sábado, 12 de diciembre de 2009

¿Manifestación o excursión de fin de semana?

NO SE PUEDE decir que UGT y CCOO estén pasando precisamente su mejor momento. Hace unos días, un joven realizaba una durísima crítica de su labor desde la tribuna del Congreso, aprovechando la lectura de la Constitución. La anécdota refleja el desconcierto creciente que existe en la sociedad española sobre unos sindicatos cada vez más preocupados por defender sus privilegios mientras se agudiza la crisis.

Resulta muy difícil de entender la decisión de Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo de convocar hoy a sus bases en Madrid bajo el lema: «Que no se aprovechen de la crisis, el trabajo lo primero, por el diálogo social». Todo el mundo está a favor de la prioridad del trabajo y de la necesidad del diálogo social, pero la primera parte del eslogan -ese «que no se aprovechen de la crisis»- es un implícito y desafortunado juicio de intenciones sobre los empresarios.

En una coyuntura en la que han desaparecido 140.000 empresas en año y medio, parece de bastante mal gusto que los sindicatos se arroguen el derecho de movilizar a sus militantes contra los empresarios, que son un factor imprescindible para la creación de empleo y riqueza en nuestra sociedad.

Conscientes de que esta referencia puede ofender no sólo a los empresarios sino a otras muchas personas, Méndez y Fernández Toxo intentaron ayer restar importancia al eslogan, elegido hace un mes, subrayando que lo que pretenden es pedir «un equilibrio en el reparto de los sacrificios que provoca la crisis».

Según datos del INE, el coste medio salarial ha subido en España en 2009 un 4,1%, lo que pone en evidencia que no son los trabajadores que conservan su empleo los que tienen más razones para quejarse. Los que de verdad han salido perdiendo son los casi dos millones de empleados que han ido a las filas del paro desde agosto de 2008.

Los sindicatos han rechazado hasta ahora -y lo siguen haciendo- cualquier reforma laboral que reduzca el coste del despido para los nuevos contratos, lo cual dificulta la creación de esos puestos de trabajo que permitirían reducir las estadísticas del desempleo.

Cualquiera que escuche lo que dijeron ayer los líderes de UGT y CCOO, unido al eslogan de la convocatoria, podría llegar a la conclusión de que la manifestación de hoy carece de objetivos claros, más allá de un acto de autoafirmación de su propio poder, puesto que no piden medidas concretas ni se aboga por un cambio en la política económica del Gobierno, como en ocasiones anteriores.

Dicen los convocantes que el primer objetivo de la manifestación es «restablecer las condiciones para el diálogo social». Esas condiciones no van a ser mejores tras esta movilización. Los empresarios también quieren el diálogo social, lo que sucede es que no están de acuerdo con los sindicatos en el contenido de las iniciativas que deben salir de la negociación.

Méndez y Fernández Toxo reconocieron que «no hay un clamor» para proceder a una huelga general, lo cual es cierto. Casi nadie piensa que en estos momentos la solución a la crisis pueda venir del enfrentamiento entre los agentes sociales, sino todo lo contrario.

Da la impresión de que UGT y CCOO están molestas porque se les reprocha que no han hecho nada para luchar contra la crisis y que sacan a la calle a sus bases -venidas a la capital en trenes y autobuses de toda la geografía española- para desmentir esa tesis. Hoy tendremos más elementos de juicio para valorar si esta convocatoria es una excursión de fin de semana o una manifestación con objetivos concretos.


El Mundo - Editorial

Si vis pacem. Por Ignacio Camacho

EL comandante en jefe se presentó en Oslo con las estrellas de cinco puntas prendidas bajo la pechera del frac. Como aquel Arafat que compareció en la ONU con una rama de olivo en una mano y una metralleta en la otra, Obama fue a recoger el Nobel de la Paz con dos guerras cargadas en su equipaje y el interruptor rojo de la bomba atómica en el attaché de mano. Y cuando los arúspices del buenismo acaso esperaban que se pusiese a tocar la lira del apaciguamiento y a entonar la palinodia pacifista, se descolgó con un discurso inflexible y sin excusas: no hay paz posible con los enemigos de la libertad, no hay libertad en la que quepan los enemigos de la paz.

Con su defensa kennedyana de la guerra justa -sin torturas, bajo la Convención de Ginebra y «con las menos víctimas civiles posibles»-, el presidente americano ha cogido a los incondicionales del pacifismo de salón con el pie cambiado. En vez de pedir perdón, anunciar la retirada incondicional de Irak y tender los brazos a la Alianza de Civilizaciones para hacerse acreedor a las zalameras mercedes del Nobel, Obama asume sin conflicto la contradicción de recibir el Premio con trescientos mil soldados desplegados en Oriente y un Guantánamo por cerrar. Sabiéndose concernido por una responsabilidad de Estado y un liderazgo moral, reclama al mundo libre más soldados en Afganistán, afirma la doctrina de vigilancia democrática y comunica su determinación de victoria. «Nuestra creencia de que la paz es necesaria no es suficiente para lograrla»; «la guerra tiene un papel en la preservación de la paz»; «los que violen las reglas rendirán cuentas»: el romano Vegecio -si vis pacem, para bellum- no pudo soñar nunca una actualización más diáfana.

Conviene aclarar que, para los Estados Unidos, la guerra justa es aquella que protege sus intereses nacionales, identificados sin complejos con los del mundo libre y democrático. Obama no es en ese sentido un líder disolvente dispuesto a renunciar a la hegemonía mundial, y su discurso compromete a quienes, como Zapatero, pretenden interpretar a su conveniencia de parte la diplomacia multilateralista de la Casa Blanca. Obama llama guerra a la guerra y sacrificio al sacrificio; no le tiembla el pulso para usar la fuerza y su ética de la responsabilidad está lejos de las políticas indoloras y lenitivas de cierta izquierda europea. Sus reglas de juego son precisas, y Gobiernos como el de España, tan rendido al nuevo liderazgo estadounidense, se van a tener que dejar la cintura en las piruetas retóricas destinadas a complacerlo. Emplazado a implicarse en el infierno afgano, el zapaterismo se las a va ver y desear ante la opinión pública para transformar la melodía sedante del antibelicismo en la severa, antipática cadencia del tambor de la guerra que toca sin remordimientos ni culpa su recién adoptado paladín planetario.


ABC - Opinión

El procejariado se va de manifa. Por Pablo Molina

Gallardón debería asistir también a la manifestación, junto a los comicastros del Partido, para protestar contra Esperanza Aguirre, culpable junto a los empresarios de que Zapatero haya destruido nuestra economía a una velocidad nunca vista.

De traca, amigos, de traca con trueno final bien gordo. Así que para protestar por la crisis económica los sindicatos horizontales (es la posición más cómoda para recibir inyecciones, más aún si son de fondos públicos) van a organizar un festejo prenavideño acusando a los empresarios de los problemas de nuestra economía. La escena es tan surrealista que sólo se puede dar en la España de Zapatero, no porque en otros lugares el sindicalismo de clase (alta) no insulte a la inteligencia y el bolsillo del resto de trabajadores, sino porque fuera de nuestras fronteras lo hacen con más discreción.

Aquí se despelotan sin ningún pudor y convocan una manifestación contra los enemigos seculares del proletariado, sin tener en cuenta que la famosa lucha de clases pasó a la historia y lo que queremos los trabajadores no es hacer la revolución sino un puesto de trabajo y un pisito en la costa como cualquier sindicalista liberado, vaya.

Con sus acciones, los sindicatos confirman que la batalla en el mundo actual ya no discurre entre empresarios y empleados, sino entre los que viven del dinero público y los que debemos financiar sus francachelas.

Y como adecuado colofón a un acto tan sublime estará de maestro de ceremonias el periodista preferido de Gallardón, que incluso es posible que haya rebajado su caché para aceptar ir a amenizar la fiestuki. Que no falte de nada. El alcalde de Madrid debería asistir también a la manifestación, junto a los comicastros del Partido, para protestar contra Esperanza Aguirre, culpable junto a los empresarios de que Zapatero haya destruido nuestra economía a una velocidad nunca vista en un país civilizado. Total, salvo el PSOE, los sindicatos, el procejariado y Gallardón, que están libres de culpa por su condición de progresistas, los demás no sólo tenemos que financiarlos a todos sino escuchar también sus reprimendas.

