Que estemos pendientes del futuro de Corbacho es otro éxito de Zapatero. Un genio del disimulo.
ÁNGELES González-Sinde, Beatriz Corredor y Bibiana Aído —«Las tres Gracias» que alegran el museo ministerial de Zapatero—, las miembras peor valoradas del Gobierno, pueden, por contraste, convertir en excelente el trabajo de Celestino Corbacho al frente de Trabajo; pero, si buscamos valores absolutos y rotundos, puede afirmarse que el ex alcalde de Hospitales de Llobregat y próximo candidato en las autonómicas catalanas no ha sido un buen ministro. Ignoro si su próximo e inevitable relevo es consecuencia de una fuga o un despido; pero su función, continuadora de la de Jesús Caldera, es la encarnación del gran fracaso de la política económica y social de José Luis Rodríguez Zapatero, el líder planetario que, sin verlas venir, nos tiene instalados en una tasa de paro superior al 20 por ciento de la población activa, el doble que la media en la UE.
Ya nos explicarán los hermeneutas del socialismo catalán, el único de cercanías que queda en Europa, si la inclusión de Corbacho en la lista autonómica del PSC por Barcelona es un castigo o un refuerzo a José Montilla; pero, fuera como fuese, son pocos los titulares de Trabajo que resisten una huelga general como la que le espera al Gobierno antes de fin de mes. La que le organizaron a José María Aznar en 2002 —y seguimos sin conocer las razones de fondo para su convocatoria— les costó el puesto a dos ministros. Al de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, y al Portavoz, Pío Cabanillas. Zapatero, fantasmal como acostumbra, ha convertido en sede vacante la de Trabajo para dificultar la puntería de los enrabietados y voraces sindicatos antes del parto. Un gasto político menos.
Ya nos explicarán los hermeneutas del socialismo catalán, el único de cercanías que queda en Europa, si la inclusión de Corbacho en la lista autonómica del PSC por Barcelona es un castigo o un refuerzo a José Montilla; pero, fuera como fuese, son pocos los titulares de Trabajo que resisten una huelga general como la que le espera al Gobierno antes de fin de mes. La que le organizaron a José María Aznar en 2002 —y seguimos sin conocer las razones de fondo para su convocatoria— les costó el puesto a dos ministros. Al de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, y al Portavoz, Pío Cabanillas. Zapatero, fantasmal como acostumbra, ha convertido en sede vacante la de Trabajo para dificultar la puntería de los enrabietados y voraces sindicatos antes del parto. Un gasto político menos.
La recalcitrante María Teresa Fernández de la Vega niega apasionadamente que la salida del Gobierno de Corbacho, ya segura, y la posible de Trinidad Jiménez, no constituyen materia para una crisis y así será si ella lo dice; pero, ¿se limitará el presidente, abrumado por las circunstancias y en el fragor electoral sucesivo que nos espera, al puro relevo en Trabajo y Sanidad? Por el momento este raro vodevil en el que unos dicen salir y no salen, otros no salen aunque ya no están y no entra nadie en escena le funciona al presidente del Gobierno. Mientras hablamos de estas cuestiones menores y fulanistas, bien dosificadas por las máquinas propagandísticas de Ferraz y La Moncloa, no le prestamos la atención debida a lo fundamental. Nuestros problemas políticos, lejos de aliviarse, se encanallan y los económicos engordan en los números del paro, la deuda y el déficit. Que estemos pendientes del futuro de Corbacho es otro éxito de Zapatero. Un genio del disimulo.
ABC - Opinión
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