viernes, 10 de septiembre de 2010

Ajuste fino, ministra gruesa. Por Martín Ferrand

Hemos entrado en una espiral capaz de asfixiar el espíritu de la Constitución en el marco caótico de un Gobierno incapaz.

«EL sentido trágico de la vida española —escribió Ramón María del Valle Inclán— solo puede ofrecerse con una estética sistemáticamente deformada». Así era en 1920, cuando se publicó Luces de Bohemia; pero, noventa años después, la profunda y demoledora transformación que el zapaterismo ha impulsado en España obliga a invertir los términos de aquel sabio diagnóstico. En nuestros días, la deformación sistemática de la estética —y de la ética— que preside la acción política nacional es la que genera un sentido trágico de la vida o, si se prefiere para actualizar la expresión, la que inocula una general desesperanza ciudadana frente al futuro y un sentimiento colectivo de malestar y fracaso. Hemos entrado en una espiral, que convendría detener en su permanente desarrollo, capaz de asfixiar el espíritu de la Constitución y de anular su letra en el marco caótico de un Gobierno incapaz, del que se sirven las fuerzas soberanistas y centrífugas de la periferia, que genera paro, déficit, deuda y, sobre todo y más peligroso aún, grandes disparates y contradicciones.

A finales del pasado mes de mayo, con prisas irresponsables e improvisación notoria, el Gobierno prohibió —con fecha 24.V.10— que los ayuntamientos pudieran acudir al crédito privado. Un día después, la vicepresidenta del ramo habló de un «error de imprenta» y situó la aplicación del precepto en el próximo primero de enero. Ahora, sin que medie error de imprenta alguno y sin mayores explicaciones cabales, lo que anuncia Elena Salgado es que los ayuntamientos podrán endeudarse hasta el 75 por ciento de sus ingresos. Son tres variaciones suficientes para demostrar —por decirlo con amabilidad— el amateurismo del Gobierno. Impulsos y espasmos en lugar de razonamientos, estudios y proyecciones solventes de los efectos que cualquier norma puede llegar a generar.

Ayer, para rematar tan burda jugada, la vicepresidenta segunda y ministra de Economía y Hacienda —mucho traje para tan poco maniquí— se fue a Radio Nacional para aclararnos que, en esto del endeudamiento municipal, los mercados le han permitido al Gobierno realizar un «ajuste fino». Le dice fino —delgado, sutil— al salto que va de la nada al mucho y se queda tan tranquila. Habrá que devolverle la pelota con la afirmación de que Salgado es, aunque mínima y etérea en su presencia, una ministra gruesa; es decir, oscura, confusa y poco aguda. Un especímen típico del zapaterismo. Un esperpento gubernamental que, por contraste, nos convierte a Max Estrella en árbitro de la elegancia, paradigma del optimismo, modelo de alegrías y titular de una penetrante visión, como de lince.


ABC - Opinión

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