domingo, 14 de enero de 2007

'Catalunya és més que un club'


Si Cataluña fuera un Estado independiente, seguramente sus habitantes tardarían décadas en acostumbrarse a ver en el Barça sólo un club de fútbol. Tanta es la identificación entre este club privado y el establishment político y mediático, que la gente común ha acabado por confundir al Barça con Cataluña. A nadie se le escapa que la identificación sentimental con el Barça es mucho mayor que con la selección «nacional» de Cataluña.

Nada hay de inocente en ello, el nacionalismo ha utilizado y utiliza hoy más que nunca los sentimientos deportivos para vender intereses nacionales. Ellos saben más que nadie que lo que se instala a través de los sentimientos es difícil desprogramarlo con la razón. Cualquiera que haya hecho el recorrido simbólico de las gradas del Camp Nou en los últimos 25 años, se dará cuenta que los colores azul y grana han ido dejando sitio a los de la senyera y últimamente a los de la estelada. Y la desproporción es cada vez mayor.

Sin embargo, la realidad mediática no se corresponde con la realidad a secas: la mitad de la población de Cataluña no es seguidora del Barça. Las encuestas le otorgan entre 3 y 3,5 millones de seguidores. Por lo tanto, al resto de la población catalana o no le gusta el fútbol o es seguidora de otros clubes (RCD Espanyol, Real Madrid, Nàstic, Lleida, Betis, Deportivo u otros).

Han pasado ya muchos años desde que Manuel Vázquez Montalbán iniciara esa apuesta identificadora entre el Barça y Cataluña con aquel eslogan cargado de evocaciones democráticas: «El Barça es més que un club». Pero lo que nació de una metáfora política ha acabado por secuestrar el sentimiento colectivo de Cataluña.Nada, si acaso la lengua, ha sido instrumento de mayor eficacia para clonar nacionalistas como el Barça. La foto obscena que inundó la portada de La Vanguardia al día siguiente de la derrota del Barça en el estadio Yokohama de Tokio con un niño pequeño llorando desconsolado envuelto en la bufanda del Barça es toda una declaración de principios. Y después nos quejamos del maltrato infantil. Aquel niño desconsolado debería tener derecho a su propia elección sentimental. Pero nunca podrá hacerlo. Desde la cuna parecen haberle grabado a fuego la adhesión a un club de una determinada manera. Mal del fútbol en general, ya que padre y niño podían haber sido seguidores de cualquier otro club. En lugar de jugar y reír, ese niño ya sufre el desconsuelo adulto del forofo. Maltrato infantil, secuestro sentimental, como el bautismo sin consentimiento ni libertad. Y la prensa haciendo apología.

Desde entonces y aún antes, la mayoría de medios de comunicación privados y todos los públicos cometen dos errores imperdonables: reducir sus líneas editoriales deportivas a un solo club e identificar a ese club con el Barça como si las simpatías deportivas de todos los catalanes se redujeran a él. Es como si la mayoría de líneas editoriales de la prensa política catalana redujera la pluralidad parlamentaria a uno sólo de sus partidos y seguidamente lo confundiera con un partido en particular.

Todo ello demuestra una mentalidad deportiva totalitaria de esa entente político-mediática cuyas consecuencias sociológicas son el rechazo generalizado a la Cataluña que no le baila las gracias.Incluso aquellos que por su rivalidad deportiva plantan cara sin complejos a la hegemonía blaugrana acaban apareciendo como traidores y vendidos, cuando no infiltrados. Lamentable.

No estoy poniendo en cuestión las razones comerciales evidentes de un producto que vende y por sí mismo justifica las cuotas altas de pantalla que debe tener por ley de mercado. Lo doy por supuesto. Barça y Madrid deben tener por esa razón prioridad a cualquier otro club. Oferta y demanda, no vamos a descubrir ahora el arroz con leche. Pero hay una alteración de esa ley de mercado a causa de la politización de sus símbolos que descompensa por completo la propia ley de mercado en perjuicio de otros clubes.

La consecuencia de esta grave disfunción sociológica es la débil estructura deportiva de Cataluña. Su falta de pluralidad hace que la segunda Comunidad Autónoma más poblada de España, una de las dos más potentes económicamente y la que más licencias deportivas tramita, haya tenido sólo dos equipos en Primera División de manera habitual y uno de ellos, el Espanyol, con frecuencia en la cuerda floja. El caso del Nàstic es aún más inquietante, una vez en 50 años. Este año, sin ir más lejos, sólo existen tres equipos entre la Primera y la Segunda división. Y si nos centramos en el segundo deporte competitivo, el baloncesto, tres cuartos de lo mismo. Poca cosecha para tantas hectáreas de cultivo.

Era evidente que la abusiva exclusividad sentimental y crematística del poder político y el poder mediático en beneficio de un solo club ha debilitado el crecimiento deportivo de Cataluña. No ocurre así en el resto de España. Comparemos: En la Comunidad de Madrid el Real Madrid fagotiza mucho más de lo que debiera y es la comunidad que más se acerca a las disfunciones aquí denunciadas, pero aún así, a su lado viven con orgullo varios más: Atlético de Madrid, Rayo Vallecano, Getafe, Leganés etc. En Andalucía, Sevilla, Betis, Recre, Cádiz, Málaga, Poli Ejido, Almería, Jerez . En la Comunidad Valenciana, Valencia, Levante, Villareal, Elche, Hércules, Castellón, etc. Y para terminar, incluso en el País Vasco andan mejor: Bilbao, Real Sociedad, Alavés, Eibar y Sestao.

Es curioso que en la tierra donde se alardea tanto últimamente de genética nacional, el equipo maltratado por su escaso nacionalismo, el Real Club Deportivo Espanyol haga jugar cada domingo al doble de jugadores nacionales que el Fútbol Club Barcelona. No es este hecho sin embargo, argumento que critique, al contrario, es de lo poco de su imperialismo deportivo que me gusta. Es el dulce precio que hay que pagar por ver jugar a Ronaldinho. De sangre le venía al galgo. En su origen, allá por el 1899, un suizo, Hans Gamper y un británico, Witty, dieron al FC Barcelona patente extranjera y durante años la entidad estuvo formada por anglosajones protestantes.

Y fue precisamente por eso que unos meses más tarde (1900) el hijo del rector de la Universidad de Barcelona, Angel Rodríguez, creaba la Sociedad Española de Fútbol, futuro RCD Español para jugar contra esos extranjeros del Barcelona. Repito, no es argumento que debiera servirnos de nada, pero no parece serio que hoy el presidente del Barça se abrace a ese error sociológico nacionalista para hacer política desde el club más grande de Cataluña y a costa de ningunear hasta el hastío la existencia de otros clubes y el desarrollo deportivo de toda Cataluña.

Afortunadamente, los socios y seguidores del Barça no se reducen a quienes lo confunden con Cataluña, más aún, decenas de miles los hay que desaprueban esta identificación como millones de españoles rechazamos la usurpación que del Real Madrid hizo el franquismo. Habrían de ser sus seguidores y debería salir de sus filas el rechazo de este abuso. Y devolver el Barça al destino de cualquier club de fútbol: el deporte.

«Catalunya es més que un club» y más que una nación y más que una cultura y más que una lengua. Los periodistas han de ser los primeros en elegir entre el carnet de periodista y el del Barça. La catarsis habrá que empezarla algún día si queremos ser de verdad una comunidad tan civilizada como a menudo solemos sin fundamento creer.

Antonio Robles (El Mundo) (13/01/07)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué paliza que le dio el Español a los indultados. 3-1. Olé.