Dicen que se van a manifestar contra los que se aprovechan de la crisis. Hombre, yo creía que se referían a ellos mismos, porque no hay nadie en España que esté aprovechándose con más intensidad de la actual catástrofe económica que los sindicalistas y el resto de subvencionados. Oiga pues no. Para estos detentadores de la moral pública, el pequeño empresario que cierra su negocio, pierde su patrimonio y se va al paro o a la economía sumergida es un enemigo al que hay que combatir del brazo del Gobierno socialista, que es el que maneja el BOE.

Y todos los demás, que financiamos su alegría reivindicadora, no sólo tenemos que seguir pagando sino aceptando con resignación la bronca de estos ungidos. Y sin rechistar, oiga, no sea que una patada perdida de kárate acabe impactando en nuestras costillas, que cosas más raras se han visto.


Libertad Digital - Opinión

Esperpento sindical. Por M. Martín Ferrand

RAMÓN del Valle-Inclán, en lo que al esperpento respecta, resulta un pardillo si se le compara con Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, grandes fabuladores sociales. Luces de Bohemia, frente a la manifestación sindical convocada para hoy en Madrid, es un pequeño sainete de costumbres burguesas y Max Estrella, un notario de provincias. Supongo que liderar sindicatos escasamente representativos y enchufados a la ubre del Presupuesto debe de ser una tarea imposible que exige grandes dosis de imaginación y oportunismo. Hacerlo, además, en actitud de guardaespaldas de un Gobierno errático y confuso requiere la desvergüenza precisa para, sin inmutarse, llamarle redondo a lo cuadrado.

Como en los mejores tiempos del sindicalismo vertical del franquismo, el sindicalismo actual, horizontal en razón de su siesta permanente a la hora de defender los intereses de los parados, los inmigrantes y los autónomos, ha fletado trenes y autobuses, dieta y viáticos incluidos, para que «espontáneamente» los empleados se manifiesten contra sus empleadores sin que, más allá de la superada lucha de clases -la máxima razón del sindicalismo de izquierdas medien razones concretas que puedan justificar la movilización. Es dramático, pero las organizaciones a las que el tiempo y el progreso social -el Estado del bienestar- han dejado sin contenido en los países del Viejo Continente necesitan, periódicamente, demostrar su existencia. Tienen que obtener su fe de vida, como un abonado a la Plaza de Toros de las Ventas, para seguir renovando su abono.

Ya sería de difícil explicación, dadas las circunstancias que perfila el momento, una manifestación sindical contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, culpable por omisión y tardanza en sus reacciones, de una parte del problema laboral vigente; pero manifestarse contra los empresarios confirma el diagnóstico del maestro Valle-Inclán: «España es una deformación grotesca de la civilización europea». La movilización que promueven CC.OO. y UGT, tan extemporánea como ridícula, no es un camino para promover el empleo, la más urgente de nuestras necesidades colectivas, sino todo lo contrario: una maniobra para incrementar el recelo de los emprendedores, propios y extraños, y extremar las cautelas de los inversores abrumados por el creciente riesgo financiero que supone invertir en España. Por lo demás, muy oportuna la iniciativa.


ABC - Opinión

viernes, 11 de diciembre de 2009

Montilla usa chuletas para escribir en Catalán



El bachiller José Montila pillado usando una chuleta para escribir la dedicatória en el Libro de Firmas de Berga. El no sabe escribir en catalán, pero obliga a todos los niños y jóvenes de Cataluña a estudiar en ese idioma. Menos a sus hijas a las que envía a estudiar al Colegio Alemán.

Fiel a su amo. Por Consuelo Galán

Los sindicatos UGT y CCOO han convocado una manifestación en Madrid para el día doce de diciembre. Aunque en principio la cita era abiertamente hostil a los empresarios, un día después de anunciada los convocantes aclaran que “no va contra nadie” y “matizan” que el 12D no es contra la CEOE.

La compañía pública RENFE ha puesto treinta y dos trenes (TALGO-AVE) a disposición de los sindicatos verticales del Estado. Un total de más de 12.000 plazas de alto nivel. CCOO por medio de un comunicado interno ofrece una “pequeña dieta” para los manifestantes. Resumiendo: un día laborable no trabajado que no se descontará de los salarios, un cómodo viaje a la capital, comida incluida, y un paseo por el Madrid monumental. Por supuesto los delegados sindicales serán los primeros en llegar en los trenes. Estas son las manifestaciones que en estos tiempos, después de treinta y cuatro años de monarquía partitocrática, acontecen en nuestra maltrecha nación. Atrás quedaron ya aquellas otras movilizaciones en las que los trabajadores acudían a manifestarse en masa, sin permisos oficiales y siendo conscientes de que más de uno podía llevarse una paliza. Normalmente dichas manifestaciones iban acompañadas de una “huelga salvaje” que seguía a un proceso asambleario de los asalariados.

La manifestación del 12D será otro plato a servir a la oligarquía financiera Mundial. El Presidente del Gobierno podrá mostrar el grado de manipulación y sumisión que ha conseguido en la sociedad civil española para hacerle creer a ella misma que aún hay lucha de clases e ideologías y que él es tan “demócrata” que las manifestaciones corren por cuenta del contribuyente. Cuando la realidad es que el pobre manifestante, ignorante de que su única esperanza de salvación está en la conquista de la Libertad política, acude con su dinero a un acto que va en contra de sus propios intereses como trabajador -o parado- y como ser humano.

República Constitucional

Al Qaeda y los antecedentes de ZP. Por Guillermo Dupuy

La posibilidad de que Al Qaeda se limite a pedir dinero es la más improbable, no sólo por el delirante fanatismo de los terroristas islámicos, sino también por los conocidos antecedentes de ZP que lógicamente no hacen más que excitar su voracidad.

Aunque los terroristas de Al Qaeda no hayan concretado todavía cuales son sus exigencias a cambio de la liberación de los tres españoles secuestrados en Mauritania, el Gobierno de Zapatero tiene dos opciones: acceder a ellas o resistirse al chantaje. Esta terrible e inexorable disyuntiva, de la que fuimos tan conscientes los españoles con ocasión del secuestro de Miguel Ángel Blanco, está ahora siendo diluida por la práctica totalidad de la clase política y de los medios de comunicación. Como botón de muestra, el editorial de un periódico tan poco sospechoso de simpatías hacia el Gobierno como La Razón. Decía este diario el pasado miércoles que "la fórmula que dio tan buen resultado con los piratas de Somalia (sic) en los casos del Playa de Bakio y el Alakrana no servirá de modelo por razones varias, la primera de ellas, que pondría en un brete al Estado de Derecho si el Gobierno accede a pagar a los terroristas".


Aunque cause vergüenza ajena tener que hacer esta aclaración, tan ilegal es pagar a piratas como hacerlo a los terroristas. Lo que La Razón llama "la fórmula que dio tan buen resultado con los piratas" –esto es, sucumbir a su chantaje–, pone en un "brete" al Estado de Derecho tanto si se paga a piratas como si se hace a terroristas. La diferencia estará si los terroristas de Al Qaeda, al margen de exigencias económicas, hacen otras reclamaciones de índole política como puedan ser la liberación de terroristas encarcelados o la retirada de tropas de Afganistán. Naturalmente, satisfacer también estas exigencias supondría doblegar al Estado de Derecho en un grado mucho mayor, pero eso no significa que no se le ponga también en un "brete" en el improbable caso de que los terroristas se limiten a exigir sólo dinero.

Esta última posibilidad, aunque sea la menos indeseable, es la más improbable, no sólo por el delirante fanatismo de los terroristas islámicos, sino también por los conocidos antecedentes del Gobierno de Zapatero que lógicamente no hacen más que excitar su voracidad. Zapatero no es un desconocido para ellos. Lo conocen desde que era líder de la oposición al Gobierno de Aznar, tal y como quedó acreditado en un documento interceptado a una célula islamista un año antes del 2004. Saben que Zapatero es un político que lo primero que iba hacer e hizo al llegar al poder fue dejar en la estacada a sus aliados y retirar las tropas de Irak, tal y como exigían los terroristas islámicos a los que el propio Ejecutivo atribuía la matanza del 11-M.

Los españoles tal vez hayan olvidado –pero seguro que Al Qaeda no– que en septiembre de 2004, coincidiendo con el secuestro de dos ciudadanas italianas a las que se amenazaba con matar si su Gobierno no retiraba sus tropas de Irak, Zapatero hizo unas declaraciones que dieron la vuelta al mundo en la que el presidente español incitaba precisamente a los aliados europeos a seguir su ejemplo para regocijo de los secuestradores.

