sábado, 8 de mayo de 2010

Luces y sombras. Por M. Martín Ferrand

ESTÁ claro que Mariano Rajoy nunca dice lo que piensa y de ahí la fama de su astucia; pero, ¿piensa lo que dice?

Según Baura, quienes han hecho virtud de la discreción y la reserva y encuentran confort en los silencios cautos y en las opiniones polisémicas, terminan por retratarse, incluso desnuditos, en cuanto bajan la guardia.

Como decía Madame de Pompadour, el gozo que produce quitarse el corsé tiende a compensarse con el dolor que conlleva embutirse en él. Rajoy -sospecho- bajó la guardia y se quitó el corsé ante los encantos entrevistadores de su paisana Julia Otero y, contra todo pronóstico y en contradicción flagrante con otras declaraciones suyas sobre el mismo caso dijo: «Voy a apoyar a Camps y Camps va a ser el candidato del PP en las próximas elecciones en Valencia». Ante el pasmo que cabe suponer en su entrevistadora añadió el líder de la gaviota: «Porque usted comprenderá que eso de los trajes yo no me lo creo».


Lo de Francisco Camps no es cuestión de fe. Es, antes y al margen de la Justicia, un asunto estético. Lo que verdaderamente descalifica al presidente de la Comunidad Valenciana es tener amistad y confianza con personajes como Álvaro Pérez, más conocido como «el Bigotes», y aparecer en las grabaciones, por espurias que resulten, en las que se le declara como «amiguito del alma». Los trajes son un síntoma que, gratis o de pago -ya nos lo dirá el juez-, evidencia un tipo humano contrario al paradigma que representa y propone el gran partido del centro derecha español. Rajoy tiene poder, porque los suyos se lo permiten, para convertir a Camps en candidato «diga la Justicia lo que quiera»; pero haría muy mal en usarlo salvo que el partido haga, como en su día hizo el PSOE con el marxismo, una renuncia plena y categórica a los supuestos de forma y fondo que alientan a las clases medias españolas, su base electoral.

Sorprendente Rajoy. El mismo personaje capaz de desbarrar en un asunto facilón como es -todavía- el de Camps, evidencia altura y sutileza, capacidad de líder y sentido del Estado, cuando acude a visitar a José Montilla. En tan comprometida entrevista el gallego le dijo al andaluz reconvertido en nacionalista catalán lo que debía. Defendió la Constitución, reafirmó el recurso del PP ante el TC y se opuso a la pretendida insensatez de renovar un tribunal ante la hipótesis de una sentencia que no le complazca a una de las partes.


ABC - Opinión

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