sábado, 6 de febrero de 2010

Crisis de coherencia. Por Ignacio Camacho

Que nadie se extrañe si acabamos viendo a Zapatero defender el despido libre y a Rajoy protestando por ello detrás de una pancarta. La política española se ha desquiciado y anda dando tumbos por un despeñadero de incoherencias. La economía, que tiene fama de imprevisible y siempre deja en mal lugar a los profetas aunque se disfracen de expertos, se está comportando de una manera mucho más lógica: el empleo se derrumba por falta de productividad y el déficit se dispara por exceso de cobertura social. La Bolsa cae víctima de la desconfianza general y el dinero huye del sistema porque sus dueños no encuentran garantías de conservarlo. Nadie puede decir que el estemos ante un rumbo económico sorpresivo, aunque sí dramático, pero el derrotero político se ha vuelto definitivamente majareta. Después de ver a Zapatero rezar una plegaria laica con los integristas yanquis, aquí puede pasar ya cualquier cosa.

Si quedase un ápice de coherencia, los dos grandes partidos afrontarían la crisis nacional con un pacto de Estado obedeciendo el clamor que brotaría de la opinión pública. Pero es que falla incluso la segunda premisa: el electorado ni siquiera reclama un acuerdo de mayorías porque está profundamente dividido en dos bloques de un sectarismo inamovible, a los que hay que añadir la impermeable cerrazón nacionalista. Lo único que se mueve en las encuestas en el desencanto de un millón largo de votantes socialistas que han perdido el empleo o temen por él y se entregan a un pesimismo abandonista y melancólico. El resto lo que quiere es que se hunda el adversario y pasarle por encima aunque sea sobre los escombros de un país en quiebra. Nos podemos quejar de la mediocridad de los políticos, de su falta de empuje y de su incompetencia para salir del atolladero; sin embargo esta dirigencia sin generosidad ni coraje no es más que el reflejo de una sociedad sin pulso ni ambiciones. Los sondeos retratan a un pueblo que descree de sus líderes y los juzga con un despectivo suspenso, pero se muestra dispuesto a votarlos por un enconado ardor faccioso.

El Gobierno está catatónico y la oposición pretende rematarlo con la puntilla de su propia inepcia. La única lógica que articula la política es la batalla por el poder, y en el fragor de ese combate descarnado podemos asistir a contradicciones extravagantes que ojalá no se tornen dramáticas. Consumado el fracaso del populismo subsidial de Zapatero, la izquierda afronta un ajuste forzoso en el que va a tener que enfrentarse a sus peores demonios, mientras la derecha se perfila como displicente espectadora de un naufragio. Lo triste es que en esta dialéctica de contrarios nadie se ha preocupado de hacer pedagogía y los ciudadanos aún no entienden hasta qué punto son necesarios los sacrificios. Acostumbrados a políticas indoloras se van a rebrincar cuando vean venir a los cirujanos.


ABC - Opinión

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