domingo, 13 de diciembre de 2009

Gibraltar inglés. Por Arturo Pérez Reverte

Los guardias civiles son inocentes como criaturas. Tanto golpe de tricornio y bigotazo clásico, y luego salen pardillos vestidos de verde. A quién se le ocurre pedir instrucciones concretas al Gobierno español sobre cómo actuar en aguas próximas a Gibraltar, donde la Marina Real británica lleva tiempo acosándolos cuando sus Heineken se acercan a menos de tres millas del pedrusco, pese a que la colonia no tiene aguas jurisdiccionales. Cada vez que una lancha picolina anda por allí persiguiendo a narcotraficantes y demás gentuza, los de la Navy salen en plan flamenco a decirle que o ahueca el ala o se monta un desparrame, mientras la embajada británica denuncia «inaceptable violación de soberanía». Para más choteo, la marina de Su Graciosa usa boyas con la bandera española en sus prácticas de tiro, a fin de motivarse. Cada vez, nuestros sufridos guardias, «para evitar males mayores y siguiendo instrucciones», no tienen otra que dar media vuelta y enseñar la popa. Y claro. Como el papel es poco gallardo, algunas asociaciones profesionales de Picolandia piden que esas instrucciones se den de forma clara, para saber a qué atenerse. Porque hasta ahora, la única recibida de sus mandos es la de «seguir patrullando por las mismas aguas, pero evitar conflictos mayores». O sea, largarse de allí cada vez que los ingleses lo exijan. Que es cuando a éstos les sale del pitorro.

La verdad. No he hablado últimamente con el ministro Moratinos, ni con el ministro Pérez Rubalcaba. Ni últimamente, ni en mi puta vida. Pero eso no es obstáculo, u óbice, para que desde esta página me sienta cualificado –como cualquiera de ustedes– para despejar la incógnita que atormenta a nuestros picolinos náuticos. ¿Cuándo el ministerio español de Exteriores va a dar un puñetazo en la mesa?, preguntan. Y la respuesta es elemental, querido Watson. Nunca. Suponer a un ministro español dando puñetazos en una mesa inglesa, o somalí, requiere imaginación excesiva. Las instrucciones a la Guardia Civil puedo darlas yo mismo: obedecer toda intimación británica y no buscarle problemas al Gobierno, a riesgo de que los guardias chulitos acaben destinados forzosos en Bermeo, o por allí. Porque si insisten, y los detienen los ingleses, y se les ocurre resistirse a la detención, para qué le voy a contar, cabo Sánchez. Sujétese la teresiana. La instrucción, que ya regía en pleno esplendor cuando gobernaba el Pepé –a ése también se la endiñaban bien–, vale para todo incidente imaginable: desde ametrallamiento de bandera, a copita y puro de la Navy con las zódiacs de los narcos, pasando por submarinos nucleares con tubo de escape chungo y paradas navales con banda de música y majorettes. Por el mismo precio también incluye la opción de desembarco de los Royal Marines de maniobras en las playas de La Línea, como ocurrió hace unos años, y la sodomización sistemática de los agentes del servicio marítimo de la Guardia Civil o de Vigilancia Aduanera a quienes la marina inglesa, al mirarlos con prismáticos, encuentre atractivos. Todo sea por evitar conflictos mayores.

Y ahora, una vez claras las instrucciones –luego no digan que no son concretas–, una sugerencia: podríamos dejarnos ya de mascaradas. De teatro estúpido que ofende la inteligencia del personal, guardias civiles incluidos. Gibraltar no va a ser devuelto a España jamás, y ninguno de los gobiernos pasados, presentes ni futuros de este país miserable, con el Estado sometido a demolición sistemática y los ciudadanos en absoluta indefensión, está capacitado para sostener reivindicación ninguna, ni en Gibraltar ni en Móstoles. Y no es ya que los gibraltareños abominen de ser españoles. En esta España incierta y analfabeta, desgobernada desde hace siglos por sinvergüenzas que han hecho de ella su puerco negocio, lo que desearíamos algunos es ser gibraltareños, o franceses, o ingleses. Lo que sea, con tal de escapar de esta trampa. Huir de tanta impotencia, tanta ineptitud, tanta demagogia, tanto oportunismo y tanta mierda. Largarnos a cualquier sitio normal, donde no se te caiga la cara de vergüenza cuando ves el telediario. Lejos de esta sociedad apática, acrítica, suicida, históricamente enferma.

>Podrían dejarse de cuentos chinos. Reconocer que España es el payaso de Europa, y que Gibraltar pertenece a quienes desde hace tres siglos lo defienden con eficacia, en buena parte porque nadie ha sabido disputárselo. Y porque la Costa del Sol, donde los gibraltareños y sus compadres británicos tienen las casas, el dinero y los negocios, se nutre de la colonia; y sin ésta esa tierra sería un escenario más, como tantos, de paro y miseria. Así que declaremos Gibraltar inglés de una maldita vez. Acabemos con este sainete imbécil, asumiendo los hechos. La Historia demuestra que la razón es de quien tiene el coraje de sostenerla. Nunca de las ratas cobardes, escondidas en su albañal mientras otros tiran de la cadena.


XL Semanal

Ni Policía ni televisión. Por M. Martín Ferrand

HERMANN Tertsch, brillante frecuentador de estas páginas, ha sufrido dos agresiones que invitan a meditar sobre la endeblez de nuestras estructuras sociales y políticas. Una, la más tremenda, fue de naturaleza física. Un canalla le pateó por la espalda mientras, en un pub, consumía la última copa del día, la que nos sirve a muchos para aliviar el examen de conciencia que conviene al final de una jornada. Ese es un asunto meramente policial y el hecho de que una semana después del atentado, producido en un lugar cerrado y con testigos, no conozcamos la identidad del agresor demuestra la escasez funcional del Ministerio del Interior, entregado a los grandes asuntos de la seguridad del Estado en olvido de la protección a los ciudadanos.

La segunda de las agresiones padecidas por Tertsch, la primera en el tiempo, me parece de mayor gravedad y es sintomática del impresentable modelo audiovisual, publico y privado, que padecemos. Un programa pretendidamente humorístico de La Sexta, «El intermedio», manipuló unas imágenes del periodista en el transcurso del informativo que presenta y dirige en Telemadrid y, aunque sea difícil verle la gracia al montaje, le tildó de asesino múltiple. Le presentó como un malvado dispuesto a llevarse por delante a un largo muestrario de gentes indeseables. Eso es muy alarmante porque, en diferencia con la patada que le rompió unas costillas, la grosería difamatoria, la bellaquería calumniosa, está a la orden del día en las televisiones que se dicen respetables y, para parecerlo, presentan en el vértice de sus pirámides de poder a personajes de generalizado respeto.

