viernes, 11 de diciembre de 2009

Premio Nobel con sordina. Por José María Carrascal

POCAS paradojas mayores que ver recoger el Premio Nobel de la Paz a un presidente que acaba de anunciar el envío de otros 30.000 soldados a la guerra. Y pocos galardonados habrán recibido el premio con mayor renuencia que Barack Obama ayer en Oslo. Con buenas razones. Los progresistas noruegos no querían hacerle un favor al concedérselo, sino hacerse un favor a sí mismos, como buenos progresistas. Querían presionarle para que cumpliese lo prometido en su campaña electoral. Cosa que Obama no ha logrado, ni es posible logre.

Cuentan sus ayudantes que desde que se lo concedieron, no ha dejado de pensar en el discurso de aceptación. Se ha leído los de todos los galardonados antes que él, los de Luther King y Mandela, los de Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y George Marshall, los tres estadistas norteamericanos que lo recibieron. Sin que le sirvieran de mucho. Todos habían hecho algo importante por la paz -impulso a la igualdad racial, creación de la Sociedad de Naciones, mediación en la guerra ruso-japonesa, plan de ayuda para reconstruir Europa-, mientras él no ha hecho otra cosa que despertar esperanzas de un mundo mejor. Con palabras muy hermosas, pero sin nada concreto hasta el momento que el envío de otros 30.000 soldados al frente.

Así que Obama se ha refugiado en la humildad, que siempre queda bien, y en su país. Son los Estados Unidos, dijo, quienes merecen este premio, no él. Esos Estados Unidos que a lo largo del siglo XX lucharon contra todo tipo de tiranías, para terminar venciéndolas e intentan hacer lo mismo en el XIX. Pero está resultando mucho más difícil. Tan difícil que los Estados Unidos necesitan la ayuda de las demás naciones amantes de la libertad para lograrlo. Pero necesitan, sobre todo, hacer la guerra. Fue ésta una palabra citada sólo de soslayo en el discurso de Obama en Oslo, aunque presente en todo él: «A veces, para lograr la paz se necesita usar la fuerza». «Los instrumentos bélicos tienen una misión en la paz». «Cabe utilizar los ejércitos en el mantenimiento de la paz». Podía haberse ahorrado tantos circunloquios echando mano del viejo proverbio romano: «Para mantener la paz, lo mejor es estar preparado para la guerra». A lo que podía añadirse: Y estar dispuesto a combatirla.

En este marco, se comprende la mesura del discurso de Obama -casi parecía pedir disculpas por recibir el galardón- y sus prisas por abandonar la ciudad. Nadie mejor que él sabe que la paz por la que le han dado ese premio está muy lejos e incluso puede no alcanzarse. Que lo de Irak y Afganistán empeora. Que Al Qaeda ataca cada vez por más flancos y que su presidencia va a ser más de la guerra que de la paz, si su país quiere, como hasta ahora, defender Occidente. Porque con la Alianza de Civilizaciones, desde luego, no se le defiende. Se le vence.


ABC - Opinión

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