Carme Chacón y Trinidad Jiménez, en los días de su debut político, prometían más largo recorrido. Jiménez, una de las artífices de que Zapatero conquistara el PSOE, parecía cabal e inteligente. Se vino abajo cuando, tras las elecciones municipales de 2003, en lugar de afianzarse como jefe de la oposición ante su vencedor, Alberto Ruiz-Gallardón, hizo lo que después imitó Miguel Sebastián, y no volvió a disputar la vara madrileña. Ahora como ministra de Sanidad ha tocado el suelo del desprestigio al ocultarnos un brote de gripe A en la Academia Militar de Ingenieros de Hoyo de Manzanares. Le acompaña en el demérito la titular de Defensa.
Chacón brilló con luz propia, y así lo he reseñado aquí más de una vez, por su habilidad al cohonestar los intereses y las formas del PSC y del PSOE. En las últimas legislativas hizo juegos malabares, sorteando las dificultades del tripartito catalán, y tuvo buena parte del éxito electoral socialista en Cataluña. Como titular de Defensa alcanzó pronto su nivel de incompetencia. La discreción que le permitió sobrevivir al frente del inconsistente Ministerio de Vivienda le ha faltado en su función presente y, además de demostrar modos impropios de la cortesía, como ha hecho al ensañarse con Federico Trillo, va de mal en peor hasta el punto de enterarse por la prensa del grave problema de salud suscitado en uno de sus acuartelamientos.
Tres ministras que, en aras de la paridad, desmerecen la verdadera igualdad, la que no necesita un Ministerio especializado ni una cuota, la del talento y la preparación.
ABC - Opinión
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