Tertsch podría ser una provocación constante para la olvidada polémica periodística. Su transformación personal y profesional acreditan una cierta indigestión en las lecturas del errático André Gluksmann, del confuso Mijail Bulgakov o de otros especimenes intelectuales del corte de Adam Michnik. Esos son elementos para un debate enriquecedor, de los que tanta falta hacen y no suministran los medios audiovisuales. Pero lo de la patada, que clama al Purgatorio, o lo del agravio de La Sexta, que clama al Cielo, son muestras de un Estado que no funciona y de una Nación que ha alcanzado un nivel de envilecimiento insufrible y repugnante. La libertad conlleva responsabilidad y, como dijo George Bernard Shaw, que no era de derechas, por eso la teme la mayoría.


ABC - Opinión

Gimnasia peronista. Por Ignacio Camacho

UNOS sindicalistas que no se manifestasen serían como un escritor que no escribiese, un bailarín que no bailara... o un trabajador que no trabajase. Un contrasentido, una incoherencia, un oxímoron. Las manifestaciones son la gimnasia del sindicalismo, el ejercicio que sacude su pereza, desengrasa su cintura, estira sus músculos y oxigena sus arterias. Unos sindicatos que no se movilizan sienten la misma malograda frustración que una cofradía que no procesiona. Sin agitación callejera se abotargan, se entumecen en rutinas burocráticas que anestesian su combatividad, liman su fiereza y cuestionan su razón de ser. El sindicalismo negociador acaba perdiendo crédito, prestigio e influencia si no se vivifica a sí mismo con alguna demostración de fuerza.

El problema surge cuando los aparatos sindicales se acomodan, como ha sucedido en España, en la burocracia apoltronada de una estructura de poder, acolchada por subvenciones y blindada de complicidad institucional. Cuando en medio de una aguda crisis social los liberados sindicales y los delegados de los comités son inmunes a los despidos que diezman las empresas mientras el Gobierno mima a sus dirigentes y se pliega a sus exigencias. Cuando los trabajadores que sienten la amenaza del paro y los desempleados que ya la sufren comienzan a mirar a las centrales con el recelo de una casta. Entonces urge encontrar un enemigo, urdir una retórica, concebir una confrontación con la que justificar el aparataje, simular combatividad y ahuyentar la apariencia de conformismo. Para eso siempre están ahí los empresarios, como un abstracto ideograma de antagonismo, adversarios eternos y ontológicos de la clase trabajadora.

Los odiosos empresarios, los «panzudos patrones» que decía Atahualpa Yupanqui, resultan el objetivo ideal para orquestar una movilización rutinaria, una demagogia facilona, una esquemática representación maniquea del bien y el mal. Aunque hayan cerrado 140.000 empresas, aunque la recesión sacuda el tejido productivo con oleadas de quiebras. En la retórica sindical el empresario es sinónimo de codicia, tiburoneo, voracidad y usura. La patronal representa el tópico opulento, la antipática iconografía de la riqueza explotadora contra la que desplegar en la calle la musculatura de pancartas, eslogans y banderas sin riesgo de molestar al munífico Gobierno amigo que provee la confortable subsistencia corporativa.

Esta alianza populista de intereses en la que el poder utiliza como fuerza de choque a los sindicatos a cambio de un privilegio institucionalista es bien antigua y pervive en la política contemporánea a través de un dudoso fenómeno llamado peronismo. Ayer, en la escenografía perezosa de la multitudinaria, apacible y poco convencida marcha-excursión de Madrid, sólo faltó un tambor que marcara el triunfal estribillo: «Zapatero, qué grande sós».


ABC - Opinión

Dilema exterior

España se enfrentará a la presidencia de la UE con una diplomacia en horas bajas.

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció que en su segunda legislatura prestaría a la política exterior la atención que faltó en la primera. Los hechos no parecen haber corroborado su compromiso, no sólo porque siguen sin apreciarse las líneas principales con las que pretende definir la posición de España en el mundo, sino también porque la gestión de los incidentes que se han sucedido en los últimos tiempos ha revelado las debilidades de nuestra diplomacia.

La constatación de que, en vísperas de asumir la presidencia de turno europea, la política exterior no está a la altura de un país como España no autoriza, sin embargo, a ejercer cualquier tipo de oposición, según parece haber entendido el Partido Popular. Su comportamiento durante el secuestro del Alakrana perdió de vista los intereses españoles cuya protección es responsabilidad de todas las fuerzas políticas, ejerzan o no tareas de Gobierno. Y lo mismo cabe decir de algunas declaraciones recientes sobre el secuestro de los cooperantes en Mauritania o el caso Haidar.

Son distintas las responsabilidades contraídas por las partes que han llevado a una situación como la de la activista saharaui. La de España consiste en haber servido de instrumento a una intolerable decisión del Gobierno marroquí. Apelar a que la decisión de que Haidar volviera a Lanzarote, como han dicho Zapatero y otros miembros de su Gobierno, fue simplemente administrativa se contradice con el argumento de que se autorizó su regreso por razones humanitarias, aun cuando no haya en realidad humanitarismo alguno en ejecutar una medida inicua de otro Gobierno. Pero la primera y principal responsabilidad es la de Marruecos, y es a su rey y a su Gobierno a quienes deberían dirigirse en primera instancia las exigencias para alcanzar una solución.

De ahí que resulte artificial la polémica en torno a la posible mediación del rey Juan Carlos. No es sólo que la gestión de la política exterior corresponde al Gobierno, sino que las peticiones de intervención al jefe del Estado parecen olvidar quién debe corregir la decisión que está en el origen de la situación de Haidar. Una vez que han fracasado las gestiones realizadas por la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, queda acaso la mediación de un actor hasta ahora en un segundo plano pese a sus intereses con Marruecos y con España: Francia. Se entiende mal, sin embargo, que ante cada crisis con Marruecos haya que recurrir a gestiones internacionales.

Zapatero se enfrenta a un dilema con respecto a su política exterior: al mismo tiempo que necesita con urgencia un impulso inequívoco, la inminencia de la presidencia europea limita su margen de maniobra para llevarlo a cabo. Sería gravemente perjudicial para los intereses españoles que los próximos seis meses al frente de la UE se saldaran, no ya con un fracaso, sino con una gestión que no comience a sentar las bases de la política europea, y, por tanto, también de la española, ante los tiempos que se avecinan.


