viernes, 15 de diciembre de 2006

Transición

Un lugar común de la reciente historiografía española ha sido preguntarse cuándo acabó la transición, e incluso cuándo empezó, hecho que algunos sitúan en el reinado de Witiza López Rodó. Creo que es una discusión equivocada y me dispongo a hacer una afirmación de tipo capital: la transición es el ser de España.

Y su correlato: mientras exista España habrá un lugar del que partir, nítido, y otro, completamente desconocido que es el adónde ir. El lugar de partida es el fracaso o al menos la clara insatisfacción por la marcha de las cosas. La dictadura es el lugar de partida canónico. Pero hay otros: el Estado de las Autonomías. O la violencia terrorista. De este último proceso aún no conocemos su desarrollo fundamental: aunque bien pudiera consistir en una eterna transición con mojones de muerte cada tanto. El Estado de las Autonomías, su nitidez constitucional, ha entrado en un confuso proceso de reformas: avanza, transiciona, como dice o dirá un locutor deportivo.
Esos son los puntos de partida. ¿Hacia dónde van? Es imposible decirlo. El principal efecto de la política de la memoria histórica es la impugnación del grado de veracidad de la democracia española. Una democracia manqué. Así, se pretende transicionar a una democracia veraz. Pero la legislación de esa política no tiene el acuerdo general, y hay grupos que exigen más memoria, y sobre todo memoria contante y sonante; por lo que el destino vuelve a ser ambiguo y todo quedará a la espera de una próxima transición. En cuanto a la negociación con los terroristas no parece que la transición, y la transacción, esté llevando a la paz: más bien a una paz vigilada, hoy por un autobús incendiado y acaso mañana por algo peor. Paz misma es una palabra cuestionada y es, desde la raíz, escasamente útil como unidad de destino. Casi es absurdo referirse al debate territorial: nadie puede decir a dónde conduce.

Insisto en que la transición no me parece un momento de este país, sino algo mucho más profundo. Pero a diferencia de los habituales metafísicos yo no creo en el ser transicional de España más que de un modo: como relato, como constructo, de una casta política. La inacabable transición es una invención suya. Ni la mayoría de los ciudadanos pedían la reforma del Estado ni la apertura de las fosas de la Guerra Civil. (Tampoco pedían la negociación con los terroristas, pero al menos esa posibilidad está basada en hechos, y terribles). La política española es, en gran parte, una invención de los políticos. No pueden apartarse del remoto relato español. Lo tienen a mano, es barato, intelectualmente accesible, y les da resultados pasionales. En cuanto invención, la política española es la peor posibilidad de una política.

(Coda: «Los propios historiadores son cada vez más conscientes de que cada una de sus palabras pueden ser utilizadas con fines políticos. 'Cuidado con lo que dices' fue la advertencia de la mujer de un historiador medieval antes de la presentación, en septiembre de 2006, de un libro sobre el siglo XIII». Giles Tremlett, España ante sus fantasmas. Un recorrido por un país en transición.)

Arcadi Espada
El Mundo, 15-12-2006

0 comentarios: