Al Estado le va a resultar cada vez más difícil atender al pago de los intereses y el principal de tanta deuda como está emitiendo. Los mercados lo saben y por eso exigen tipos de interés cada vez mayores en cada nueva subasta de deuda.
sto no es sólo cuestión de voluntad política, que lo es, sino también, y sobre todo, de números –de esos cálculos que hacen los inversores internacionales–, que llevan a concluir que, en algún momento, España puede suspender pagos por mucho que el Gobierno se desgañite tratando de convencerles de todo lo contrario. ¿Qué hay en la economía española para que el peligro del default sea una posibilidad que preocupe cada vez más a los inversores internacionales? Veámoslo paso a paso, empezando por las cuentas públicas que, en última instancia, es donde está buena parte del meollo de la cuestión.
En estos momentos, España se encuentra en esa situación que los economistas definen como de crecimiento explosivo de la deuda. Esto se produce cuando los tipos de interés reales son superiores a la tasa de crecimiento real de la economía y el déficit público sobrepasa el 1% del PIB. En este caso, el crecimiento económico no es capaz de aportar ni siquiera los recursos necesarios para pagar los intereses de la deuda, lo cual genera más déficit presupuestario y más emisiones de deuda que incrementan la partida de los intereses y así sucesivamente. En este sentido, cuanto mayor sea el déficit, cuanto mayor sea la deuda acumulada en circulación y/o cuanto mayor sea la diferencia entre los tipos de interés reales y la tasa de crecimiento de la economía, más explosivo es el incremento de la deuda. En España se dan estos tres factores y, además, dos de ellos con especial intensidad. Por un lado, el déficit público estimado para este año por los analistas privados volverá a tener dos dígitos; por otro, se espera una caída del crecimiento económico del 0,6% frente a unos tipos de interés del 2,3% para las letras del Tesoro a un año, lo que, con una inflación prevista para junio del 1,3% da un tipo de interés real del 1%. Si tomamos el bono a diez años, la situación es mucho peor porque su tipo de interés es, en estos momentos, del 4,5% y, en términos reales, del 3,2%. Es decir, que el crecimiento económico dista mucho de proporcionar los recursos necesarios para pagar esos intereses y, encima, la financiación del déficit sigue metiendo más y más presión en los mercados.
En este contexto, lo que habría que hacer es poner en marcha tanto un programa de recorte drástico del gasto público, con el fin de reducir el déficit lo antes y lo más posible, como otro de impulso al crecimiento económico para que la propia dinámica de la actividad productiva, unida al saneamiento de las cuentas públicas, frenen en seco el crecimiento explosivo de la deuda. Este es el primer punto para evitar la suspensión de pagos de España por dos motivos fundamentales. El primero de ellos es que, con la situación descrita en el párrafo anterior, al Estado le va a resultar cada vez más difícil atender al pago de los intereses y el principal de tanta deuda como está emitiendo. Los mercados lo saben y por eso exigen tipos de interés cada vez mayores en cada nueva subasta de deuda. Pero esto tiene un límite porque a partir de cierto punto, es decir, de tipos de interés entre el 5% y el 6%, aproximadamente, los mercados consideran que, por mucho que se esfuerce el país, no podrá atender a esos pagos y, a partir de ahí, los tipos de interés empiezan a subir como un cohete y el Gobierno no puede colocar más deuda. Esto no es sólo una cuestión teórica, sino que es lo que pasó con Grecia, escenario al que España se va aproximando. Y si el Estado suspende pagos, toda la economía española puede ir detrás.
El segundo motivo es que, aunque al menos en un principio no se llegue a esa situación más propia de Argentina que de un país del nivel de desarrollo que había alcanzado España, la financiación de tanto déficit y tanta deuda absorbe casi todos los recursos para la financiación al sector privado, sin la cual difícilmente se recuperará y podrá contribuir al crecimiento económico, la creación de empleo y, a través de ellos, a aportar los impuestos necesarios para atender las obligaciones de pago del Estado español. Por tanto, la solución al problema empieza por sanear las cuentas públicas rápidamente y por tomar las medidas necesarias para impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo, empezando por la reforma laboral. Hechas estas dos cosas, la propia dinámica de la economía permitirá que el sector privado vaya pagando poco a poco sus deudas y, de esta forma, se evita la suspensión de pagos de España.
