sábado, 23 de mayo de 2009

TROPIEZO EN GUANTANAMO

EL presidente estadounidense está pinchando en hueso en sus planes de cerrar la prisión de Guantánamo, y ante los problemas legales, financieros, políticos y de seguridad que dificultan el cumplimiento de este objetivo, prefiere culpar de ello a su antecesor, George Bush, antes que reconocer que hizo una promesa electoral sin preguntarse primero cómo podría cumplirla. Si ésta ha de ser la tónica de su gobierno, corremos el riesgo de que muchas de sus ofertas de campaña, hechas según se ve ahora pensando más en cómo complacer a los votantes que en proteger sus verdaderos intereses, se conviertan pronto en problemas insalvables y agraven amenazas existentes.

Tiene razón Obama cuando dice que los norteamericanos no deben tener que elegir entre su seguridad y sus valores democráticos. Ese es precisamente el núcleo de la misión de un presidente de un país civilizado en estos momentos: garantizar la libertad de sus súbditos, amenazada expresamente por los terroristas. Si no ha entendido esto, entonces no es de extrañar que se encuentre bloqueado ante el problema que planea Guantánamo, que es -hay que recordarlo- una excepción judicial con la que hay que acabar para que no mine la solidez de los principios de un Estado de Derecho, pero donde no están confinadas víctimas inocentes de una represión antidemocrática, sino todo lo contrario. Una democracia debe usar leyes, pero ante todo tiene la obligación de defenderse de sus enemigos. Cerrar Guantánamo no es lo que garantizará el fin del terrorismo y por ello hay que buscar una alternativa que sea legal, que no comprometa los ordenamientos jurídicos de terceros países y que sirva de manera más eficaz en esta lucha.

Desgraciadamente para Obama y para el resto del mundo, sus buenas intenciones van a ser puestas a prueba constantemente por las fuerzas que intentan destruir la civilización occidental. El caso de Irán es bien revelador, puesto que mientras Obama le ha ofrecido la mano tendida, el régimen teocrático se está dando prisa para construir sus armas nucleares, con la seguridad de que es poco probable que Estados Unidos se lo vaya a impedir. La idea de Barack Obama de un presidente más cordial con todo el mundo, dispuesto a considerar presentable cualquier tipo de objetivo político con tal de no despertar su animadversión, es probablemente la mejor receta para acabar debilitando los principios democráticos que está obligado a defender.

ABC - Editorial

0 comentarios: