martes, 12 de diciembre de 2006

Le entra el mal de altura a Zapatero: "España va de puta madre"


O ha perdido contacto con la realidad o no conoce bien el país cuyo Gobierno preside, porque ha llegado ese momento en el que el presidente confunde sus deseos con la realidad.
12 de diciembre de 2006. "Pero, presidente, ¿no te das cuenta de que antes de lanzarte a arreglar la casa ajena hay que velar por la propia?". La pregunta, hecha desde una cierta estupefacción por la visita la pasada semana de José Luis Rodríguez Zapatero al Senegal, se la planteaba al jefe del Ejecutivo un conocido periodista en un corrillo durante la recepción en el Congreso con motivo del XXVIII aniversario de nuestra menguante Constitución. La respuesta informal de Zapatero es para releerla varias veces: "¡España va de puta madre!".

Ha llegado un momento en el que Zapatero confunde sus deseos, sus ambiciones, sus odios y resentimientos, con la realidad. Una realidad que palpita al margen de TVE y de la SER. Eso les ocurre a los caudillos cuando creen que solamente ellos son capaces de saber qué es lo que conviene al pueblo y la nación que gobiernan y, por lo tanto, no entienden que haya quien discrepe de sus designios. Antes, con un José María Aznar seguro en el trazo largo, confiado en el porvenir, instalado en el Palacio de La Moncloa, "España iba bien" se mirara por donde se mirara, y ahora, para José Luis Rodríguez Zapatero, "España va de puta madre". Uno añadiría que si se compara con cualquiera de los países tercermundistas a lo largo de la costa atlántica africana, está que se sale. El menor día nos sorprende alegándolo como razón de Estado.

Se confirman los peores temores

La respuesta al colega de la prensa del presidente debe ser fruto del mal de altura que acaba afectando a todos los inquilinos de La Moncloa en la necesaria acomodación de la coyuntura a sus esperanzas y, como tal, requiere de un interlocutor lúdico, en vuelo rasante, pelín imaginativo, y desde luego descreído y burlón, lleno de guasa. Porque si uno va en serio y se acerca a las palabras de nuestro gobernante con la fe de un católico recién salido de misa de 12, entonces corre el riesgo de sufrir una seria depresión, muy peligrosas en esta época prenavideña. Y lo digo con una sensación agobiante de tristeza, porque, para cualquiera que sienta un poco, aunque sólo sea un poco, de cariño hacia la patria en la que vivimos y que tanto ha costado construir, contemplar cómo un político sin ninguna clase de escrúpulos es capaz de destruirla resulta del todo doloroso.

España se está convirtiendo a velocidad de crucero en un país virtual, donde nada es lo que parece. País de pandereta y ciencia-ficción en el que el Gobierno juega a gobernar, algunos jueces simulan administrar justicia y la gente que va y viene a su trabajo ve desfilar, por la gran pantalla de la actualidad, todo tipo de desmesuras, desmanes y desmadres, mientras sigue ocupada en sus propios, pequeños y cotidianos menesteres. Y el caso es que la réplica de Zapatero sólo puede ser el producto de una alucinación o de una gansada. Ante el alarmante empobrecimiento de la sociedad y de la clase política, la mirada crítica a lo ocurrido durante los últimos tres años impide advertir la existencia de suficientes motivos para un razonable nivel de autoestima presidencial.

Más sombras que luces

Quienes gritaron a Zapatero en la noche electoral del 14 de marzo "¡No nos falles!", y muchos españoles de a pie, no necesariamente votantes del PSOE, que soñaron con una vida política más apacible, con una mayor implicación de los ciudadanos en los asuntos públicos, con transparencia, respeto al discrepante, más empleo, más bienestar y mejor repartido, quienes creyeron ver en el presidente del Gobierno al Tony Blair ibérico, una estrella ascendente en la escena política, un modelo ético en el que mirarse la izquierda tras los excesos del felipismo, no podrán sentirse en justicia más decepcionados. Se ha roto definitivamente el velo de la inocencia de un personaje a quien buena parte de la ciudadanía ha otorgado el beneficio de la duda en torno a los excesos producidos.

Los peores augurios se confirman: o este hombre ha perdido contacto con la realidad o no conoce bien el país cuyo Gobierno preside, porque tamaña demostración de insolvencia, la constante búsqueda de alboroto en el gallinero patrio, el despliegue de un abanico de actitudes antidemocráticas dirigidas a buscar la aniquilación del contrario y, sobre todo, a formar un pensamiento único, la ausencia de miras propias de un hombre de Estado, tendrá sin duda un coste electoral para el PSOE. Hay mucha gente de bien en el socialismo, muchos votantes y militantes de este partido, que no pueden cruzarse de brazos ante la ruindad de las actitudes de su secretario general.

Empacho de poder

Y es que incluso los más adeptos del "España va de puta madre" tienen sus dudas. Ya el último sondeo del CIS, nada sospechoso de connivencia con la Oposición, revela un claro empeoramiento de la situación política y económica. La causa zapateril se cuartea. Los agitadores de la doctrina socialista lo atribuyen a la situación internacional, pero el entorno mundial nada tiene que ver en el autoritarismo, los mecanismos de control a media asta, el peor de los escenarios microeconómicos, el desprecio a un partido que representa a media España, los numerosos atajos para evadir el control parlamentario, la instrumentalización del fiscal general del Estado, la coraza mediática a la medida del Gobierno, la vergonzosa e innecesaria sumisión a los amigos ideológicos y la peligrosa e igualmente innecesaria arrogancia frente a la primera potencia del mundo, etc., etc.

El mejor –por no decir único- argumento de réplica por parte del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero y del PSOE sigue siendo "la culpa es de los populares". Pero los ciudadanos no son idiotas. Entre el 14 de marzo de 2004 y el 11 de diciembre de 2006 habita la inevitable secuencia de todo lo que en política, como en los organismos vivos, nace, crece y muere. Pretender convertir al Partido Popular de Mariano Rajoy en chivo expiatorio del estrepitoso fracaso de la gestión gubernamental, es signo de la decadencia y la pérdida de credibilidad del Gobierno. Qué se le va a hacer. El don de saber mirar ciertas cosas desde arriba, cuando se está arriba, sin que el brazo se rebaje a la captura de cosas pequeñas o pegadas al suelo, no adorna precisamente a Zapatero.

Miguel Angel Orellana (El Semanal Digital) (12/XII/06)

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