viernes, 10 de septiembre de 2010

La política del margen. Por Fernando Fernández

No sé aún por qué será recordado Rodríguez Zapatero, pero desde luego no como un hombre de Estado.

ESPAÑA tiene ahora margen fiscal, según una vicepresidenta económica que compara peras con manzanas y cae en el espejismo de la recaudación fiscal puntual, y por eso se puede permitir el recién prohibido endeudamiento de unos cuantos ayuntamientos, los que no superen un nivel arbitrario y políticamente calibrado de deuda. Los mercados financieros cogen oxígeno y respiran aliviados tras unos meses de infarto porque la Unión Europea ha decidido posponer la inevitable suspensión de pagos de Grecia, hay margen para desdecirse del recorte del gasto en infraestructuras y ganar unos meses. El desempleo, con más del 40 por ciento de jóvenes en paro y uno de cada dos parados de larga duración, no puede obviamente seguir creciendo al mismo ritmo, hay pues margen para suavizar en la votación final en el Congreso una reforma laboral ya insuficiente y en algunos aspectos, contraproducente. Este sesgo oportunista de la política económica no solo introduce confusión en los ciudadanos e inversores, sino que hace muy difícil tener confianza en el diagnóstico económico del Gobierno y, por tanto, en la necesidad de las medidas de ajuste.

Esta semana hemos visto cómo dos millones de personas se echaban a la calle en Francia para detener la reforma de las pensiones. Sarkozy ha insistido en que no retirará la propuesta, y nadie duda que cumplirá su palabra. No son descartables nuevas acciones de protesta, pero la edad de jubilación será ampliada. No hay duda. En España, con un Gobierno que solo tiene ocurrencias y no políticas, que demuestra a cada oportunidad, a cada pequeño margen que cree percibir en la situación internacional, que ha adoptado un discurso impuesto pero no compartido, una certeza semejante es un acto heroico, un atrevimiento casi suicida. Las palabras del presidente se han convertido en irrelevantes: duran lo que la necesidad imponga, pero ni un segundo más. La credibilidad de la vicepresidenta Salgado linda peligrosamente con la de los presidentes de clubes deportivos el día después de una gran derrota. Ni siquiera el Boletín Oficial del Estado es ya un monumento a la certidumbre, pues se corrige con rapidez y descaro inusual. Como en las series televisivas, donde nunca nadie muere definitivamente, en la España de Zapatero nunca se decide nada, sino que todo depende de las circunstancias. Sinceramente, ¿cree usted por ejemplo que habrá otra reforma laboral si Zapatero dura dos años más? Con esa política del margen, de buscar siempre atajos, huecos, resquicios en la ley o en la situación económica —qué otra cosa se está haciendo, por ejemplo, con la sentencia sobre el Estatuto catalán— se corren dos riesgos importantes. El primero es obvio, que nuestros acreedores se cansen y se vayan. Pero el segundo es letal, que los ciudadanos no compartan la necesidad de reformas, a pesar de que España ha perdido en un año nueve puestos en el ranking de competitividad internacional. En un país menos sectario, Felipe González sería recordado unánimemente por haber consolidado a España en Europa y Aznar, por haber erradicado el populismo tercermundista e instalado la cultura de la estabilidad económica y presupuestaria. Honestamente, no sé aún por qué será recordado Rodríguez Zapatero, pero desde luego no como un hombre de Estado, ni como un político responsable. La política del margen es incompatible con la visión de futuro. Tiene un profundo efecto deslegitimador y nefastas consecuencias para la recuperación económica. Dado el nivel de incoherencia e improvisación, los españoles pueden legítimamente pensar que las reformas son tan urgentes y necesarias como evitar que un asteroide choque contra la Tierra. Total, siempre hay margen de error en su trayectoria.

ABC - Opinión

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