El País - Editorial

Los mantenidos de Zapatero salen en su ayuda

Los sindicatos denominados "mayoritarios" no son una institución democrática al servicio del trabajador, sino órganos políticos al servicio de una ideología sectaria donde las haya.

La manifestación de los sindicatos contra los empresarios celebrada ayer es el acontecimiento más surrealista del mandato de Zapatero, y eso que el listón no había dejado de elevarse desde que llegó el poder tras los atentados del 11 de marzo de 2004.

Si los sindicatos llamados “de clase” habían tenido alguna vez un mínimo de legitimidad, tras esta bochornosa expresión callejera la han perdido por completo, esperemos que definitivamente. Ni representan a los trabajadores ni defienden sus derechos, el primero de los cuales es el de tener un puesto de trabajo que el Gobierno de Zapatero, al que tanto arropan y admiran, viene destruyendo en los últimos tiempos a una velocidad nunca vista en un país desarrollado.


Felizmente instalados en el siglo XIX, los profesionales del sindicalismo subvencionado de forma forzosa por todos los españoles siguen utilizando una dialéctica impropia de países avanzados y con cierto nivel cultural. Para estos depredadores del bolsillo ajeno, incluido el de la “clase trabajadora” que es la que más los sufre, el enemigo a batir es el empresario privado por el grave “delito” de jugarse su patrimonio para poner en pie un negocio creando riqueza y puestos de trabajo. Esta simpleza argumental proviene del hecho de que los sindicatos españoles no viven de las aportaciones de sus afiliados, sino de las abundantes subvenciones y gabelas que el gobierno les concede, incluso en mitad de una crisis pavorosa. Así pues, ¿a quién van a salir a defender llegado el caso? Pues, naturalmente, a Zapatero, que es quien desvía a sus bolsillos el dinero que previamente extrae mediante coacción fiscal de todos los ciudadanos, estén o no de acuerdo con la revolución marxista y la lucha de clases que nuestros sindicalistas defienden en sus algaradas.

Y es que en ésta última manifestación sindical, como en todas las anteriores organizadas por la izquierda, hemos podido asistir de nuevo al espectáculo grotesco de ver desfilar por las calles de un país libre la simbología clásica de la antigua URSS, el sistema político más nocivo que jamás ha conocido la humanidad, abundantemente rodeada por enseñas preconstitucionales pertenecientes a la II República, cuyo fruto principal fue desembocar en una Guerra Civil atroz del que la izquierda española sigue sintiéndose profundamente orgullosa.

Y como los vividores del esfuerzo ajeno tienen propensión a agruparse, en lugar destacado de la manifestación y más tarde en la tarima de oradores tuvimos ocasión también de contemplar la actuación desvergonzada de destacados representantes del mundo del cine y la televisión, poniendo también su granito de arena para denigrar a los que, en medio de todas las dificultades económicas, agravadas por la nefasta gestión de Zapatero, tratan de mantener a flote sus empresas y negocios y salvar los escasos puestos de trabajo que todavía sobreviven al azote socialista.

Los sindicatos han acreditado una vez más, por si alguien todavía no se había enterado, que su papel en esta crisis no es defender a los trabajadores que han perdido su puesto de trabajo ni facilitar el camino al resto de agentes económicos para que puedan encontrar un nuevo empleo, sino apoyar de la forma más indecorosa al principal responsable del actual desastre económico con quien comparten una determinada visión política. No son una institución democrática al servicio del trabajador, sino órganos políticos al servicio de su ideología, sectaria donde las haya. Constatada esta realidad de forma concluyente, sólo queda esperar que el próximo dirigente político en el gobierno de la Nación les otorgue la legitimidad que estrictamente merecen. Ni más ni menos que la que ellos mismos se han ganado a pulso voluntariamente.


Libertad Digital - Editorial

Falacia y fracaso sindical

DESDE hace tiempo, la opinión pública contempla la actitud de los sindicatos ante la crisis económica con una mezcla de indignación y perplejidad. Muchos millones de ciudadanos padecen el drama del paro y nadie consigue ver la luz al final del túnel, pero UGT y CC.OO. mantienen una actitud de mansedumbre ante el Gobierno y solo se movilizan contra los empresarios. El lema de ayer encierra una falacia evidente: «Que no se aprovechen de la crisis». La manifestación de Madrid era -sorprendentemente- la primera salida a la calle de unas organizaciones que, en lugar de cumplir su función en defensa de los trabajadores, prefieren dar cobertura a un Ejecutivo incapaz. Es un sarcasmo que las consignas se dirigan contra los empresarios, al amparo de una ideología trasnochada que mitifica una anacrónica y hoy imaginaria «lucha de clases». Identificar a los empresarios con los «ricos» supone desconocer a propósito la realidad diaria de miles de pequeñas y medianas empresas, así como el esfuerzo para la creacción de riqueza (y, por tanto, de empleo) que desarrollan los sectores más activos y dinámicos de la sociedad. Dadas las circunstancias, es intolerable que unas entidades subvencionadas y controladas por una burocracia anquilosada pretendan engañar a los trabajadores, -incluidos muchos de sus afiliados-, bailando el agua a la retórica gubernamental sobre nuevos modelos de crecimiento y otros sofismas que no conducen a ningún sitio, excepto a la cola del paro.

La concentración, no muy nutrida, alcanzó niveles de esperpento con el protagonismo de ciertos iconos del supuesto «progresismo» cultural. Nada más lejos de la responsabilidad exigible a los sindicatos que un planteamiento que culpa a la patronal de todos los males y suscribe el discurso de Rodríguez Zapatero sobre un mercado de trabajo cuya rigidez es objeto -una y otra vez- de las críticas fundadas de todos los organismos internacionales y los expertos de mayor prestigio. El caso es que todo vale para atacar a la derecha y a supuestas minorías poderosas en nombre de una ideología que aparenta ser radical, pero que se orienta de hecho a salvar los privilegios de unos cuantos dirigentes subvencionados. Así pues, resulta lamentable el papel que juegan en plena crisis unas organizaciones que fasean las funciones genuinas que les corresponden en una sociedad democrática. Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo pueden decir lo que quieran sobre el «éxito» de su manifestación burocrática, pero a estas alturas no engañan a nadie.

ABC - Editorial

sábado, 12 de diciembre de 2009

Ni inminente, ni recuperación. Por Emilio J. González

El Gobierno no puede seguir negándose a ver la realidad. El paro, la recesión, el déficit, los problemas del sistema financiero... forman parte de un todo, la crisis, que no se va a resolver mientras no se arreglen todos y cada uno de estos problemas.

