La táctica de huir de los conflictos para negar su existencia no es admisible para los intereses nacionales, aunque este Gobierno la practique con excesiva asiduidad.
EL crecimiento territorial de Gibraltar —sobre aguas de soberanía española— sigue adelante gracias a la pasividad del Gobierno de Rodríguez Zapatero, que parece haber optado por cerrar los ojos ante el problema que sigue representando la colonia británica. Los trabajos que se llevan a cabo en la Roca para la futura ejecución de proyectos urbanísticos generan grandes cantidades de escombros con los que las autoridades de Gibraltar ganan terreno al mar. De esta forma, no solo se siguen vulnerando los términos del Tratado de Utrech sobre los concretos límites territoriales de las cesiones que se hicieron a las autoridades británicas, sino que se consolida un statu quoque fortalece la posición británica y debilita las opciones del Gobierno español en cualquier mesa de negociación. Es evidente que un problema histórico como el del Peñón de Gibraltar no tiene soluciones inmediatas, ni responde a diplomacias improvisadas y sincopadas. Pero sí exigen planteamientos claros y un establecimiento nítido de las prioridades, algo que a todas luces no se ha hecho en las dos legislaturas socialistas.
El criterio británico sobre la colonia está definido y es conocido, pero no se sabe cuál es el del Gobierno español ante la expansión territorial del Peñón. En los conflictos diplomáticos tan importante es hallar una solución como evitar que empeoren; y, en el caso de Gibraltar, no se está consiguiendo una cosa ni otra. A mayor abundamiento, el crecimiento territorial del Peñón a costa de aguas españolas —y con un alto impacto medioambiental en la zona— se mantiene en paralelo a una constante actitud de obstrucción por parte de sus autoridades a las labores de control del tráfico marítimo que lleva a cabo la Guardia Civil. Es decir, la cuestión gibraltareña, lejos de estar estancada, aumenta su dimensión en perjuicio de los intereses españoles. El Gobierno socialista debe establecer una estrategia diplomática que sea coherente con el desafío que supone la evolución de los acontecimientos en el Peñón. La táctica de huir de los conflictos para negar su existencia no es admisible para los intereses nacionales, aunque Zapatero la practique con excesiva asiduidad. El telón de fondo de esta «normalidad» con la que se perjudica a España en Gibraltar —lo mismo que en la frontera de Melilla, con la súbita y planificada campaña de nacionalismo marroquí que está saboteando el tráfico de mercancías hacia la ciudad autónoma— es el empequeñecimiento diplomático de nuestro país y su falta de iniciativas sólidas y estratégicas en sus principales áreas de interés internacional.
ABC - Editorial
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