Dejo al margen, por ser asunto "doméstico", el historial de Zapatero de cesión ante los terroristas de ETA, con capítulos tan bochornosos como la excarcelación del sanguinario De Juana Chaos. Recordemos –eso sí– que en España hay 64 presos islamistas, y que los secuestradores de los tres españoles pertenecen al mismo grupo que en junio asesinó a un turista británico al no acceder Londres a la puesta en libertad del imán radical de origen jordano Abu Qutada.

Crucemos los dedos para que los terroristas que tienen secuestrados a los tres españoles sólo se fijen a la hora de concretar sus exigencias en los antecedentes de Zapatero como mero pagador de rescates en dinero, y no en otros capítulos todavía más bochornosos de su infame e indigno historial.


Libertad Digital - Opinión

Los cómicos disparan con pólvora del Rey. Por Cristina Losada

Si los cómicos desean involucrar al Rey, pídanle que inste a Zapatero a salir de debajo de la cama ahora mismo. De lo contrario, estamos invirtiendo los términos: Zapatero reina, pero no gobierna y el Borbón, viceversa.

Sentía cierta extrañeza ante los rumores que pregonaban una "rebelión" contra Zapatero entre los domésticos de la farándula. Por esta vez, no erraba la intuición. Los pensionados de la kultura han encontrado la manera de eludir una crítica al Gobierno a cuenta de la activista saharaui en huelga de hambre. Su gran aportación a la justa causa de Aminatu Haidar consiste en una carta al Rey. Le piden que intervenga de forma personal e intransferible para salvarle la vida. Tiran por elevación y se saltan a los responsables de ceder a las presiones del Gobierno marroquí con un argumento estupefaciente: alegan que las gestiones políticas están "agotadas". Lo que no se agota es su voluntad de salvar tanto su cara como la de su querido presidente. Han dado con la fórmula magistral para darle una patadita al Gobierno en el regio culo de Su Majestad.

No fue, sin embargo, el Rey de España quien aceptó la irregular expulsión de Haidar perpetrada por las autoridades de Marruecos, sino el ministro de Exteriores del Gobierno de España. No ha sido Juan Carlos I el que ha llevado los desmadejados hilos de este contencioso, una más de las provocaciones que el reino alauita dirige periódicamente contra su vecino del Norte. Es más, el monarca no dirige la política exterior. No tiene siquiera la potestad de mimarlos con subvenciones. Si los cómicos desean involucrar al Rey, pídanle que inste a Zapatero a salir de debajo de la cama ahora mismo. De lo contrario, estamos invirtiendo los términos: Zapatero reina, pero no gobierna y el Borbón, viceversa. No vaya a ser que el artisteo quiera hacer pagar a otros la factura histórica por todas las traiciones del PSOE al pueblo saharaui.

Nuestros arbitristas de todo a cien siempre quieren disparar con pólvora del Rey.
pelan al monarca en razón de su ascendiente sobre el sultán, obviando su propia condición de hijos putativos de Zetapé. Bien harían en emplear sus armas de persuasión, su sensual retórica hueca, con su generoso tutor, patrón, amigo y mecenas. Convénzanle a él. De sobra saben que es más difícil estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la mêlée, como su bien amado Rodríguez, perpetuo desaparecido cuando el combate no se dirime con piruletas dialécticas. Para salvar vidas, me temo que no servirán. Eso sí, para buscársela no tienen rivales.


Libertad Digital - Opinión

Premio Nobel con sordina. Por José María Carrascal

POCAS paradojas mayores que ver recoger el Premio Nobel de la Paz a un presidente que acaba de anunciar el envío de otros 30.000 soldados a la guerra. Y pocos galardonados habrán recibido el premio con mayor renuencia que Barack Obama ayer en Oslo. Con buenas razones. Los progresistas noruegos no querían hacerle un favor al concedérselo, sino hacerse un favor a sí mismos, como buenos progresistas. Querían presionarle para que cumpliese lo prometido en su campaña electoral. Cosa que Obama no ha logrado, ni es posible logre.

Cuentan sus ayudantes que desde que se lo concedieron, no ha dejado de pensar en el discurso de aceptación. Se ha leído los de todos los galardonados antes que él, los de Luther King y Mandela, los de Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y George Marshall, los tres estadistas norteamericanos que lo recibieron. Sin que le sirvieran de mucho. Todos habían hecho algo importante por la paz -impulso a la igualdad racial, creación de la Sociedad de Naciones, mediación en la guerra ruso-japonesa, plan de ayuda para reconstruir Europa-, mientras él no ha hecho otra cosa que despertar esperanzas de un mundo mejor. Con palabras muy hermosas, pero sin nada concreto hasta el momento que el envío de otros 30.000 soldados al frente.

Así que Obama se ha refugiado en la humildad, que siempre queda bien, y en su país. Son los Estados Unidos, dijo, quienes merecen este premio, no él. Esos Estados Unidos que a lo largo del siglo XX lucharon contra todo tipo de tiranías, para terminar venciéndolas e intentan hacer lo mismo en el XIX. Pero está resultando mucho más difícil. Tan difícil que los Estados Unidos necesitan la ayuda de las demás naciones amantes de la libertad para lograrlo. Pero necesitan, sobre todo, hacer la guerra. Fue ésta una palabra citada sólo de soslayo en el discurso de Obama en Oslo, aunque presente en todo él: «A veces, para lograr la paz se necesita usar la fuerza». «Los instrumentos bélicos tienen una misión en la paz». «Cabe utilizar los ejércitos en el mantenimiento de la paz». Podía haberse ahorrado tantos circunloquios echando mano del viejo proverbio romano: «Para mantener la paz, lo mejor es estar preparado para la guerra». A lo que podía añadirse: Y estar dispuesto a combatirla.

En este marco, se comprende la mesura del discurso de Obama -casi parecía pedir disculpas por recibir el galardón- y sus prisas por abandonar la ciudad. Nadie mejor que él sabe que la paz por la que le han dado ese premio está muy lejos e incluso puede no alcanzarse. Que lo de Irak y Afganistán empeora. Que Al Qaeda ataca cada vez por más flancos y que su presidencia va a ser más de la guerra que de la paz, si su país quiere, como hasta ahora, defender Occidente. Porque con la Alianza de Civilizaciones, desde luego, no se le defiende. Se le vence.


ABC - Opinión

Tertsch. Por Alfonso Ussía

Su primer apellido es una onomatopeya de golpe seco. El segundo, Del Valle-Lerchundi, la confirmación de su antiguo solar vascongado. Con Hermann Tertsch –pronuncien con la libertad que la Constitución les garantiza–, he compartido muchos momentos agradables. Es un excepcional periodista. Cuando, por su decente independencia, fue condenado al exilio de «El País», hice lo posible para traerlo a LA RAZÓN. Pero el entonces director de LA RAZÓN no hizo esfuerzo alguno para conseguirlo. Ya estaba en otras cosas. Hermann Tertsch es además un gran comunicador, vehemente, distinto y sorprendentemente libre. Le importa un bledo el lenguaje políticamente correcto y reconoce a los golfos del pesebre a kilómetros de distancia. Por eso le han fracturado dos costillas con una precisa y profesional patada de kárate a traición, en una calle de Madrid.

Días antes de la agresión, en el programa de La Sexta de un inevitable de los enchufes políticos, habían parodiado a Hermann señalándolo de asesino. El programa lo produce Globomedia, la productora del insufrible Emiliuco Aragón, Miliquito, el payasete, prototipo del «buenismo» oficial desde que triunfara en aquel tostón interminable de «Médico de Familia». Ahora produce otro tipo de programas, según se ha demostrado. Hermann Terstch es fácilmente reconocible por ser el director del «Diario de la Noche», el programa informativo nocturno de Telemadrid. No pretendo acusar al perenne enchufado y al falso bondadoso de ser los autores de la patada por la espalda a Hermann. Pero no creo exagerar si afirmo que comparten una buena parte de responsabilidad. Cuando se crea odio, se señala a un personaje conocido y se le muestra como un asesino, se cae en la inducción a la violencia. Cualquier imbécil fanático de los que ven el programa producido por Globomedia y dirigido y presentado por el eterno favorecido, puede reaccionar de la manera que lo hizo el agresor de Hermann creyendo que hace un bien a la sociedad. El pesebrista mayor del Reino, miembro destacado del Sindicato de la Ceja, aprovecha su programa –me lo han dicho, que uno no puede perder el tiempo–, para herir. Y a Hermann le han herido, no sólo moralmente sino físicamente. Dos costillas quebradas por una patada profesional y a traición, después de haber sido parodiado como asesino.
Menos mal que ha tenido suerte con los médicos. Ya se repone y va a seguir en la brecha escribiendo, informando y opinando desde su verdad. Va a seguir siendo políticamente incorrecto y libre. Va a seguir combatiendo con la palabra y la idea al terrorismo, la corrupción y la Constitución, con su clarísimo concepto de España. Y escribo que ha tenido suerte con los médicos porque no le han atendido los que le señalaron. Ni el falso médico de familia, ni el auténtico médico que se esconde tras la máscara amarga del gracioso oficial del sistema, doctor Monzón, creo que se llama. En ese aspecto ha tenido suerte Hermann Tertsch, a quien le envío desde aquí mi mayor abrazo por haber sufrido y vencido a la perversidad de los amparados por el poder.


