jueves, 14 de octubre de 2010

Los abucheos contra Zapatero agitan el miedo a la derecha. Por Antonio Casado

A elegir. Uno, ciudadanos cabreados con la política de Zapatero, que diría Esperanza Aguirre. Dos, grupos agitados por la extrema derecha, que diría el ministro Blanco. Y tres, operación organizada por el poder para despertar al alicaído electorado socialista frente al enemigo común.



De todo eso hay, según los barrios, en los análisis de lo ocurrido el 12 de octubre (“¿El día que se inauguró un hospital de Madrid?”, decía en la tele uno que pasaba por allí). Pero los procesos de intenciones a las brigadas anti-ZP dieron vidilla a los corrillos del día después para decaer luego en favor de otra hipótesis: los abucheos movilizan al alicaído votante socialista, agitan el miedo a la derecha y se vuelven contra sus inspiradores.

Esta vez se han quedado en minoría los que participaron en la trifulca frente a quienes les acusan de no respetar figuras, instituciones o símbolos que están muy por encima de Zapatero y su gestión al frente del Gobierno. Resultó insoportable, por ejemplo, comprobar cómo los abucheos reventaban el silencio del homenaje a los caídos y no se detenían cuando la liturgia de los actos imponía la coincidencia del presidente con el Rey.


Al final la reprobación de los alborotadores silencia a quienes relacionan los abucheos con lo que hace Zapatero para merecerlos y a quienes despachan el asunto con una apelación a los contratiempos incluidos en el sueldo de un político. Así que la ruidosa protesta del martes contra el presidente del Gobierno puede rebotar sobre quienes la celebraron de forma más o menos explícita por verla favorable a su causa electoral. La del PP, se entiende, mal que le pese a don Mariano Rajoy.

Movilización socialista

¿Y por qué habría de pesarle a Rajoy? Pues porque tiene ciencia propia sobre la habilidad de los socialistas para movilizarse a última hora ante los excesos de la derecha. Ocurrió en 1993, cuando Rajoy era un recién llegado a la corte aznarista. Y ocurrió en 1996 cuando vivió junto a Aznar la victoria amarga del PP. Exigua, más que amarga, por lo apretadísimo de un resultado a la contra de las encuestas que anunciaban una barrida similar a la que están anunciando ahora.

No ocurrió en el 2000 por desistimiento del electorado socialista, que propició la mayoría absoluta del PP. Y volvió a ocurrir en 2004. Entonces fue el insensato intento de engañar a los españoles sobre la autoría de un jueves de sangre (11-M) lo que movilizó a miles de socialistas, que de otro modo se hubieran abstenido de votar en un domingo de urnas (14-M).

De eso justamente hablaba un servidor ayer, en este mismo rincón de El Confidencial, cuando me refería a la capacidad del poder para silenciar o potenciar los abucheos, según convenga. Y a la sobredosis endosada a quienes siguieron la transmisión del desfile por la televisión pública, a diferencia de los que lo siguieron a pie firme, en la calle, junto a las tribunas, donde se tuvo la impresión de que Zapatero había sido blindado frente a las protestas y de que éstas habían sido incluso menos ruidosas que en años anteriores.


El Confidencial - Opinión

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