Dicho todo esto, queda claro que, hoy por hoy, se sabe perfectamente lo que hay que hacer. El problema es cuando llega la hora de aplicar las recetas. El primero que se resiste es el propio Gobierno. Zapatero quiere seguir gastando lo que tiene y lo que no tiene y mientras persista en él esta actitud, no habrá nada que hacer. Si fuera un político sensato, a estas alturas le habría metido al gasto público un tajo de no menos de 60.000 millones de euros entre eliminación de subvenciones y programas de gasto innecesarios y los tímidos recortes que ha puesto en marcha. Pero como él quiere seguir a lo suyo, estamos en la que estamos a pesar de que los números avisan de los riesgos financieros que corre el país. Y lo mismo cabe decir en cuanto a las reformas, por ejemplo la del mercado de trabajo. Y es que, por desgracia, ZP sólo actúa cuando los mercados le meten miedo, pero una vez pasado el susto, se crece y vuelve a las andadas, como acabamos de ver con el proyecto de reforma laboral presentado por el Gobierno o con la resistencia manifestada por éste a aplicar los recortes tan intensos en el gasto público que exigía Bruselas a cambio de la ayuda a España por parte de la Unión Europea. Y por si no bastara con ello, encima tenemos los sindicatos que tenemos, demostrándolo con la huelga política y salvaje en el metro de Madrid, y con una clase política enzarzada en la disparatada cuestión de Cataluña, cuando las circunstancias actuales exigen dejarla de lado y concentrar todos los esfuerzos y todo el potencial de este país en superar la grave situación socioeconómica que estamos sufriendo. Por eso no es de extrañar que sean cada vez más los analistas que piensen que, en un momento u otro, España va a suspender pagos. Y es que nuestros políticos y nuestros sindicatos están haciendo todo lo posible para que así sea.
En este contexto, lo que habría que hacer es poner en marcha tanto un programa de recorte drástico del gasto público, con el fin de reducir el déficit lo antes y lo más posible, como otro de impulso al crecimiento económico para que la propia dinámica de la actividad productiva, unida al saneamiento de las cuentas públicas, frenen en seco el crecimiento explosivo de la deuda. Este es el primer punto para evitar la suspensión de pagos de España por dos motivos fundamentales. El primero de ellos es que, con la situación descrita en el párrafo anterior, al Estado le va a resultar cada vez más difícil atender al pago de los intereses y el principal de tanta deuda como está emitiendo. Los mercados lo saben y por eso exigen tipos de interés cada vez mayores en cada nueva subasta de deuda. Pero esto tiene un límite porque a partir de cierto punto, es decir, de tipos de interés entre el 5% y el 6%, aproximadamente, los mercados consideran que, por mucho que se esfuerce el país, no podrá atender a esos pagos y, a partir de ahí, los tipos de interés empiezan a subir como un cohete y el Gobierno no puede colocar más deuda. Esto no es sólo una cuestión teórica, sino que es lo que pasó con Grecia, escenario al que España se va aproximando. Y si el Estado suspende pagos, toda la economía española puede ir detrás.
El segundo motivo es que, aunque al menos en un principio no se llegue a esa situación más propia de Argentina que de un país del nivel de desarrollo que había alcanzado España, la financiación de tanto déficit y tanta deuda absorbe casi todos los recursos para la financiación al sector privado, sin la cual difícilmente se recuperará y podrá contribuir al crecimiento económico, la creación de empleo y, a través de ellos, a aportar los impuestos necesarios para atender las obligaciones de pago del Estado español. Por tanto, la solución al problema empieza por sanear las cuentas públicas rápidamente y por tomar las medidas necesarias para impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo, empezando por la reforma laboral. Hechas estas dos cosas, la propia dinámica de la economía permitirá que el sector privado vaya pagando poco a poco sus deudas y, de esta forma, se evita la suspensión de pagos de España.
Dicho todo esto, queda claro que, hoy por hoy, se sabe perfectamente lo que hay que hacer. El problema es cuando llega la hora de aplicar las recetas. El primero que se resiste es el propio Gobierno. Zapatero quiere seguir gastando lo que tiene y lo que no tiene y mientras persista en él esta actitud, no habrá nada que hacer. Si fuera un político sensato, a estas alturas le habría metido al gasto público un tajo de no menos de 60.000 millones de euros entre eliminación de subvenciones y programas de gasto innecesarios y los tímidos recortes que ha puesto en marcha. Pero como él quiere seguir a lo suyo, estamos en la que estamos a pesar de que los números avisan de los riesgos financieros que corre el país. Y lo mismo cabe decir en cuanto a las reformas, por ejemplo la del mercado de trabajo. Y es que, por desgracia, ZP sólo actúa cuando los mercados le meten miedo, pero una vez pasado el susto, se crece y vuelve a las andadas, como acabamos de ver con el proyecto de reforma laboral presentado por el Gobierno o con la resistencia manifestada por éste a aplicar los recortes tan intensos en el gasto público que exigía Bruselas a cambio de la ayuda a España por parte de la Unión Europea. Y por si no bastara con ello, encima tenemos los sindicatos que tenemos, demostrándolo con la huelga política y salvaje en el metro de Madrid, y con una clase política enzarzada en la disparatada cuestión de Cataluña, cuando las circunstancias actuales exigen dejarla de lado y concentrar todos los esfuerzos y todo el potencial de este país en superar la grave situación socioeconómica que estamos sufriendo. Por eso no es de extrañar que sean cada vez más los analistas que piensen que, en un momento u otro, España va a suspender pagos. Y es que nuestros políticos y nuestros sindicatos están haciendo todo lo posible para que así sea.
Libertad Digital - Opinión
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