La Razón - Opinión

Anatomía de un asesinato (económico). Por Carlos Sánchez

En Anatomía de un asesinato, Otto Preminger plantea un triángulo sugestivo. Una mujer (Lee Remick) es brutalmente violada por el dueño de un bar. Su marido (Ben Gazzara) venga el ultraje asesinando al violador de su esposa, y como no podía ser de otra manera es encarcelado por ello. James Stewart, un gris abogado que antes ejerció como fiscal del distrito, acepta llevar el caso pese a que las probabilidades de éxito son remotas.

Ni siquiera tiene claro que vaya a cobrar los 3.000 dólares que reclama por la defensa, y de hecho el acusado le entrega un pagaré sin valor alguno por falta de garantías. Pese a todo, acepta el caso. Básicamente por una razón. Todo el mundo tiene derecho a una defensa. Logra sus objetivos. Consigue que su defendido sea declarado inocente por enajenación mental transitoria. Y él, por supuesto, no cobra ni un dólar pese a su brillante alegato. Sin embargo, sugiere al final de la película, ha merecido la pena defender a alguien que podía haber acabado en la silla eléctrica.

A la economía española le comienza a pasar lo mismo que al protagonista de esta historia. No tiene defensa. Da la sensación de que se sigue tirando contra el muñeco como si el desempleo fuera un simple registro estadístico. Varios ejemplos.

En un momento como el actual, en el que el objetivo estratégico es ganar competitividad vía precios (y por supuesto vía innovación), resulta que los poderes públicos afilan sus uñas de cara al 1 de enero, cuando tradicionalmente suben los precios de los servicios públicos regulados. Se ha filtrado que el Ministerio de Industria prepara una subida media del recibo de la luz del 7%. Y hasta la Comunidad de Madrid ha anunciado que el metrobús de 10 viajes subirá un 21,6% a partir del año que viene (de 7,40 a 9 euros). Sin olvidar la subida de dos puntos en el IVA, lo cual tendrá un efecto negativo sobre un sector básico para la economía como el turismo, donde se compite fundamental vía precios.

Devaluar sin que se note

No serán, desde luego, las únicas subidas. En cartera está la revisión de otros precios públicos regulados, lo cual lastra la recuperación económica. Es ridículo pensar que estas subidas no influirán en la capacidad de competir de España como país, y por eso sorprende la ausencia de un debate intenso sobre cómo devaluar sin que se note. O dicho en otros términos, como lograr que la economía sea más competitiva una vez que ya no se puede utilizar el mecanismo de la devaluación, el instrumento favorito de este país durante 40 años.

"Increible, cuando de lo que se trata es de ganar competitividad, suben los precios regulados en un contexto de baja inflación"

Si algo está claro es que ante la atonía de la demanda interna (en particular el consumo de los hogares) el único componente del PIB que puede tirar de la economía es el sector exterior, y por eso sorprende que se hable más de sostenibilidad que de competitividad, que es el verdadero talón de Aquiles de la economía española.

Competitividad interior y no sólo exterior. Aunque en el mejor de los casos, España no pierda cuota de mercado en el comercio mundial, este país continúa siendo el paraíso de las importaciones, precisamente porque no es capaz de producir bienes y servicios nacionales a precios competitivos para el consumo interno. Es lo que tiene el haber cambiado los antiguos polígonos industriales por centros de ocio que no aportan ningún valor añadido y que han convertido a la economía en rehén del consumo privado. Pero claro, para cambiar este escenario es necesario un abogado capaz de jugarse el pellejo por una economía maltrecha. Aunque suponga no cobrar los honorarios o abandonar los despachos oficiales con el sabor del deber cumplido.


El confidencial

Una bomba de relojería para Zapatero

Zapatero parece que no es consciente de lo que se juega en el envite de Haidar, ya que son sus propios simpatizantes los que ahora le niegan su apoyo.

LA FIRME determinación de Aminatu Haidar a seguir su huelga de hambre hasta morir si es preciso y la negativa tajante de Marruecos a admitir su regreso se han convertido en una bomba de relojería para el Gobierno de Zapatero, al que la crisis se le ha escapado de las manos.

La prueba del desconcierto del Ejecutivo es que ayer 200 intelectuales y artistas, casi todos representativos de la izquierda más adicta a Zapatero, avalaron un comunicado en el que se pide al Rey que intervenga ante Mohamed VI para que Rabat acepte la vuelta de Haidar al Sáhara Occidental, dando por hecho que el Gobierno es incapaz de lograrlo.

Ya lo había intentado la semana pasada Cayo Lara, líder de IU, que reveló que la Casa Real le ha contestado en una carta que el Gobierno no considera oportuno por el momento que Don Juan Carlos medie para solucionar el conflicto.

Llama poderosamente la atención una respuesta tan explícita de la Casa Real, que puede ser interpretada como que el monarca se quiere desmarcar de la mala gestión del Gobierno en este asunto. En cualquier caso, según establece la Constitución, el Rey no puede ni debe intervenir sin el consentimiento expreso del Ejecutivo.

Por su parte, Haidar -que lleva ya 25 días en huelga de hambre- compareció ante los medios en el aeropuerto de Lanzarote para dejar claro que no abandonará su actitud hasta que Marruecos no la deje volver a su casa. «La carta de mis hijos me ha empujado a ser más dura que antes. Deseo abrazarles, pero con dignidad», afirmó.

Haidar volvió a insistir en que Marruecos y España han vulnerado sus derechos, desmontando las cínicas tesis de la propaganda marroquí, que recuerdan la hipocresía del franquismo cuando pretendía convertir a las víctimas del régimen en conspiradores sin escrúpulos.

El discurso oficial de Marruecos no se sostiene porque resulta inconcebible, además de violar el derecho internacional, que Haidar no pueda volver al país que ejerce la soberanía sobre el Sáhara, sean cuales sean sus ideas, por el mero pecado de haber afirmado su identidad en un impreso.

Pero el Gobierno español sale también muy mal parado por su debilidad frente a Rabat, que le ha llevado a cometer dos gravísimas chapuzas, de las cuales el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, es el principal responsable.

La primera fue aceptar la entrada en España de Haidar tras su expulsión, ya que carecía de pasaporte, requisito legal imprescindible para que una ciudadana de nacionalidad marroquí entre en nuestro país. Sin la intervención del Ministerio de Asuntos Exteriores, ni hubiera podido embarcar en el avión ni las autoridades aduaneras habrían aceptado que traspasara la frontera.

El segundo error fue intentar repatriarla el pasado viernes sin una autorización del Gobierno marroquí, que, cuando se enteró de que viajaba Haidar, prohibió el aterrizaje del aparato, poniendo en evidencia la precipitación de Moratinos.

Conforme pasan los días, la saharaui va ganando apoyos en la opinión pública de nuestro país. Es un fenómeno que empieza a alcanzar ya la intensidad de un clamor que exige que el Gobierno solucione este asunto no obligando por orden judicial a ingerir alimentos a esta mujer sino forzando a Marruecos a cambiar de posición.

Da la impresión de que Zapatero no es consciente de lo mucho que se juega en este envite, en el que sus propios votantes y simpatizantes son los que más le presionan para que Haidar pueda volver libremente a su tierra. Si este asunto acaba mal, el presidente del Gobierno podría sufrir el mayor descrédito de su carrera política.