Lo de este Gobierno ya es de risa, por no decir de llorar. Tan sólo 24 horas después de que Zapatero pusiera todo su empeño en tratar de convencernos de que la recuperación económica es "inminente", ha tenido que salir la vicepresidenta primera a decir que bueno, que tanto como inminente no, pero sí cerca. O sea, que al Ejecutivo no le van a cuadrar los datos para presentar un crecimiento positivo en el cuarto trimestre ni siquiera haciendo trampas estadísticas. Pero más allá de lo que diga el uno, la otra y la que calla, lo cierto es que en el horizonte no se atisba recuperación alguna, y mucho menos inminente, próxima, a la vuelta de la esquina o como quieran decir.

Lo cierto es que la mejora relativa de algunos indicadores económicos no es más que el fruto de las ingentes cantidades de dinero público que se han derrochado en ese intento de Zapatero de superar la crisis a golpe de talonario, sin entender ni la verdadera naturaleza de la misma, ni que el camino que ha emprendido no lleva a ninguna parte más que al desastre. Aún así, ha conseguido generar una cierta ficción que, por su propia fragilidad, por carecer de cimientos adecuados, se va a venir abajo como un castillo de naipes en cuanto desaparezcan los impulsos a base de chequera. ZP ha pretendido sostener artificialmente la demanda sin entender que esto es una crisis de oferta y ahora que ya no tiene más dinero para tirar, esa demanda artificial que mejoraba el aspecto de algunos indicadores se va a venir abajo y va a devolver a la producción y al empleo a la verdadera realidad de una crisis muy profunda que todavía no se ha empezado a combatir. Así es que, de recuperación inminente, nada de nada. Aquí lo único inminente va a ser el descalabro de la economía española a partir de la próxima primavera, con lo cual, de recuperación, tampoco nada de nada.

Al Gobierno ya se lo está advirtiendo todo el mundo: no puede seguir como hasta ahora, negándose a ver la realidad tal cual es. El paro, la recesión, el déficit público, los problemas del sistema financiero... forman parte de un todo, la crisis, que no se va a resolver mientras no se arreglen todos y cada uno de los problemas que han dado lugar a ella. La economía no va a remontar el vuelo mientras no se arreglen los problemas del sector financiero y vuelva a fluir el crédito. Y eso implica, entre otras cosas, que se permita de una vez por todas que se produzca el ajuste necesario en el sector de la construcción. El desempleo no se va a solucionar sin una verdadera reforma laboral que genere puestos de trabajo, reduzca el gasto en prestaciones por desempleo y aumente los ingresos de hacienda a través del IRPF de los nuevos contratados y del mayor consumo que lleven a cabo, lo que generará más recaudación por IVA y más beneficios empresariales. Pero, aún así, el déficit seguirá siendo un problema mientras el Gobierno no se decida de una vez por todas a recortar esos 60.000 millones de euros que se pudo gastar el sector público español durante la burbuja inmobiliaria porque ella misma los generaba y que ya han pasado a la historia. Si el Gobierno no resuelve el problema del déficit, va a seguir absorbiendo todos los recursos financieros y, entonces, no habrá crédito para que las empresas puedan invertir y contratar y las familias, consumir. Y ese problema sólo se resuelve con una reforma estructural que afecte a todas las administraciones públicas, empezando por las comunidades autónomas.

¿Va a hacer Zapatero algo de esto? Francamente, lo dudo mucho. En materia laboral, es prisionero de unos sindicatos que ha dejado que se le suban a las barbas y, por tanto, jamás van a aceptar la reforma del mercado de trabajo que este país está pidiendo a gritos. Si ZP lo intenta, lo más probable es que se encuentre con una huelga general porque es un presidente débil y enfrente tendría a unos sindicatos nada racionales y muy ideologizados. En materia financiera, o sea, de cajas de ahorros, el presidente tendría que enfrentarse con los barones territoriales que quieren que las cajas sigan siendo un coto privado suyo y no lo tendría fácil, aunque, con la ayuda del Banco de España, podría conseguirlo. Pero en cuanto intentase meterse en el charco de las finanzas autonómicas, todo el mundo se le iba a echar encima, empezando por Cataluña, y, como he dicho antes, ZP es un presidente débil que no tendría capacidad alguna de aguantar el envite porque, entre otras cosas, sigue negándose a un pacto de Estado con el PP para resolver todas estas cuestiones. En conclusión, y por desgracia, además de que todavía tenemos crisis para rato, lo que nos espera después es un largo periodo de depresión, con lo cual, de recuperación, nada de nada, y mucho menos inminente.


Libertad Digital - Opinión

El entorno. Por Alfonso Ussía

Aminatu Haidar es víctima del «Síndrome del Entorno». Si en un momento de debilidad decidiera dar por finalizada su huelga de hambre, la decepción de sus rodeantes sería tan profunda, que terminaría por persistir en el empeño. La que se muere es ella, no Pilar Bardem, ni Almodóvar, ni los juanes diegos, ni Guillermo Toledo, ni Aitana Sánchez Gijón, ni el resto de los viajeros de «Air Ceja». La debilidad física aumenta la timidez. Si Aminatu acaba por entender que sus peticiones, hoy por hoy, son técnicamente imposibles, y concede un margen de tiempo a la solución de su problema, los de la «Air Ceja» podrían armarle una buena. Se han unido a los pesebristas los líderes sindicales, que es pleonasmo, por cuanto también son beneficiados del pesebre sin fondo que les ofrece Zapatero. Curiosa la petición de que el Rey actúe. El que tiene que actuar es el Gobierno, que para eso está y atesora todas las competencias. Los sindicalistas, con cinco millones de parados, han convocado una manifestación contra los empresarios, no contra el responsable de la catástrofe económica. Comen de él. Y los saltimbanquis de la Ceja le piden al Rey que arregle lo que corresponde a Zapatero. Comen de él. Y en el medio del lío, la pobre Aminatu Haidar, que vive su debilidad y su agobio entre un grupo de personas, el entorno, que van y vienen, que se fotografían con ella, que le dan la murga, que explotan su figura y que aprovechan su huelga de hambre para seguir comiendo a costa de los contribuyentes.

