miércoles, 13 de mayo de 2009

DADIVAS Y OCURRENCIAS. Por M. Martín Ferrand

UNO de los grandes trucos de José Luis Rodríguez Zapatero, al que recurre siempre que le acosa la necesidad, consiste en enfrentarse a la Cámara -o a las cámaras, según los casos- y recitar un discurso tan solemne como vacuo. Ayer, en la apertura del Debate sobre el Estado de la Nación, batió su récord en la especialidad y a punto estuvo de alcanzar el vacío absoluto, la nadería total. En el supuesto de que el líder socialista sepa en qué país vive -¡y gobierna!- y cuáles son los problemas fundamentales que nos acucian, lo disimuló con perfección y, rebajando el tono y el volumen de su voz, con la misma aparente seriedad con que hace un año nos prometía el «pleno empleo», ayer les ofreció un ordenador a los niños de quinto de Primaria. La dádiva como sucedáneo de la seriedad.

Por un instante reconoció el presidente los «errores sucesivos» de su Gobierno en el diagnóstico y prevención de la crisis; pero, de inmediato, disolvió su responsabilidad, e incluso la autocrítica, en la comparación con los gobiernos y expertos de todo el mundo a quienes les ocurrió lo mismo. Así, sin un ápice de rigor, fue comunicando medidas sin sentido ni fundamento. Desde un plan para incentivar la compra de automóviles que habrán de pagar mayoritariamente quienes los fabrican y las Autonomías hasta la supresión para las clases medias de los incentivos fiscales que hasta ahora ayudaban a la adquisición de las viviendas.
A tal punto llega la trampa en el desordenado plan que Zapatero anunció ayer que, para fomentar el mantenimiento y el incremento del empleo en las pequeñas empresas -menos de 25 empleados y una facturación inferior a 5 millones de euros- se les ofrece una reducción de 5 puntos en el Impuesto de Sociedades. ¿Para qué querrán un descuento en un impuesto que cursa sobre beneficios quienes viven angustiados por las pérdidas que les origina la situación? Resulta soez que, en un momento de máxima gravedad, con cuatro millones de parados en presencia y territorios del Estado en que se niega la obligación constitucional de conocer el castellano, entre tormentas de corrupción y/o despilfarro, sin separación entre los poderes del Estado y ayunos de una Justicia independiente, capaz y operativa, el presidente del Gobierno, con su insolvente conducta, convierte en irrelevante, por lo escaso de su planteamiento, un Debate del que nadie esperaba mucho, pero sí algo más que nada.

ABC - Opinión

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