El Mundo - Editorial

Zapatero y el enésimo fin de la crisis

El gasto público no produce un crecimiento sostenible, sino uno artificial creado a base de deuda. Así, podría tratarse de una crisis en forma de W, en la que el PIB rebota para caer de nuevo una vez agotados los falsos y cortoplacistas planes de estímulo

Resulta difícil creer al presidente del Gobierno cuando anuncia que España crecerá "con carácter inminente", cogiendo un "tren" que "aumentará su velocidad hasta adquirir la necesaria para recuperar la creación de empleo". Al fin y al cabo, en abril aseguró que era muy probable que "lo peor haya pasado ya"; en mayo que "el deterioro de la economía española está tocando fondo"; en junio que "lo peor de la crisis ha pasado ya"; en agosto que "la fase más cruda de la crisis ha pasado ya"; en septiembre que "la fase más aguda de la crisis la hemos dejado atrás" y en noviembre que "lo peor de la crisis ha pasado".

Ignoramos si el Gobierno sigue creyéndose que los mensajes positivos generan confianza en la economía; si así fuera, deberían empezar a pensar que quizá, sólo quizá, la continua repetición de fallidas profecías no es algo que permita mantener mucho la fe en el Ejecutivo. Es posible, en cualquier caso, que el objetivo de esta continua repetición de sucesivos finales de la crisis no sea otro que poder felicitarse luego cuando, por fin, termine acertando.

Al fin y al cabo, es muy posible que merced al desaforado derroche de este Gobierno un trimestre de estos la economía deje de contraerse. Ha sucedido, por ejemplo, en Estados Unidos. Sin embargo, dadas las medidas adoptadas por Zapatero, no cabe concluir que estaríamos ante el final de nuestros problemas. El gasto público no produce un crecimiento sostenible, sino uno artificial creado a base de deuda que finalmente habremos de pagar. Así, podría tratarse de una crisis en forma de W, en la que el PIB rebota para caer de nuevo una vez agotados los falsos y cortoplacistas planes de estímulo económico. O, casi peor, podría ser una crisis a la japonesa, en la que tuviéramos un largo periodo de crecimiento cercano a cero que no permitiera crear empleo.

Incluso cabe el riesgo de que suceda la catástrofe de que Grecia suspendiera pagos. ¿Por qué afectaría esto a España? Porque, teniendo una deuda superior a la nuestra, que supera el 120%, padece los mismos problemas que nosotros, con un déficit del 12% y unos planes de reducción del agujero en las cuentas públicas tan poco creíbles como los de Zapatero. Si Grecia cae, los inversores previsiblemente huirían de países con problemas similares, y entre ellos destaca España, que no encontraría forma de financiar su abultado déficit.

Ante esta situación, la única salida de todo Gobierno responsable sería reducir el gasto abandonando todos los planes de estímulo, dejar que se purguen las malas inversiones en lugar de mantenerlas con la respiración asistida del gasto público y liberalizar el mercado laboral. Pero ya conocemos en exceso a Zapatero como para hacernos la ilusión de que pueda llegar a hacer lo que necesita la economía si eso va a reducir su popularidad aunque sea sólo un poco. Tiene razón Aguirre: sólo cuando el actual presidente deje su cargo cabrá alguna esperanza de recuperación. El problema, claro, es que no parece que los actuales dirigentes nacionales del PP estén dispuestos a abordar con seriedad esos mismos problemas que Zapatero esquiva con su insensato optimismo.

España, y de eso sabe algo el PP, ha disfrutado de una época en que el Gobierno llevó a cabo una política de austeridad que condujo a un periodo de prosperidad con pocos precedentes en la historia de nuestro país. No estaría de más recordarlo cada vez que Zapatero vuelva a anunciar el fin de la crisis. Que seguramente sea pasado mañana.


Libertad Digital - Editorial

Un legalismo erróneo en el «caso Haidar». Por Andrés de la Oliva Santos

Los portavoces de varias asociaciones judiciales y la Organización Médica Colegial (OMC) afirman que la alimentación forzosa de Aminatu Haidar no es posible a causa de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, «básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica». Según la prensa, la OMC ha llegado a afirmar que sería delictivo salvar la vida de Haidar contra su voluntad. Pienso que esos magistrados y médicos cometen un grave error, compartido, al parecer, por el Juez competente. Y, con urgencia, explico mi criterio.

Ante todo, es de recordar que, conforme al art. 3.1 del Código Civil, en sede de su Título Preliminar, conjunto normativo al que los juristas reconocemos categoría cuasi-constitucional, «las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas». Esos diversos elementos interpretativos no son subsidiarios unos de otros. Todos han de ser tomados en consideración. Y el más importante de todos es el del inciso final, que incluye un adverbio imposible de ignorar: «atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas» (de las normas). Es lo que se denomina criterio teleológico: con qué fin razonable ha sido aprobada cada norma.

Al invocar, como ley aplicable primordialmente al «caso Haidar», la Ley 41/2002, se está olvidando lo que esa misma ley afirma, en sus primeros preceptos, sobre su ámbito y su objeto: En el art. 1 leemos que «tiene por objeto la regulación de los derechos y obligaciones de los pacientes, usuarios y profesionales, así como de los centros y servicios sanitarios, públicos y privados, en materia de autonomía del paciente y de información y documentación clínica». Y el art. 2.1 afirma que «la dignidad de la persona humana, el respeto a la autonomía de su voluntad y a su intimidad orientarán toda la actividad encaminada a obtener, utilizar, archivar, custodiar y transmitir la información y la documentación clínica».

Se trata, pues, de una ley sobre aspectos de la asistencia médica y sanitaria a «pacientes» y a «usuarios». Y aquí ya resulta obligado plantearse si Haidar, acostada en el Aeropuerto de Lanzarote, es una «paciente» o una «usuaria», en el sentido de esa Ley. Véase: «paciente» es la «persona que requiere asistencia sanitaria y está sometida a cuidados profesionales para el mantenimiento o recuperación de su salud»; y «usuario», la «persona que utiliza los servicios sanitarios de educación y promoción de la salud, de prevención de enfermedades y de información sanitaria». (art. 3) Según estas definiciones, Haidar no es ni «paciente» ni «usuaria». Me parece más que dudoso que dejar morir a Haidar venga exigido por la autonomía de la voluntad de los «pacientes» o «usuarios» de centros y servicios sanitarios.

Y es que, además, ocurre algo sumamente significativo, a saber: que en toda la Ley 41/2002 no se utiliza ni una sola vez la palabra «vida». ¿Por qué? ¿Porque nunca, durante la elaboración de la ley, pensaron en la vida ni el Gobierno ni las Cámaras legislativas? Es una explicación inaceptable porque resulta altísimamente improbable tamaño despiste mental. Mucho más convincente encuentro entender que, en todo lo que esa Ley regula, la Ley se quiere referir, y de hecho se refiere únicamente a la salud: a la salud y a la enfermedad, no a la vida o la muerte. ¿Cómo se atreven entonces a sostener, con esa Ley en la mano, que la dignidad de la persona incluye legalmente una especie de «derecho al suicidio» y que el respeto a esa dignidad impone contemplar impasibles cómo una persona muere desnutrida y deshidratada? Nuestro Tribunal Constitucional (TC) ha negado en varias ocasiones la existencia de un «derecho a la propia muerte».

Defiendan, pues, si pueden, su particular idea de «dignidad de la persona», pero no con invocación de esa Ley. No digan que se alza como obstáculo insalvable para evitar la muerte, por voluntaria que sea, en un caso que nada tiene que ver con enfermedad penosa o terminal, con la objeción de conciencia o con el derecho a la libertad religiosa (como los Testigos de Jehová para rehusar transfusiones de sangre). Y cuando esgrimen la «autonomía de la voluntad», sean serios. Esa «autonomía de la voluntad» de la Ley 41/2002 es la «autonomía del paciente». Y la autonomía del paciente, ha de relacionarse con tratamientos relativos a la salud, que es de lo que la Ley trata, pero dejando a un lado el riesgo inminente de perder la vida o el peligro cierto de muerte inmediata. Así, pues, como quiera que a) esa autonomía del individuo no llega a ser «derecho a la muerte»; b) la vida es, según el común sentido y reiterada jurisprudencia del TC, «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» y un «supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible», etc; y c) muchas personas distintas tienen diversos deberes de protección de la vida, la conclusión es que médicos y jueces deben proceder sin demora a evitar la muerte de Haidar.

