Moncloa se ha abonado a la confusión como lema exclusivo de su gestión, con el riesgo añadido de que los divorcios políticos en el seno del Ejecutivo neutralicen, más si cabe, la acción de gobierno.
COMO es lógico, el presidente del Gobierno tiene la competencia exclusiva sobre su gabinete ministerial y es libre de manejar los tiempos para afrontar hipotéticos cambios en su composición. Prácticamente descartados para lo que resta la legislatura el sometimiento del jefe del Ejecutivo a una cuestión de confianza en las Cortes, una moción de censura instada desde la oposición o un adelanto electoral, la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero está ofreciendo síntomas inequívocos de agotamiento e impotencia que aconsejan una urgente y profunda remodelación del Gobierno. El Ejecutivo está compuesto por una mayoría de ministros desaparecidos, con nula autonomía y capacidad de decisión; por ministros obligados a compaginar su labor ministerial con campañas personales de imagen para su futuro político como candidatos de las elecciones autonómicas y municipales; por ministros que ante la opinión pública asumen responsabilidades y lanzan mensajes propios de departamentos que les son ajenos, anulándose unos a otros sin rubor; o por ministros cuya labor más visible consiste en enmendar la plana a otros compañeros de gabinete. El resultado de la ecuación es el desconcierto. Las rectificaciones, las improvisaciones, los mensajes transversales y equívocos retratan a un Gobierno en descomposición.
No es creíble que, tras una reunión de más de tres horas en La Moncloa, se deba a un simple fallo de coordinación interna la nueva rectificación que la vicepresidenta económica, Elena Salgado, hizo ayer al titular de Trabajo, Celestino Corbacho, al asegurar que la idea de calcular las pensiones conforme a los últimos veinte años de vida laboral, en lugar de quince, responde sólo a una «sugerencia» y no a una «propuesta formal». Este tipo de desautorizaciones ya no son episodios aislados. No son los errores comprensibles, incluso disculpables, que en un momento determinado cometen todos los gobernantes del mundo. El Gobierno profundiza en su crisis. Transmite la sensación de estar inmerso en una batalla interna en la que la jerarquía, la autoridad, la planificación de estrategias comunes y la coordinación, más que estar en entredicho, sencillamente no existen. Moncloa se ha abonado a la confusión como lema exclusivo de su gestión, con el riesgo añadido de que los divorcios políticos en el seno del Ejecutivo, la convivencia forzada entre equipos ministeriales desautorizados constantemente y los desencuentros personales neutralicen, más si cabe, la acción de gobierno. Incapaz de transmitir a la ciudadanía mensajes coherentes y creíbles, Zapatero está manteniendo a su Ejecutivo en una prórroga inútil y alentando la certeza de que el ciclo de muchos ministros hace tiempo que llegó a su fin.
ABC - Editorial
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