viernes, 29 de enero de 2010

La juez y un juguete roto llamado Arnaldo Otegi . Por Antonio Casado

Millones de españoles se han sentido identificados con la reacción de la magistrada ante un reo llamado Arnaldo Otegi. Ellos hubieran hecho lo mismo. Por eso aplauden a la juez Ángela Murillo, presidenta del tribunal que juzga por enaltecimiento del terrorismo a quien fuera cómplice del Gobierno Zapatero en el último intento de negociar el final de ETA. La vista se reanuda hoy, después de que ayer se proyectase un video en euskera del que “la sala no ha entendido ni papa”, dijo su señoría.

Las pantallas de la tele y de miles de ordenadores personales han propagado estos dos últimos días el gesto despectivo de la presidenta del tribunal mientras exclamaba: “Por mí, como si quiere beber vino”. Eso dijo cuando la abogada de Otegi, Jone Goricelaia, le pidió licencia para que su defendido pudiera beber agua porque “está en huelga de hambre”.

En la repetición de las mejores jugadas, el desparpajo de su señoría reapareció por segunda vez en la sala. Fue al hacerle la pregunta ritual al veterano dirigente de Batasuna: “¿Condena usted la violencia de ETA?”. Como Otegi se negara a responder (“No voy a responder a esa pregunta”, dijo), Ángela Murillo apostilló en el mismo tono coloquial utilizado en el lance anterior: “Ya lo sabía”.

Algunas críticas podrían hacerse al comportamiento de la jueza. Y se han hecho, desde ciertas asociaciones profesionales por las “formas” y algunas “expresiones desafortunadas”. Seguramente con razón. El tono de sus comentarios no fue el más adecuado en una sala de juicios. Pero ahí va a quedar la cosa. Si se lo reprochan será con la boca pequeña. Porque a estas alturas nadie está dispuesto a permitirse nada que pueda atenuar la chulería que los etarras y sus amigos políticos cuando comparecen ante los tribunales, debidamente concertados con sus abogados de plantilla.

De todos modos, como tantas veces ocurre, la categoría queda camuflada en el episodio de una juez poco cautiva de las formalidades. La identificación de la inmensa mayoría de los españoles con la actitud de Ángela Murillo alumbra una buena noticia: ya nos da igual que Otegi y los presos de ETA estén en huelga de hambre y ya nos da igual que Otegi condene o deje de condenar a ETA. “Ya lo sabíamos”, podíamos haberle dicho todos a coro cuando se negó a responder ante el tribunal, pero acompañando el mismo gesto de aburrimiento que apareció en la cara de su señoría.

La doble secuencia de lo ocurrido el miércoles en la Audiencia Nacional se reprodujo ayer hasta la saciedad en las teles y en los ordenadores. Ha servido para hacer unas risas. Pero el salto de la anécdota a la categoría es esa buena noticia: la general indiferencia de la ciudadanía, la clase política y los medios de comunicación por las manifestaciones del dirigente de la llamada izquierda abertzale. En otro momento hubiera desembalsado ríos de tinta. Ahora, que Otegi lleve unos meses en la cárcel, que al parecer él su gente están en huelga de hambre o que no condene la violencia terrorista, nos deja fríos a todos.

Tantos amagos de desmarque de ETA para luego acabar apuntándose a una enésima movilización de presos. Quien le ha visto y quien le ve. Un juguete roto que, ante una juez poco complaciente y una sala semivacía, ha machacado el clavo de la “solución-pacífica-al-conflicto-que-pasaría-por-el-reconocimiento-al-derecho-de-autodeterminación-la-liberación-de presos-políticos-y-el-reconocimiento-de-la-identidad-nacional”. Qué pesadez.


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