La atención a lo que, en tales y cuales casos (distintos del presente), dijeron este y aquel tribunal, una atención que, por lo demás, casi nunca incluye la lectura íntegra y atenta de las sentencias, no debe reemplazar el esfuerzo de interpretar racionalmente las normas, en el conjunto del entero ordenamiento jurídico. Del legalismo miope derivan barbaridades como la de que, ante alguien tendido en el suelo de un aeropuerto, o en la calle, tenemos que esperar a que se encuentre inconsciente y casi muerto para hacer algo en favor de su vida. De ese legalismo deriva también el despropósito de que a un preso sí se le puede imponer la alimentación que le salvará, porque se encuentra en el interior de un establecimiento penitenciario y, en cambio, hay que dejar que muera quien no está privado de libertad (aunque también en un recinto estatal). Al borracho o drogado, que no está en condiciones de opinar sobre sí mismo, se le puede salvar incluso sin buscar, encontrar y recabar de su representante legal el consentimiento informado. Se pretende, en cambio, que si alguien se está dejando morir conscientemente, su libertad (léase «autonomía») y su dignidad personal nos exoneran de evitar su muerte.

Nunca, en nombre del Derecho, que tiene entrañas de razón y de humanidad, aceptaré la degradación de la libertad y de la dignidad que supone la omisión de ayuda, administrativa, médica y judicial, para evitar la muerte. Todos, de sernos posible, y sin necesidad de «consentimiento informado», debemos salvar la vida de la persona que está por arrojarse al vacío desde un puente. No hay «testamento vital» que valga ante una situación como ésa. La libertad de una persona puede incluir, sí, el propio aniquilamiento, pero cuando llega a ese extremo, deja de merecer respeto absoluto y no prevalece sobre los deberes de otras personas.

Andrés de la Oliva Santos, Catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense


ABC - Opinión

jueves, 10 de diciembre de 2009

Una política exterior contraproducente

La debilidad y la cesión que han caracterizado la política exterior de nuestro Gobierno desde 2004 parecerían seguir precisamente ese contraproducente intento de contentar a los que no se van a contentar.

"No se debe intentar contentar a los que no se van a contentar". Esta célebre aseveración de Julián Marías es frecuentemente mal repetida por quienes sustituyen el "no se debe" por un "no se puede". Lo que quería decir el filósofo, sin embargo, no es que no se pueda intentarlo, que sí se puede; tampoco quería expresar que no se pueda conseguir lo que es imposible de obtener, lo que dejaría su aseveración en mera tautología. Lo que quería transmitir Marías con su "no se debe" es advertirnos no tanto de la esterilidad de ese intento sino de sus efectos contraproducentes.

Valga esta reflexión para denunciar los efectos contraproducentes de la política exterior de Zapatero, que en los últimos días están siendo especialmente visibles en los casos del terrorismo islámico, de Marruecos o de Gibraltar. Salvando las obvias distancias entre ellos, la debilidad y la cesión que han caracterizado la política exterior de nuestro Gobierno desde 2004 parecerían seguir precisamente ese contraproducente intento de contentar a los que no se van a contentar.

Empezando por el terrorismo islámico, conviene recordar que la nefasta política exterior de Zapatero arranca precisamente con la decisión de dejar en la estacada a nuestros aliados en Irak para regocijo no disimulado –aunque sí silenciado– de todas las organizaciones terroristas islámicas del mundo. Lejos de saciar a los terroristas islámicos, lo que hizo esa vergonzosa decisión fue reforzar las exigencias de los islamistas para retirar también nuestras tropas de Afganistán y excitar aun más su histórica obsesión con Al Andalus. La imagen de que España era el eslabón más débil de la alianza occidental contra el terrorismo islámico, lejos de debilitarse, se ha reforzado a los ojos de los terroristas. Eso, por no hablar de la imagen de buen pagador que el Ejecutivo de Zapatero se ha labrado a la hora de "solucionar" secuestros. Ahora, ante el secuestro de los tres españoles en Mauritania, reivindicado ya por Al Qaeda, Zapatero ha vuelto a salir con la cantinela de la "cooperación", el "diálogo", la "prudencia" y demás palabras huecas y grandilocuentes que si bien han servido para disimular la debilidad y la cesión de su política exterior, están lejos de ser una forma responsable de enfrentarse a una organización tan criminal y fanática como la que nos ocupa.

Otro tanto podríamos decir de Marruecos. En los últimos días hemos asistido a cómo el régimen de Rabat tensaba la cuerda y amenazaba abiertamente a nuestro país a causa de la huelga de hambre de Aminatu Haidar, sin que el Gobierno español se haya replanteado sus serviles relaciones hacia el reino alauita y sin ni siquiera elevar la más minima protesta diplomática.

En cuanto a Gibraltar, aunque obviamente no sea apropiado equipararlo al caso del terrorismo o a un régimen despótico como el de Marruecos, es evidente que la política de cesión y condescendencia de Zapatero, lejos de acercarnos al objetivo de que el Peñón vuelva a convertirse en territorio español, está sirviendo para que la colonia británica nos humille de forma permanente. Tal es el caso de la retención de cuatro guardias civiles que llegaron hasta Gibraltar persiguiendo a presuntos narcotraficantes. Pese a que la actuación de los agentes de la Benemérita se ajustaba plenamente a las normas de la llamada "persecución en caliente", permitida por todos nuestros países vecinos, los guardias civiles fueron detenidos y sólo fueron puestos en libertad después de que Rubalcaba pidiera disculpas al ministro principal de Gibraltar. Eso, por no recordar el incidente que la Royal Navy había perpetrado días antes al hacer prácticas de tiro con la bandera española, o la "foto de la vergüenza" que meses antes había protagonizado Moratinos al posar ante el peñón uniendo sus manos con su homólogo británico y Caruana.

Lo malo es que esta política exterior, carente de principios y de la más mínima firmeza, lejos de ser rectificada, parece seguir empeñada en intentar contentar a los que no se van a contentar.


Libertad Digital - Editorial

Lo que la crisis esconde. Por Javier Benegas

Apreciar la verdadera magnitud y profundidad de esta crisis requiere un mínimo de voluntad. Primero, hay que dejar a un lado el paradigma de la Bolsa y entenderlo como lo que es: un reflejo distorsionado de la economía. Segundo, hay que descontar los efectos de las ayudas públicas de cualquier indicio de recuperación. Tercero, hay que reconocer en el consumo privado -que representa el 60% del PIB - el pilar fundamental de la economía. Y cuarto y último, hay que descender a la realidad y dar al Empleo la enorme importancia que merece como motor del consumo y, por tanto, como pieza clave para la recuperación económica con mayúsculas. Una vez hecho esto, y siempre y cuando no seamos demasiado aprensivos, descubriremos que hay mucha más crisis detrás de la crisis.

Para empezar, debemos saber que en las últimas décadas la relación directa entre consumo y empleo se ha intensificado enormemente, hasta establecerse en 0,8 puntos porcentuales de aumento del consumo por cada punto porcentual de aumento del empleo. Por el contrario, el incremento de 1 punto en el salario real de los trabajadores se traduce tan sólo en 0,2 puntos porcentuales de incremento del consumo (estimaciones de la Comisión Europea. Periodo de 1970 a 2005. Fuente: Estudios Económicos La Caixa). Por ello, en el contexto actual, en el que la destrucción de empleo continúa, cualquier síntoma de recuperación en el corto plazo ha de tomarse cuando menos como una distorsión fruto de las ayudas públicas, y nunca como un indicio de recuperación económica con una base sólida. Y esto no sólo afecta a España, sino que es válido para otros países de nuestro entorno, cuya economía, aún siendo menos desfavorable, muestra enormes dificultades para crear empleo.

Hay que tener siempre presente que en un contexto de destrucción del empleo y de congelación o disminución de los salarios, el consumo privado no sólo no crecerá, sino que lo lógico es que tienda a disminuir. Y si el consumo privado disminuye, el PIB seguirá estando muy lejos de mostrar un signo positivo. En este sentido, cualquier indicio favorable que no esté íntimamente ligado al crecimiento del empleo será un espejismo y se deberá a las ayudas públicas, cuyo efecto es, además de muy limitado, peligrosamente engañoso. No hace falta ser economista para entenderlo.