Aminatu Haidar sabe que no puede conseguir un pasaporte saharaui para volver a su tierra. No existe, por desgracia, ese documento. Aminatu Haidar no quiere ser refugiada en España. Aminatu Haidar no acepta ese pasaporte marroquí que le ofrecen a cambio de pedir perdón al intolerable Mohamed. Aminatu Haidar no puede engañarse. Busca la solución con su huelga de hambre, y está mal aconsejada. Su muerte es la solución. Para Marruecos y para el Gobierno de Zapatero. Ignoro si se halla en condiciones de pensar con lucidez. Su lucha ha trascendido, y en todas partes se habla de ella. Que aproveche el momento. Que renuncie a la huelga de hambre y prepare su estrategia de mañana. Morir a cambio de lo imposible es heroico, pero necio. ¿Es ella la responsable de su empecinamiento, o la víctima del circo que se ha montado alrededor de su tragedia? Llega Alberto Sanjuán, se marcha Aitana, la Bardem cena en el hotel, Guillermo Toledo vuelve pasado mañana, Lola Dueñas manifiesta que hay que arreglar el asunto, Juan Diego Botto le susurra memeces argentinas y Juan Diego no Botto le recomienda mantenerse firme. ¿Para qué? ¿Para que muera a cambio de ser la nueva mártir de la izquierda? ¿Una mártir de la Izquierda martirizada por la propia Izquierda del Gobierno de España? –Resiste, Aminatu–. ¿Creen los viajeros de «Air Ceja» que al Rey de Marruecos le importa algo la vida de Aminatu? Menos que un higo o que un dátil. Pero ella se mantiene ahí, víctima del entorno, firme y valiente, sin nadie que le diga que su vida vale mucho más que una huelga de hambre para obtener por la fuerza lo que hoy es imposible. El «Síndrome del Entorno».

La Razón - Opinión

Falta de realismo

El informe económico de Presidencia relega los problemas reales de trabajadores y empresas

El presidente del Gobierno parece haber caído en la cuenta de que la gestión de la crisis económica no se decide tan sólo en la aprobación de planes de estímulo económico y financiero, desde luego muy necesarios, sino que exige un control del déficit público y de la deuda pública. Si no se presta la debida atención a los equilibrios financieros del Estado aparecen sobresaltos como la degradación de las expectativas crediticias de la deuda española, anunciada por la agencia Standard & Poor's y la insidiosa identificación de la calidad crediticia del Reino de España con situaciones potencialmente explosivas como la de Grecia.

En apenas dos semanas el presidente del Gobierno ha realizado más comparecencias públicas para hablar de economía que en casi todo el año. Las intervenciones en torno al anteproyecto de Ley de Economía Sostenible y la reciente presentación del Informe económico del presidente han demandado mayor atención que la que mereció el proyecto más importante de actuación económica, el de los Presupuestos Generales del Estado. Ninguna de esas comparecencias parece estar contribuyendo a anticipar objetivamente un horizonte de recuperación del crecimiento económico y del empleo; y tampoco satisface esos mínimos que ha de conseguir la acción de las autoridades: frenar la erosión de la confianza de los agentes.

El contenido del tercer informe que elabora la Oficina Económica del Presidente es técnicamente correcto, aunque los temas que se abordan tienen poco que ver con la verdadera naturaleza de los graves problemas que sufre la economía, en particular gran parte de las pequeñas y medianas empresas. Salvo los abordados en la introducción, son asuntos (la naturaleza de la crisis crediticia, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, la transición hacia una economía "medioambientalmente" sostenible) distanciados de la realidad inmediata. Es un enfoque poco práctico cuando se vive una recesión prolongada y con una de las tasas de paro más elevadas de Europa. El informe no deja entrever el menor realismo sobre la evolución de la economía española, porque en 2010 aparecen escenarios hostiles a la recuperación. Baste citar la probable retirada de las facilidades crediticias del BCE o la presumible subida de los tipos de interés.

El empeño del presidente sigue centrado en transmitir la idea de una recuperación económica inmediata. El presidente quiere hacer creer a los agentes económicos que tocar fondo en la larga y pronunciada recesión significará el inicio de la recuperación. Sin embargo, con el final de la caída del PIB no llegará la creación de empleo; y el aumento de los puestos de trabajo debe considerarse como la señal cierta de que la sangría de la recesión ha terminado. Entre otras cosas, el aumento de la ocupación contribuirá además a bajar el coste de los estabilizadores automáticos y, por tanto, a reducir el déficit y la deuda, que tanta inquietud provocan en los mercados internacionales.


El País - Editorial

¿Manifestación o excursión de fin de semana?

NO SE PUEDE decir que UGT y CCOO estén pasando precisamente su mejor momento. Hace unos días, un joven realizaba una durísima crítica de su labor desde la tribuna del Congreso, aprovechando la lectura de la Constitución. La anécdota refleja el desconcierto creciente que existe en la sociedad española sobre unos sindicatos cada vez más preocupados por defender sus privilegios mientras se agudiza la crisis.

Resulta muy difícil de entender la decisión de Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo de convocar hoy a sus bases en Madrid bajo el lema: «Que no se aprovechen de la crisis, el trabajo lo primero, por el diálogo social». Todo el mundo está a favor de la prioridad del trabajo y de la necesidad del diálogo social, pero la primera parte del eslogan -ese «que no se aprovechen de la crisis»- es un implícito y desafortunado juicio de intenciones sobre los empresarios.

En una coyuntura en la que han desaparecido 140.000 empresas en año y medio, parece de bastante mal gusto que los sindicatos se arroguen el derecho de movilizar a sus militantes contra los empresarios, que son un factor imprescindible para la creación de empleo y riqueza en nuestra sociedad.

Conscientes de que esta referencia puede ofender no sólo a los empresarios sino a otras muchas personas, Méndez y Fernández Toxo intentaron ayer restar importancia al eslogan, elegido hace un mes, subrayando que lo que pretenden es pedir «un equilibrio en el reparto de los sacrificios que provoca la crisis».

Según datos del INE, el coste medio salarial ha subido en España en 2009 un 4,1%, lo que pone en evidencia que no son los trabajadores que conservan su empleo los que tienen más razones para quejarse. Los que de verdad han salido perdiendo son los casi dos millones de empleados que han ido a las filas del paro desde agosto de 2008.

Los sindicatos han rechazado hasta ahora -y lo siguen haciendo- cualquier reforma laboral que reduzca el coste del despido para los nuevos contratos, lo cual dificulta la creación de esos puestos de trabajo que permitirían reducir las estadísticas del desempleo.

Cualquiera que escuche lo que dijeron ayer los líderes de UGT y CCOO, unido al eslogan de la convocatoria, podría llegar a la conclusión de que la manifestación de hoy carece de objetivos claros, más allá de un acto de autoafirmación de su propio poder, puesto que no piden medidas concretas ni se aboga por un cambio en la política económica del Gobierno, como en ocasiones anteriores.

