
Retirado al sur de Francia después de la detención y encarcelamiento de la autora de la «Operación Ogro», y devuelto a España por las autoridades francesas a causa de un encierro con huelga de hambre en la catedral de Burdeos a favor de un grupo de etarras detenidos en la isla de Yeu, Sastre se entregó a la difusión de la obra y el nombre de su esposa. Por supuesto siguió escribiendo teatro y ensayo pero ya con la esperanza del que tiene la realidad a su favor, el terreno favorable al socialismo «revolucionario» en una Euskadi de la que se veían obligados a huir los perseguidos por ETA. El abertzalismo de izquierda vasco ha sido el descubrimiento de la vanguardia de este tardo-marxista que predicaba la revolución en los años sesenta. A su juicio, la voladura de Carrero Blanco debería haber sido la señal de la nueva era; debería haber hecho saltar por los aires las contradicciones de un PCE del orden y un proletariado integrado y mendicante.
El TC, que no ha sido capaz de pronunciarse sobre el Estatuto catalán a lo largo de tres años, se ha comportado en este caso con una «ejemplar» agilidad. Ha sido tan independiente respecto al Supremo como dócil al Gobierno de Zapatero y a las regañinas de algún periódico. Gracias a él, la presencia de Sastre o de Doris Benegas en el Parlamento europeo jugarán a ser el anuncio de la paz institucional por la que están trabajando Otegi y Eguiguren mientras López cumple la misión integradora que le han encomendado las abstenciones de Batasuna.
ABC - Opinión
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