sábado, 8 de mayo de 2010

Instinto de conservación. Por Ignacio Camacho

LAS democracias maduras tienen dos estabilizadores: el instinto de los votantes y el sistema electoral.

Ambos han funcionado en Gran Bretaña en perjuicio del liberal Nick Clegg, cuya prometedora irrupción en la campaña había sembrado el pánico en los dos grandes partidos tradicionales hasta crear una burbuja de tercerismo. Al final, los electores han descartado la tentación aventurerista en un momento de grave incertidumbre económica y social, y han optado por las fórmulas convencionales con una conducta claramente conservadora. En doble sentido: por la ventaja de los tories y por el reflejo de conservación que implica la confianza mayoritaria en la vieja aunque imperfecta alternativa bipartidista. El mecanismo de distrito uninominal ha hecho el resto y la prevista eclosión de los liberales ha quedado diluida en un gaseoso taponazo.

Situado como bisagra de una mayoría insuficiente, Clegg plantea la reforma electoral como condición preferente de cualquier alianza a la que su balance le da derecho. Le apoya un dato objetivo: ha crecido significativamente en votos y ha retrocedido en escaños. Pero sus expectativas no han naufragado sólo por culpa de un sistema que también es injusto con los grandes -con porcentaje similar al de Cameron, repartido de otra manera en las circunscripciones, Blair obtuvo en 2005 mayoría absoluta-, sino porque el cuerpo de votantes no desea experimentos en circunstancias delicadas. Hay una lección que aprender, también en España, de ese comportamiento colectivo de los ciudadanos, que aunque en las encuestas se muestran muy decepcionados con la política clásica y valoran negativamente a sus líderes, en el momento de la verdad acaban volviéndose a echar en sus brazos con más resignación que confianza. No vamos a tardar demasiado en ver entre nosotros la impugnación de las reglas del juego; bastará que PSOE o PP cedan escaños -aunque sean autonómicos- a la aparición emergente del pequeño partido de Rosa Díez para que nos hallemos de bruces ante ese debate endiablado. Y habrá que andarse con prudencia, porque los sistemas mayoritarios no son un vicio caprichoso de una oligarquía de poder, sino un instrumento de estabilidad democrática que evita o modera las consecuencias de ocasionales sacudidas de descontento.

El resultado británico revela al tiempo la escasa pegada de Cameron y la impopularidad grisácea de Brown, pero incluso ante esos liderazgos mortecinos ha prevalecido la solidez bipartidista. El desgaste de la política tradicional no basta para dar paso a alternativas sin contraste, que necesitan algo más que brillantez dialéctica y oportunismo táctico. El obamismo, la propuesta de nuevas vías, es una seductora tentación que sólo se puede respaldar con un Obama: un líder con carisma, determinación y claridad de ideas. El mero aprovechamiento de la desilusión no suele pasar de una digna minoría privilegiada.


ABC - Opinión

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