jueves, 10 de diciembre de 2009

Lo que la crisis esconde. Por Javier Benegas

Apreciar la verdadera magnitud y profundidad de esta crisis requiere un mínimo de voluntad. Primero, hay que dejar a un lado el paradigma de la Bolsa y entenderlo como lo que es: un reflejo distorsionado de la economía. Segundo, hay que descontar los efectos de las ayudas públicas de cualquier indicio de recuperación. Tercero, hay que reconocer en el consumo privado -que representa el 60% del PIB - el pilar fundamental de la economía. Y cuarto y último, hay que descender a la realidad y dar al Empleo la enorme importancia que merece como motor del consumo y, por tanto, como pieza clave para la recuperación económica con mayúsculas. Una vez hecho esto, y siempre y cuando no seamos demasiado aprensivos, descubriremos que hay mucha más crisis detrás de la crisis.

Para empezar, debemos saber que en las últimas décadas la relación directa entre consumo y empleo se ha intensificado enormemente, hasta establecerse en 0,8 puntos porcentuales de aumento del consumo por cada punto porcentual de aumento del empleo. Por el contrario, el incremento de 1 punto en el salario real de los trabajadores se traduce tan sólo en 0,2 puntos porcentuales de incremento del consumo (estimaciones de la Comisión Europea. Periodo de 1970 a 2005. Fuente: Estudios Económicos La Caixa). Por ello, en el contexto actual, en el que la destrucción de empleo continúa, cualquier síntoma de recuperación en el corto plazo ha de tomarse cuando menos como una distorsión fruto de las ayudas públicas, y nunca como un indicio de recuperación económica con una base sólida. Y esto no sólo afecta a España, sino que es válido para otros países de nuestro entorno, cuya economía, aún siendo menos desfavorable, muestra enormes dificultades para crear empleo.

Hay que tener siempre presente que en un contexto de destrucción del empleo y de congelación o disminución de los salarios, el consumo privado no sólo no crecerá, sino que lo lógico es que tienda a disminuir. Y si el consumo privado disminuye, el PIB seguirá estando muy lejos de mostrar un signo positivo. En este sentido, cualquier indicio favorable que no esté íntimamente ligado al crecimiento del empleo será un espejismo y se deberá a las ayudas públicas, cuyo efecto es, además de muy limitado, peligrosamente engañoso. No hace falta ser economista para entenderlo.

Dicho esto, cabe preguntarse por qué, en un momento dado, los incrementos de los salarios dejaron de traducirse de forma más proporcional en un aumento del consumo. Hay algunas teorías al respecto, pero añadiré una nueva. Desde hace bastante tiempo, un gran número de ciudadanos tiene la inquietante convicción de encontrarse inmersos en una crisis que hasta hace bien poco no había sido declarada de forma oficial, porque aún no había impactado en la superestructura, es decir: en aquellos que han venido haciendo los grandes negocios, en muchos casos al amparo del poder político y los entes reguladores. Basta con comprobar que ya en 2004 se estimaba que la renta familiar de la mitad de los españoles se situaba por debajo de los 11.000 euros (Anuario Económico de España 2004, La Caixa), a lo que hay que añadir que la tasa de variación anual positiva de la renta disponible neta no ha dejado de reducirse desde 2005, año en el que era del 4,5%, hasta bajar al 1,8% en 2009, y que se situará previsiblemente en el 0% en 2010 (Servicio de Estudios Económicos del BBVA. Documento de noviembre de 2009). Si, además, tenemos en cuenta que la renta disponible neta es el dinero con el que los ciudadanos han de hacer frente a gastos ineludibles, como el pago de créditos e hipotecas, una energía cada vez más cara, la alimentación, la ropa, la educación y el transporte, tendremos una imagen más precisa de la crisis real en la que la mayor parte de la sociedad española se encuentra inmersa desde hace ya tiempo.

Mucho antes del reconocimiento oficial de la madre de todas las crisis (véase gráfico comparativo recesión de 1993 y recesión de 2008), el endeudamiento de las familias españolas había experimentado un fuerte incremento, de ahí que las subidas salariales dejaran de ser destinadas al consumo para pasar a hacer frente a ese endeudamiento. Por el contrario, los nuevos empleos generados en los últimos años, especialmente orientados a los más jóvenes, se han traducido en un aumento del consumo, ya que éstos sí han destinado una parte de sus ingresos futuros al consumo de bienes duraderos, como por ejemplo la compra de un automóvil.

Con todo, podemos deducir, y esto es lo importante, que quienes han sostenido el consumo en España, y por tanto la mayor parte del PIB, han sido, por un lado, familias con un altísimo nivel de endeudamiento y, por otro, nuevos trabajadores cuyos empleos eran precarios, sus salarios bajos y sus patrimonios casi inexistentes y que, para mayor alarma, dependen en muchos casos de la ayuda de esas mismas familias endeudadas para poder hacer frente a algunas de sus necesidades cotidianas.

Con una visión mucho más apegada al terreno, podemos distinguir dos realidades muy diferentes entre sí, la de un espejismo en el horizonte llamado recuperación económica, que de ser cierta será muy precaria y estará orientada hacia determinados sectores y negocios íntimamente relacionados con el poder político y las ayudas que éste les pueda proporcionar, y otra realidad en la que la crisis seguirá avanzando de forma imparable, extendiendo la pobreza entre las clases medias trabajadoras, es decir: entre la inmensa mayoría de los ciudadanos.

No se trata de ser catastrofista. De hecho, el catastrofista es aquel que se aventura a predecir futuros desastres que finalmente no se producen. Se trata de poner de relieve la realidad y de cómo ésta, una vez reconocida, pone en cuestión la posibilidad de una auténtica mejoría en el corto y medio plazo. Al que no le guste, puede optar por celebrar cómo las ayudas económicas del gobierno Obama se convierten en pequeños milagros económicos, al mismo tiempo que el paro real en EE.UU. no deja de aumentar, aún después de haber alcanzado los dos dígitos en términos porcentuales.

En resumen, en Occidente, y especialmente en España, existen dos crisis diferenciadas. Una, la que afecta a una casta privilegiada y minoritaria, susceptible de una pasajera mejoría por obra y gracia del endeudamiento de los Estados, y otra que afecta a una inmensa mayoría de ciudadanos que están pagando la fiesta del endeudamiento del Estado mientras soportan silentes un empobrecimiento progresivo. En consecuencia, la cuestión no es cuándo saldremos de la crisis, sino cuánto tiempo queda hasta que el sistema se venga definitivamente a bajo y qué se puede hacer para evitarlo.


El confidencial

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