Dicho esto, cabe preguntarse por qué, en un momento dado, los incrementos de los salarios dejaron de traducirse de forma más proporcional en un aumento del consumo. Hay algunas teorías al respecto, pero añadiré una nueva. Desde hace bastante tiempo, un gran número de ciudadanos tiene la inquietante convicción de encontrarse inmersos en una crisis que hasta hace bien poco no había sido declarada de forma oficial, porque aún no había impactado en la superestructura, es decir: en aquellos que han venido haciendo los grandes negocios, en muchos casos al amparo del poder político y los entes reguladores. Basta con comprobar que ya en 2004 se estimaba que la renta familiar de la mitad de los españoles se situaba por debajo de los 11.000 euros (Anuario Económico de España 2004, La Caixa), a lo que hay que añadir que la tasa de variación anual positiva de la renta disponible neta no ha dejado de reducirse desde 2005, año en el que era del 4,5%, hasta bajar al 1,8% en 2009, y que se situará previsiblemente en el 0% en 2010 (Servicio de Estudios Económicos del BBVA. Documento de noviembre de 2009). Si, además, tenemos en cuenta que la renta disponible neta es el dinero con el que los ciudadanos han de hacer frente a gastos ineludibles, como el pago de créditos e hipotecas, una energía cada vez más cara, la alimentación, la ropa, la educación y el transporte, tendremos una imagen más precisa de la crisis real en la que la mayor parte de la sociedad española se encuentra inmersa desde hace ya tiempo.

Mucho antes del reconocimiento oficial de la madre de todas las crisis (véase gráfico comparativo recesión de 1993 y recesión de 2008), el endeudamiento de las familias españolas había experimentado un fuerte incremento, de ahí que las subidas salariales dejaran de ser destinadas al consumo para pasar a hacer frente a ese endeudamiento. Por el contrario, los nuevos empleos generados en los últimos años, especialmente orientados a los más jóvenes, se han traducido en un aumento del consumo, ya que éstos sí han destinado una parte de sus ingresos futuros al consumo de bienes duraderos, como por ejemplo la compra de un automóvil.

Con todo, podemos deducir, y esto es lo importante, que quienes han sostenido el consumo en España, y por tanto la mayor parte del PIB, han sido, por un lado, familias con un altísimo nivel de endeudamiento y, por otro, nuevos trabajadores cuyos empleos eran precarios, sus salarios bajos y sus patrimonios casi inexistentes y que, para mayor alarma, dependen en muchos casos de la ayuda de esas mismas familias endeudadas para poder hacer frente a algunas de sus necesidades cotidianas.

Con una visión mucho más apegada al terreno, podemos distinguir dos realidades muy diferentes entre sí, la de un espejismo en el horizonte llamado recuperación económica, que de ser cierta será muy precaria y estará orientada hacia determinados sectores y negocios íntimamente relacionados con el poder político y las ayudas que éste les pueda proporcionar, y otra realidad en la que la crisis seguirá avanzando de forma imparable, extendiendo la pobreza entre las clases medias trabajadoras, es decir: entre la inmensa mayoría de los ciudadanos.

No se trata de ser catastrofista. De hecho, el catastrofista es aquel que se aventura a predecir futuros desastres que finalmente no se producen. Se trata de poner de relieve la realidad y de cómo ésta, una vez reconocida, pone en cuestión la posibilidad de una auténtica mejoría en el corto y medio plazo. Al que no le guste, puede optar por celebrar cómo las ayudas económicas del gobierno Obama se convierten en pequeños milagros económicos, al mismo tiempo que el paro real en EE.UU. no deja de aumentar, aún después de haber alcanzado los dos dígitos en términos porcentuales.

En resumen, en Occidente, y especialmente en España, existen dos crisis diferenciadas. Una, la que afecta a una casta privilegiada y minoritaria, susceptible de una pasajera mejoría por obra y gracia del endeudamiento de los Estados, y otra que afecta a una inmensa mayoría de ciudadanos que están pagando la fiesta del endeudamiento del Estado mientras soportan silentes un empobrecimiento progresivo. En consecuencia, la cuestión no es cuándo saldremos de la crisis, sino cuánto tiempo queda hasta que el sistema se venga definitivamente a bajo y qué se puede hacer para evitarlo.


El confidencial

Los cristales de la libertad. Por Igmacio Camacho

A Hermann, con un abrazo

EN Madrid, capital de la crispación, el sectarismo forma una burbuja densa como la boina de smog que cubre los tejados y pinta de ocre los atardeceres del otoño. En esa atmósfera recalentada y espesa flota una pasión política combustible y mucha gente, aprisionada por la crisis, vive en estado de cabreo. Los dirigentes públicos azuzan el cainismo con un lenguaje irresponsable que ha convertido la democracia en una competición de improperios, de tal manera que el debate de ideas ha quedado suplantado por un duelo de canutazos ante los micros y las cámaras; la profesión de político consiste ahora mismo en proferir declaraciones en cascada y hay partidos que en vez de gabinetes de proyectos han creado laboratorios de frases para ganar espacio en una opinión pública entregada al ritual del agravio.

Algunos foros de Internet crepitan con un ardor guerracivilista, cargados de dicterios miserables y palabras asesinas que llevan ecos de tapia de cementerio. Por ahora el fragor exaltado de los fanáticos se va quedando en ese mutuo desahogo verbal que atruena la red con exabruptos y en el cómplice seguidismo de algunas maniobras mediáticas, pero de vez en cuando asoma la vieja tradición goyesca del garrotazo y la patada en los riñones, y en las madrugadas de la ciudad más nocturna de Europa se oye el chasquido que hacen al romperse los frágiles cristales del escaparate de la libertad. A cierta clase dirigente, que esconde la mano tras lanzar las primeras pedradas, le encanta esta agitación trincheriza aunque la cargue el diablo de la cólera, porque cree que mantiene movilizados los votos que garantizan su modo de vivir; luego los profesionales de la hipocresía minimizan a su interés los estallidos de intolerancia o de intimidación achacándolos al acaloramiento de los medios o a desafortunadas situaciones puntuales, que es el adjetivo con que definen todo aquello que no les importa.

En este clima ofuscado de intransigencia se está produciendo un desplazamiento tramposo de responsabilidades con el que el poder utiliza al periodismo como carne de cañón para su batalla sectaria. De la conversión del debate en espectáculo hemos pasado a un discurso consignista y simplón que consagra el fraccionalismo ideológico, trivializa el contraste y condena la disidencia. La política identifica opinión con militancia porque tiene miedo a las palabras libres y está cómoda en una alineación facciosa de bloques que fagocita la reflexión autónoma y vuelve sospechoso cualquier atisbo de independencia de criterio. Es peligroso circular por medio de la calle; desde las aceras disparan miradas de encono. Y a veces, por fortuna todavía sólo a veces, se puede escapar un mal golpe de esos que hacen menos daño en los huesos que en el alma.


ABC - Opinión

A ZP le estallan siete años de demagogia. Por Federico Quevedo

Lo primero que hizo Rodríguez nada más ser investido presidente en 2004, se acordarán ustedes perfectamente, antes incluso de nombrar su gobierno, fue sacar las tropas españolas de Iraq. Lo hizo con nocturnidad y alevosía, porque era perfectamente consciente de que muy pocas semanas después la ONU aprobaría una resolución que iba a dar cobertura legal a la presencia internacional en aquel país, y como la condición que había puesto Rodríguez para el mantenimiento de las tropas era precisamente ésa, la cobertura legal, se adelantó a la decisión de la ONU aun sabiendo que hacía un flaco favor a su país y a la estrategia de nuestros aliados en Iraq, para cumplir con esa parte de su electorado más radical y extremista, bien representados por esos que luego hemos llamado la Secta de la Ceja.

Se nos dijo entonces que sacando las tropas de Iraq se acaban nuestros problemas, que España nunca más volvería a ser objetivo del terrorismo islámico, que nunca habría un nuevo 11-M. Rodríguez se atrevió, incluso, a conminar al resto de países a seguir sus pasos -¿se acuerdan de aquellas declaraciones desde Túnez?- en pro de la paz mundial. De ahí surgió la aventura de la Alianza de Civilizaciones, la política del apaciguamiento, el buenismo, el talante…Se optó por la estrategia de no incordiar a nuestro vecino del sur y aceptar sus pretensiones, e incuso se dieron los primeros pasos hacia un proceso de negociación sobre el futuro de Ceuta y Melilla que enseguida se cortocircuitó por los elevados riesgos internos que suponía. Se decidió tratar de igual a igual al Gobierno de Gibraltar, en una escalada de cesiones que acabó hace pocas fechas con Moratinos fotografiado al frente del Peñón compartiendo el té de las cinco con Peter Caruana. Se envió al mundo un mensaje que, básicamente, venía a decir que España abandonaba la política de firmeza y apostaba por la negociación. Se modificó de manera clara la agenda iberoamericana sustituyendo como aliados preferentes a los gobiernos democráticos por las pseudo-dictaduras caribeñas y nos aliamos de manera clara y decidida con los enemigos de Estados Unidos.