Dicen los convocantes que el primer objetivo de la manifestación es «restablecer las condiciones para el diálogo social». Esas condiciones no van a ser mejores tras esta movilización. Los empresarios también quieren el diálogo social, lo que sucede es que no están de acuerdo con los sindicatos en el contenido de las iniciativas que deben salir de la negociación.

Méndez y Fernández Toxo reconocieron que «no hay un clamor» para proceder a una huelga general, lo cual es cierto. Casi nadie piensa que en estos momentos la solución a la crisis pueda venir del enfrentamiento entre los agentes sociales, sino todo lo contrario.

Da la impresión de que UGT y CCOO están molestas porque se les reprocha que no han hecho nada para luchar contra la crisis y que sacan a la calle a sus bases -venidas a la capital en trenes y autobuses de toda la geografía española- para desmentir esa tesis. Hoy tendremos más elementos de juicio para valorar si esta convocatoria es una excursión de fin de semana o una manifestación con objetivos concretos.


El Mundo - Editorial

Si vis pacem. Por Ignacio Camacho

EL comandante en jefe se presentó en Oslo con las estrellas de cinco puntas prendidas bajo la pechera del frac. Como aquel Arafat que compareció en la ONU con una rama de olivo en una mano y una metralleta en la otra, Obama fue a recoger el Nobel de la Paz con dos guerras cargadas en su equipaje y el interruptor rojo de la bomba atómica en el attaché de mano. Y cuando los arúspices del buenismo acaso esperaban que se pusiese a tocar la lira del apaciguamiento y a entonar la palinodia pacifista, se descolgó con un discurso inflexible y sin excusas: no hay paz posible con los enemigos de la libertad, no hay libertad en la que quepan los enemigos de la paz.

Con su defensa kennedyana de la guerra justa -sin torturas, bajo la Convención de Ginebra y «con las menos víctimas civiles posibles»-, el presidente americano ha cogido a los incondicionales del pacifismo de salón con el pie cambiado. En vez de pedir perdón, anunciar la retirada incondicional de Irak y tender los brazos a la Alianza de Civilizaciones para hacerse acreedor a las zalameras mercedes del Nobel, Obama asume sin conflicto la contradicción de recibir el Premio con trescientos mil soldados desplegados en Oriente y un Guantánamo por cerrar. Sabiéndose concernido por una responsabilidad de Estado y un liderazgo moral, reclama al mundo libre más soldados en Afganistán, afirma la doctrina de vigilancia democrática y comunica su determinación de victoria. «Nuestra creencia de que la paz es necesaria no es suficiente para lograrla»; «la guerra tiene un papel en la preservación de la paz»; «los que violen las reglas rendirán cuentas»: el romano Vegecio -si vis pacem, para bellum- no pudo soñar nunca una actualización más diáfana.

Conviene aclarar que, para los Estados Unidos, la guerra justa es aquella que protege sus intereses nacionales, identificados sin complejos con los del mundo libre y democrático. Obama no es en ese sentido un líder disolvente dispuesto a renunciar a la hegemonía mundial, y su discurso compromete a quienes, como Zapatero, pretenden interpretar a su conveniencia de parte la diplomacia multilateralista de la Casa Blanca. Obama llama guerra a la guerra y sacrificio al sacrificio; no le tiembla el pulso para usar la fuerza y su ética de la responsabilidad está lejos de las políticas indoloras y lenitivas de cierta izquierda europea. Sus reglas de juego son precisas, y Gobiernos como el de España, tan rendido al nuevo liderazgo estadounidense, se van a tener que dejar la cintura en las piruetas retóricas destinadas a complacerlo. Emplazado a implicarse en el infierno afgano, el zapaterismo se las a va ver y desear ante la opinión pública para transformar la melodía sedante del antibelicismo en la severa, antipática cadencia del tambor de la guerra que toca sin remordimientos ni culpa su recién adoptado paladín planetario.


ABC - Opinión

El procejariado se va de manifa. Por Pablo Molina

Gallardón debería asistir también a la manifestación, junto a los comicastros del Partido, para protestar contra Esperanza Aguirre, culpable junto a los empresarios de que Zapatero haya destruido nuestra economía a una velocidad nunca vista.

De traca, amigos, de traca con trueno final bien gordo. Así que para protestar por la crisis económica los sindicatos horizontales (es la posición más cómoda para recibir inyecciones, más aún si son de fondos públicos) van a organizar un festejo prenavideño acusando a los empresarios de los problemas de nuestra economía. La escena es tan surrealista que sólo se puede dar en la España de Zapatero, no porque en otros lugares el sindicalismo de clase (alta) no insulte a la inteligencia y el bolsillo del resto de trabajadores, sino porque fuera de nuestras fronteras lo hacen con más discreción.

Aquí se despelotan sin ningún pudor y convocan una manifestación contra los enemigos seculares del proletariado, sin tener en cuenta que la famosa lucha de clases pasó a la historia y lo que queremos los trabajadores no es hacer la revolución sino un puesto de trabajo y un pisito en la costa como cualquier sindicalista liberado, vaya.

Con sus acciones, los sindicatos confirman que la batalla en el mundo actual ya no discurre entre empresarios y empleados, sino entre los que viven del dinero público y los que debemos financiar sus francachelas.

Y como adecuado colofón a un acto tan sublime estará de maestro de ceremonias el periodista preferido de Gallardón, que incluso es posible que haya rebajado su caché para aceptar ir a amenizar la fiestuki. Que no falte de nada. El alcalde de Madrid debería asistir también a la manifestación, junto a los comicastros del Partido, para protestar contra Esperanza Aguirre, culpable junto a los empresarios de que Zapatero haya destruido nuestra economía a una velocidad nunca vista en un país civilizado. Total, salvo el PSOE, los sindicatos, el procejariado y Gallardón, que están libres de culpa por su condición de progresistas, los demás no sólo tenemos que financiarlos a todos sino escuchar también sus reprimendas.

Dicen que se van a manifestar contra los que se aprovechan de la crisis. Hombre, yo creía que se referían a ellos mismos, porque no hay nadie en España que esté aprovechándose con más intensidad de la actual catástrofe económica que los sindicalistas y el resto de subvencionados. Oiga pues no. Para estos detentadores de la moral pública, el pequeño empresario que cierra su negocio, pierde su patrimonio y se va al paro o a la economía sumergida es un enemigo al que hay que combatir del brazo del Gobierno socialista, que es el que maneja el BOE.

Y todos los demás, que financiamos su alegría reivindicadora, no sólo tenemos que seguir pagando sino aceptando con resignación la bronca de estos ungidos. Y sin rechistar, oiga, no sea que una patada perdida de kárate acabe impactando en nuestras costillas, que cosas más raras se han visto.


