sábado, 6 de febrero de 2010

Heroísmo político. Por M. Martín Ferrand

Sospecho que, llegado el momento de las grandes decisiones, una gran duda debe asaltar la conciencia de un líder político solvente y responsable: actuar según los intereses prioritarios de la Nación, obrar conforme a los supuestos del partido a que pertenece, considerar sus propios intereses personales y de perpetuación en el cargo o, como nos demuestra la experiencia del aquí y el ahora, pastelear entre las diversas opciones para, independientemente de los objetivos que se pretenden, disgustar al menor número posible de personas y tratar de contentarnos a todos. José Luis Rodríguez Zapatero es un maestro del género. Se resiste a ser antipático y ello le descalifica como líder para un momento de gran tribulación. Sabe Zapatero, y no lo ignoran ni sus ministros -incluido el de Trabajo-, que el momento exige una drástica reforma laboral que corte privilegios absurdos e, incluso, que atente contra legítimos derechos adquiridos; pero eso cuesta votos e irrita a los «agentes sociales» con poderes desproporcionados a su realidad representativa.

Cabe entender también que la tribulación decisoria alcanza a los líderes de la oposición. ¿Qué hacer desde la responsabilidad sin agrandar el tamaño y gravedad de los problemas que nos afligen? En lo que afecta a Mariano Rajoy, si no incurrimos en el pecado de la política utilitaria y carente de intención moral y didáctica, entiendo que cabría exigirle la presentación de una moción de censura que traslade al Parlamento, tan vacío de presencias como de funciones, el debate descarnado que exigen las circunstancias. Del mismo modo que Zapatero no acometerá los recortes presupuestarios y las reformas laborales que España precisa, pero que podrían costarle la reelección, Rajoy no presentará -salvo que fuese con la difícil garantía de su prosperidad- una moción de censura. Ninguno de los dos está por el heroísmo, una virtud que alumbra la grandeza de los líderes capaces de trascender la anécdota de su momento, y que no necesita espada ni pistola. El heroísmo político consiste en hacer lo que se debe, lo que conviene a la Nación y pueda fortalecer al Estado, al margen de banderías partidistas e intereses personales y electoreras. El sacrificio que requiere la ya desesperada situación presente, y nos afecta a todos, ha de comenzar por quienes resumen en sus nombres -¡todavía!- más del ochenta por ciento de los votos ciudadanos.

ABC - Opinión

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