y triste porque de nuevo se constata el abismo que hoy separa a la gente de la calle, incapaz de ver un rayo de luz en la oscuridad reinante, de eso que se ha dado en llamar la “nación política”.

Silencio, de nuevo, sobre el desplante de Chávez a España

Con estos ingredientes, el agit-prop socialista ha montado un bonito espectáculo circense a cuenta de una “extrema derecha” de fábula, cuyo plato fuerte ha sido una supuesta declaración del propio Juan Carlos I (“El Rey critica la pitada a Zapatero”) siempre dispuesto a dejarse utilizar por el simpático rojerío patrio, convencidos a lo que parece en Zarzuela de que el futuro del edificio dinástico descansa sobre los arbotantes de una izquierda, qué risa tía Felisa, que ahora se rasga las vestiduras mientras se esconde detrás del Monarca para que no la abucheen. Más lejos ha ido la ministra de Defensa, Carme Chacón, quien, lista como es, se ha pasado esta vez de frenada al proponer un “protocolo” para la Fiesta Nacional. Ahí va una idea: celebrar el desfile, sin tanques, claro está, en los jardines de La Zarzuela o en las instalaciones de El Goloso. Más barato. Y más seguro porque, rigurosa invitación mediante, se evitarían así los abucheos a Zapatero de una vez por todas. Ya puestos, doña Carme, habría que hacer otro “protocolo” para evitar la quema de banderas nacionales en Barcelona, por ejemplo, aunque ya sé que eso no les preocupa a ustedes en demasía. Dejémonos, por eso, de protocolos y simplemente hagamos cumplir la Ley. En Madrid y en Barcelona.

Y mientras estábamos entretenidos con el bonito juego de los insultos a ZP y el gesto gravemente ofendido de la claque más cercana al carismático líder, con Rubalcaba a la cabeza, nadie, sin embargo, ha dicho ni pio de un asunto, “el asunto” en realidad, que a mi modesto entender más grave resultó del día de la Fiesta Nacional. Me refiero al desplante, insulto, ofensa gratuita, gesto inamistoso donde los haya de la Venezuela del cabo de vara Chávez hacia España y los españoles, cuya bandera no desfiló el 12 de octubre por La Castellana porque, al parecer, su portaestandarte sufría flojera intestinal esa mañana. Ni el PSOE, ni la Zarzuela, ni el Gobierno, ni por supuesto su ministro de Exteriores ha dicho esta boca es mía. Ni una palabra de queja. Ni un simulacro de protesta. La Venezuela de este aprendiz de tirano nos hace pedorretas, nos chulea, nos vitupera, expropia negocios y haciendas de los 200.000 infortunados españoles censados en aquel país y la España de Zapatero se limita a sonreír y poner la otra mejilla. O a bajarse de nuevo jubón y calzas, dispuestos todos a recibir una nueva ración de más de lo mismo. De vergüenza.


El Confidencial - Opinión

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