Libertad Digital - Opinión

Esperpento sindical. Por M. Martín Ferrand

RAMÓN del Valle-Inclán, en lo que al esperpento respecta, resulta un pardillo si se le compara con Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, grandes fabuladores sociales. Luces de Bohemia, frente a la manifestación sindical convocada para hoy en Madrid, es un pequeño sainete de costumbres burguesas y Max Estrella, un notario de provincias. Supongo que liderar sindicatos escasamente representativos y enchufados a la ubre del Presupuesto debe de ser una tarea imposible que exige grandes dosis de imaginación y oportunismo. Hacerlo, además, en actitud de guardaespaldas de un Gobierno errático y confuso requiere la desvergüenza precisa para, sin inmutarse, llamarle redondo a lo cuadrado.

Como en los mejores tiempos del sindicalismo vertical del franquismo, el sindicalismo actual, horizontal en razón de su siesta permanente a la hora de defender los intereses de los parados, los inmigrantes y los autónomos, ha fletado trenes y autobuses, dieta y viáticos incluidos, para que «espontáneamente» los empleados se manifiesten contra sus empleadores sin que, más allá de la superada lucha de clases -la máxima razón del sindicalismo de izquierdas medien razones concretas que puedan justificar la movilización. Es dramático, pero las organizaciones a las que el tiempo y el progreso social -el Estado del bienestar- han dejado sin contenido en los países del Viejo Continente necesitan, periódicamente, demostrar su existencia. Tienen que obtener su fe de vida, como un abonado a la Plaza de Toros de las Ventas, para seguir renovando su abono.

Ya sería de difícil explicación, dadas las circunstancias que perfila el momento, una manifestación sindical contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, culpable por omisión y tardanza en sus reacciones, de una parte del problema laboral vigente; pero manifestarse contra los empresarios confirma el diagnóstico del maestro Valle-Inclán: «España es una deformación grotesca de la civilización europea». La movilización que promueven CC.OO. y UGT, tan extemporánea como ridícula, no es un camino para promover el empleo, la más urgente de nuestras necesidades colectivas, sino todo lo contrario: una maniobra para incrementar el recelo de los emprendedores, propios y extraños, y extremar las cautelas de los inversores abrumados por el creciente riesgo financiero que supone invertir en España. Por lo demás, muy oportuna la iniciativa.


ABC - Opinión

viernes, 11 de diciembre de 2009

Montilla usa chuletas para escribir en Catalán



El bachiller José Montila pillado usando una chuleta para escribir la dedicatória en el Libro de Firmas de Berga. El no sabe escribir en catalán, pero obliga a todos los niños y jóvenes de Cataluña a estudiar en ese idioma. Menos a sus hijas a las que envía a estudiar al Colegio Alemán.

Fiel a su amo. Por Consuelo Galán

Los sindicatos UGT y CCOO han convocado una manifestación en Madrid para el día doce de diciembre. Aunque en principio la cita era abiertamente hostil a los empresarios, un día después de anunciada los convocantes aclaran que “no va contra nadie” y “matizan” que el 12D no es contra la CEOE.

La compañía pública RENFE ha puesto treinta y dos trenes (TALGO-AVE) a disposición de los sindicatos verticales del Estado. Un total de más de 12.000 plazas de alto nivel. CCOO por medio de un comunicado interno ofrece una “pequeña dieta” para los manifestantes. Resumiendo: un día laborable no trabajado que no se descontará de los salarios, un cómodo viaje a la capital, comida incluida, y un paseo por el Madrid monumental. Por supuesto los delegados sindicales serán los primeros en llegar en los trenes. Estas son las manifestaciones que en estos tiempos, después de treinta y cuatro años de monarquía partitocrática, acontecen en nuestra maltrecha nación. Atrás quedaron ya aquellas otras movilizaciones en las que los trabajadores acudían a manifestarse en masa, sin permisos oficiales y siendo conscientes de que más de uno podía llevarse una paliza. Normalmente dichas manifestaciones iban acompañadas de una “huelga salvaje” que seguía a un proceso asambleario de los asalariados.

La manifestación del 12D será otro plato a servir a la oligarquía financiera Mundial. El Presidente del Gobierno podrá mostrar el grado de manipulación y sumisión que ha conseguido en la sociedad civil española para hacerle creer a ella misma que aún hay lucha de clases e ideologías y que él es tan “demócrata” que las manifestaciones corren por cuenta del contribuyente. Cuando la realidad es que el pobre manifestante, ignorante de que su única esperanza de salvación está en la conquista de la Libertad política, acude con su dinero a un acto que va en contra de sus propios intereses como trabajador -o parado- y como ser humano.

República Constitucional

Al Qaeda y los antecedentes de ZP. Por Guillermo Dupuy

La posibilidad de que Al Qaeda se limite a pedir dinero es la más improbable, no sólo por el delirante fanatismo de los terroristas islámicos, sino también por los conocidos antecedentes de ZP que lógicamente no hacen más que excitar su voracidad.

Aunque los terroristas de Al Qaeda no hayan concretado todavía cuales son sus exigencias a cambio de la liberación de los tres españoles secuestrados en Mauritania, el Gobierno de Zapatero tiene dos opciones: acceder a ellas o resistirse al chantaje. Esta terrible e inexorable disyuntiva, de la que fuimos tan conscientes los españoles con ocasión del secuestro de Miguel Ángel Blanco, está ahora siendo diluida por la práctica totalidad de la clase política y de los medios de comunicación. Como botón de muestra, el editorial de un periódico tan poco sospechoso de simpatías hacia el Gobierno como La Razón. Decía este diario el pasado miércoles que "la fórmula que dio tan buen resultado con los piratas de Somalia (sic) en los casos del Playa de Bakio y el Alakrana no servirá de modelo por razones varias, la primera de ellas, que pondría en un brete al Estado de Derecho si el Gobierno accede a pagar a los terroristas".


Aunque cause vergüenza ajena tener que hacer esta aclaración, tan ilegal es pagar a piratas como hacerlo a los terroristas. Lo que La Razón llama "la fórmula que dio tan buen resultado con los piratas" –esto es, sucumbir a su chantaje–, pone en un "brete" al Estado de Derecho tanto si se paga a piratas como si se hace a terroristas. La diferencia estará si los terroristas de Al Qaeda, al margen de exigencias económicas, hacen otras reclamaciones de índole política como puedan ser la liberación de terroristas encarcelados o la retirada de tropas de Afganistán. Naturalmente, satisfacer también estas exigencias supondría doblegar al Estado de Derecho en un grado mucho mayor, pero eso no significa que no se le ponga también en un "brete" en el improbable caso de que los terroristas se limiten a exigir sólo dinero.

