El silencio de Raúl —comparado con los discursos que pronunció en años anteriores, con leves promesas— ha sido un clamoroso alegato en favor del inmovilismo más feroz.
EN los últimos días se había levantado cierta expectación ante las señales que pudiera enviar el régimen de La Habana con ocasión de las celebraciones del aniversario del asalto al cuartel Moncada, en el contexto de los esfuerzos del Gobierno español por convencer a sus socios europeos de la presunta existencia de cambios cualitativos en la actitud de la dictadura. En efecto, después del acuerdo entre Raúl Castro y la Iglesia cubana, que ha permitido la llegada a España de numerosos disidentes y sus familiares, muchos observadores se preparaban para analizar los matices del discurso del actual presidente cubano y, por supuesto, las intervenciones de su hermano Fidel. Sin embargo, los dos Castro ignoraron por completo la situación, al igual que el resto de los dirigentes de la dictadura. El silencio de Raúl —comparado con los discursos que pronunció en años anteriores, en los que lanzó leves promesas— ha sido un clamoroso alegato en favor del inmovilismo más feroz. La consigna de la jornada fue la de la integración económica con Venezuela, algo que no puede consolar a nadie puesto que Hugo Chávez —que, por cierto, tampoco acudió a la cita de los hermanos Castro— es un experto en llevar a un país petrolero a la ruina más absoluta.
La sociedad cubana está cansada de penurias y privaciones y merece una vida mejor que la que el régimen comunista es capaz de proporcionarle. Es necesario un cambio que tenga en cuenta las aspiraciones de los cubanos a una mayor libertad. Si Raúl Castro estuviera dispuesto a conducir al país en esa dirección, no tendría más que un camino, que es el de las reformas democráticas. Para ello es necesario aceptar el pluralismo y los mecanismos que ponen el control del ejercicio del Gobierno en la sociedad, y no al contrario. Si quiere convencer a la UE de sus buenas intenciones, a Castro no le faltan campos en los que puede tomar decisiones significativas, empezando por permitir a los cubanos salir y entrar libremente de su país. Cualquier otro circunloquio ideológico no llevará a ninguna parte y no debería servir de coartada para otorgar respetabilidad a un régimen que castiga a los ciudadanos por pedir respeto a los Derechos Humanos.
ABC - Editorial
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