Pues bien, las consecuencias de ese armazón demagógico de nuestra política exterior se están viendo, o mejor dicho sufriendo, ahora de manera dramática en algunos casos. Al Qaeda ha dejado claro con el secuestro de los tres cooperantes en Mauritania que, lejos de agradecer el gesto de la retirada de tropas, éste ha sido interpretado como un signo de debilidad y de nuevo vuelve a amenazar nuestra seguridad. España era un objetivo islamista antes, durante y después de las Guerra de Iraq, independientemente de lo que hiciera Rodríguez. La demagogia populista y barata del Gobierno nos quiso convencer de lo contrario, y casi lo consigue, pero los terroristas han demostrado que seguimos estando en su punto de mira, y ponen al Gobierno frente a la mayor de sus contradicciones: si estamos en una guerra contra el terrorismo, ¿porqué en Afganistán sí, y en Iraq no, cuando es el mismo terrorismo el que actúa en los dos frentes?

Política buenista

El secuestro de Mauritania, como antes ocurrió con el secuestro del Alakrana, pone en evidencia además la debilidad de nuestra diplomacia, la poca capacidad de reacción que tiene España, precisamente porque las actitudes de apaciguamiento tienen como consecuencia que los malos se aprovechan de la supuesta buena voluntad negociadora del Gobierno. Digo supuesta porque, en el fondo, no deja de ser un planteamiento débil y cobarde, impropio de una nación que debería pelear por su lugar en el concierto de las naciones más poderosas del mundo.

La otra consecuencia de esa política buenista la estamos viendo en el caso Haidar. Marruecos, lejos de ser un aliado con el que se puede contar, se ha convertido en el ‘dueño’ de una relación tormentosa en la que Rabat le dice a Madrid permanentemente lo que quiere que haga y se burla de nuestra poca capacidad de imponer criterios propios. Les puedo asegurar que a Aznar no le habrían humillado paseando el avión que trasladaba a la activista saharaui y obligándolo a volver al aeropuerto de origen, porque una sola llamada de éste a Washington habría acabado con la tomadura de pelo. Pero éstas son las consecuencias de practicar la demagogia y engañar a los ciudadanos del modo en que lo ha hecho Rodríguez: ahora somos tan serviles o más con Washington como lo podía ser Aznar, pero con la diferencia de que aquel podía exigir contraprestaciones y Rodríguez no puede ni reclamar una llamada de Obama.

Un Obama, referente de nuestra izquierda, que sin embargo ha cerrado la puerta al entendimiento con esas pseudo-dictaduras iberoamericanas para dar respaldo decidido a los gobiernos democráticos, justo lo contrario de lo que estamos haciendo nosotros. La última fase de la humillación la hemos vivido en el caso de Gibraltar: tanto esfuerzo por llevarnos bien con el gobierno de la Roca, para acabar teniendo que llamar a pedir disculpas porque nuestros guardias civiles pisan suelo gibraltareño en una persecución en caliente de narcotraficantes. Increíble. Era difícil caer tan bajo, pero Rodríguez ha conseguido superarse a sí mismo. ¿Qué será lo siguiente?


El confidencial

Unanimidad y contagio. Por Alejandro Pérez

“Todo el mundo dice...”, “Es lo que piensa todo el mundo...”. ¿Cuántas veces habremos oído estas expresiones o algunas similares para justificar un pensamiento, una idea, una conducta? El individuo rara vez llevará la contraria a la opinión de los grupos sociales a los que pertenece. Es más, incluso le es posible sostener opiniones opuestas según el grupo social en el que se mueva en cada momento (en este país, casi todos son demócratas, aunque apoyen un sistema de poderes inseparados). El individuo se conforma con la corriente general que se sustenta en el grupo social y no se plantea siquiera su veracidad.



Mal de muchos, consuelo de tontos: tanta gente no puede estar equivocada (pobre Galileo, cuán ardua fue su tarea). Y es que disentir es doloroso, ya que predispone al individuo en contra de la sociedad a la que pertenece y que necesita. De este modo, gran parte de la opinión “pública” no es otra cosa que un cúmulo de conformismos. Los individuos creen que su opinión es compartida por aquellos que lo rodean, que “la mayoría” piensa como él y, siguiendo un razonamiento falaz, por tanto, no puede estar errado.

La regla de la unanimidad y del contagio aprovecha esta debilidad del individuo: la propaganda trata de potenciar ese conformismo de los grupos de individuos, esa unanimidad en la forma de pensar y, si es necesario, crearla de forma artificial. Existen todo un cúmulo de ideas e ideales que son recurrentemente empleados por la propaganda para crear esa ilusión de unanimidad: la amistad, la salud, la alegría, la felicidad... Un chiste sobre el adversario puede unir a los espectadores en la complicidad de la carcajada. También las personalidades públicas, que son admiradas por poseer algún talento ajeno a la política, sirven de “gancho” para la propaganda de los partidos: escritores, artistas, deportistas... Del mismo modo que un actor puede vender una marca de colonia, también puede hacerlo con una ideología política. Por desgracia, un buen músico o cantante no es necesariamente el mejor analista político. El propio Nerón tenía grupos de especialistas entre las muchedumbres encargados de provocar los aplausos (los “animadores” del público de los programas televisivos no son un invento nuevo), lo cual acentúa el sentimiento de uniformidad y acuerdo entre la multitud.

Cada vez tengo más presente la afirmación de Cioran:

“No se puede ser normal y vivo a la vez”.




República Constitucional

Digno de celebración. Por José A. Sanchidrián


Según desveló José Mª. de Areilza en su diario, el Rey habló por teléfono con Giscard d’Estaing y Walter Scheel, presidentes de Francia y de la República Federal de Alemania, y con Henry Kissinger, el ministro de Exteriores de Estados Unidos, para ofrecer explicaciones acerca del nombramiento de Arias Navarro como Presidente del Gobierno. Que el Jefe del Estado acudiera presto a rendir cuentas a tan sonados líderes occidentales, muestra a las claras cómo el posfranquismo asumió que el remozado de la monarquía habría de satisfacer una exigencia foránea.



Así lo atestigua el viaje de Adolfo Suárez a París, sustituto del defenestrado Arias, apenas una semana después de su nombramiento. El primer número del diario EL PAÍS (4 de mayo de 1976) nos había revelado más del asunto, al titular a tres columnas: “El reconocimiento de los partidos políticos, condición esencial para la integración en Europa”. Pero, su editorial del 2 de julio de 1977, resulta contundentemente definitivo: “(…) el tema del ingreso español en la CEE, tema que a partir de ahora es posible, pues con las pasadas elecciones -las generales a Cortes del 15 de junio- nuestro sistema político es homologable al que rige en los países de la Comunidad.” Dicho y hecho, el 29 de julio, el ministro Oreja realizaba la solicitud formal de adhesión, y el 21 de septiembre de aquel año, el Consejo de Ministros de AA.EE. de la CEE concedía el “sí” a la negociación, admitiendo con ello nuestra equiparación política.

El elevado designio de la Transición por fin se había logrado. Faltaba un pequeño detalle sin importancia:

¡no había constitución!

¿Cómo era entonces posible convalidar el “sistema político”? ¿Acaso no corrieron un riesgo las altas instancias europeas por no esperar la respuesta de los españoles? Ciertamente no. España ya era un Estado de partidos por la unanimidad de estas fuerzas; y éstas podrían discutir de lo que quisieran, pero, fuera cual fuese la letra de la futura constitución otorgada, las instituciones políticas continuarían siendo las mismas: las del Estado de partidos, o sea, sustancialmente un gobierno elegido en una cámara cuyos asientos se reparten, en proporción a los votos obtenidos, entre las listas de los partidos subvencionados por el Estado, con cuantías también en similar proporción.

Finalmente y más de un año después, el 6 de diciembre de 1978, el pueblo español, auténtico protagonista del cambio político, refrendó, con libertad dentro del camino acotado, la Constitución de los partidos; contradiciendo, con semejante muestra de madurez democrática, el sondeo que publicara EL PAÍS en vísperas de las elecciones de junio del año anterior, el cual arrojó el sorprendente dato de que solamente el 26 por 100 de los encuestados sabía para qué votaba.

República Constitucional