«Defender a Israel para defendernos a nosotros mismos». El título de la conferencia pronunciada por el presidente de FAES ante el Congreso Mundial Judío, esta misma semana, resume a la perfección el desafío al que se enfrenta Occidente. Las palabras de Aznar, en las que subraya que defender al Estado de Israel es sinónimo de defender nuestros valores democráticos y liberales, frente a los intentos del islamismo radical por imponer sus principios teocráticos, han tenido un gran eco internacional. Ayer mismo, el ex primer ministro británico Tony Blair, que acaba de publicar un libro de memorias, insistió, en este mismo sentido, en que el radicalismo islámico es la mayor amenaza que afronta el mundo y apuntó a que Irán es el país que más apoya ese radicalismo. El extremismo islámico es tan profundo, y sus métodos tan fanáticos, que no se puede combatir con conversaciones sin fin y concesiones. Los integristas deben ser conscientes de que se enfrentan a una civilización, la occidental, con una determinación y una voluntad mayor que la de ellos. Tras los atentados del islamismo radical que llevaron la desolación a Europa y Estados Unidos, algunos, los menos, entre los que se encontraba el Gobierno de España, apostaron por una política de acercamiento al islam. Sin embargo, esta idea, que eclosionó en la Alianza de Civilizaciones no ha logrado su objetivo, más allá de tender puentes culturales y de amistad. Y no ha logrado su objetivo pues confundía el interlocutor. El islam moderado no es la amenaza, sino el radicalismo que se abre paso en Afganistán y Pakistán, se asienta en Irán y en Gaza de la mano de Hamas e intenta crecer en el norte de África. No es posible el diálogo ni el respeto a prácticas como la lapidación, los asesinatos por honor o las condenas a muerte por ser homosexual. No hay nada que negociar. De la misma manera que nada se puede hablar con los que utilizan el secuestro y la extorsión a ciudadanos occidentales como fuente de ingresos para abordar atentados a mayor escala contra esos mismos países occidentales. Las recientes conversaciones de paz iniciadas por Israel y la Autoridad Nacional Palestina, bajo los auspicios del Gobierno Obama son, sin duda, una esperanza, aunque débil. No es posible ser optimista, albergar grandes expectativas sobre este diálogo a la vista de los resultados cosechados hasta ahora. Como recordó Aznar en su intervención, la última reunión de paz sobre Oriente Medio llevó a la segunda Intifada, más letal aún que la primera. El extremismo islamista, como manifestación de un fanatismo religioso, es una amenaza, no sólo para la civilización occidental sino también para las sociedades musulmanas moderadas. Y lo que resulta obvio es que, en Oriente Medio, ningún proceso de paz tendrá valor mientras persista la situación actual de ausencia de seguridad para el Estadode Israel. Un futuro Estado Palestino sólo alcanzará legitimidad ante los ojos de la comunidad internacional si los propios líderes y pueblo palestinos desarrollan un papel activo contra la locura terrorista y se sitúan, de manera clara, en el lado de las libertades y contra ese radicalismo islámico del que son las primeras víctimas.
La Razón - Editorial
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