Esta última posibilidad, aunque sea la menos indeseable, es la más improbable, no sólo por el delirante fanatismo de los terroristas islámicos, sino también por los conocidos antecedentes del Gobierno de Zapatero que lógicamente no hacen más que excitar su voracidad. Zapatero no es un desconocido para ellos. Lo conocen desde que era líder de la oposición al Gobierno de Aznar, tal y como quedó acreditado en un documento interceptado a una célula islamista un año antes del 2004. Saben que Zapatero es un político que lo primero que iba hacer e hizo al llegar al poder fue dejar en la estacada a sus aliados y retirar las tropas de Irak, tal y como exigían los terroristas islámicos a los que el propio Ejecutivo atribuía la matanza del 11-M.

Los españoles tal vez hayan olvidado –pero seguro que Al Qaeda no– que en septiembre de 2004, coincidiendo con el secuestro de dos ciudadanas italianas a las que se amenazaba con matar si su Gobierno no retiraba sus tropas de Irak, Zapatero hizo unas declaraciones que dieron la vuelta al mundo en la que el presidente español incitaba precisamente a los aliados europeos a seguir su ejemplo para regocijo de los secuestradores.

Dejo al margen, por ser asunto "doméstico", el historial de Zapatero de cesión ante los terroristas de ETA, con capítulos tan bochornosos como la excarcelación del sanguinario De Juana Chaos. Recordemos –eso sí– que en España hay 64 presos islamistas, y que los secuestradores de los tres españoles pertenecen al mismo grupo que en junio asesinó a un turista británico al no acceder Londres a la puesta en libertad del imán radical de origen jordano Abu Qutada.

Crucemos los dedos para que los terroristas que tienen secuestrados a los tres españoles sólo se fijen a la hora de concretar sus exigencias en los antecedentes de Zapatero como mero pagador de rescates en dinero, y no en otros capítulos todavía más bochornosos de su infame e indigno historial.


Libertad Digital - Opinión

Los cómicos disparan con pólvora del Rey. Por Cristina Losada

Si los cómicos desean involucrar al Rey, pídanle que inste a Zapatero a salir de debajo de la cama ahora mismo. De lo contrario, estamos invirtiendo los términos: Zapatero reina, pero no gobierna y el Borbón, viceversa.

Sentía cierta extrañeza ante los rumores que pregonaban una "rebelión" contra Zapatero entre los domésticos de la farándula. Por esta vez, no erraba la intuición. Los pensionados de la kultura han encontrado la manera de eludir una crítica al Gobierno a cuenta de la activista saharaui en huelga de hambre. Su gran aportación a la justa causa de Aminatu Haidar consiste en una carta al Rey. Le piden que intervenga de forma personal e intransferible para salvarle la vida. Tiran por elevación y se saltan a los responsables de ceder a las presiones del Gobierno marroquí con un argumento estupefaciente: alegan que las gestiones políticas están "agotadas". Lo que no se agota es su voluntad de salvar tanto su cara como la de su querido presidente. Han dado con la fórmula magistral para darle una patadita al Gobierno en el regio culo de Su Majestad.

No fue, sin embargo, el Rey de España quien aceptó la irregular expulsión de Haidar perpetrada por las autoridades de Marruecos, sino el ministro de Exteriores del Gobierno de España. No ha sido Juan Carlos I el que ha llevado los desmadejados hilos de este contencioso, una más de las provocaciones que el reino alauita dirige periódicamente contra su vecino del Norte. Es más, el monarca no dirige la política exterior. No tiene siquiera la potestad de mimarlos con subvenciones. Si los cómicos desean involucrar al Rey, pídanle que inste a Zapatero a salir de debajo de la cama ahora mismo. De lo contrario, estamos invirtiendo los términos: Zapatero reina, pero no gobierna y el Borbón, viceversa. No vaya a ser que el artisteo quiera hacer pagar a otros la factura histórica por todas las traiciones del PSOE al pueblo saharaui.

Nuestros arbitristas de todo a cien siempre quieren disparar con pólvora del Rey.
pelan al monarca en razón de su ascendiente sobre el sultán, obviando su propia condición de hijos putativos de Zetapé. Bien harían en emplear sus armas de persuasión, su sensual retórica hueca, con su generoso tutor, patrón, amigo y mecenas. Convénzanle a él. De sobra saben que es más difícil estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la mêlée, como su bien amado Rodríguez, perpetuo desaparecido cuando el combate no se dirime con piruletas dialécticas. Para salvar vidas, me temo que no servirán. Eso sí, para buscársela no tienen rivales.


Libertad Digital - Opinión

Premio Nobel con sordina. Por José María Carrascal

POCAS paradojas mayores que ver recoger el Premio Nobel de la Paz a un presidente que acaba de anunciar el envío de otros 30.000 soldados a la guerra. Y pocos galardonados habrán recibido el premio con mayor renuencia que Barack Obama ayer en Oslo. Con buenas razones. Los progresistas noruegos no querían hacerle un favor al concedérselo, sino hacerse un favor a sí mismos, como buenos progresistas. Querían presionarle para que cumpliese lo prometido en su campaña electoral. Cosa que Obama no ha logrado, ni es posible logre.

Cuentan sus ayudantes que desde que se lo concedieron, no ha dejado de pensar en el discurso de aceptación. Se ha leído los de todos los galardonados antes que él, los de Luther King y Mandela, los de Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y George Marshall, los tres estadistas norteamericanos que lo recibieron. Sin que le sirvieran de mucho. Todos habían hecho algo importante por la paz -impulso a la igualdad racial, creación de la Sociedad de Naciones, mediación en la guerra ruso-japonesa, plan de ayuda para reconstruir Europa-, mientras él no ha hecho otra cosa que despertar esperanzas de un mundo mejor. Con palabras muy hermosas, pero sin nada concreto hasta el momento que el envío de otros 30.000 soldados al frente.

Así que Obama se ha refugiado en la humildad, que siempre queda bien, y en su país. Son los Estados Unidos, dijo, quienes merecen este premio, no él. Esos Estados Unidos que a lo largo del siglo XX lucharon contra todo tipo de tiranías, para terminar venciéndolas e intentan hacer lo mismo en el XIX. Pero está resultando mucho más difícil. Tan difícil que los Estados Unidos necesitan la ayuda de las demás naciones amantes de la libertad para lograrlo. Pero necesitan, sobre todo, hacer la guerra. Fue ésta una palabra citada sólo de soslayo en el discurso de Obama en Oslo, aunque presente en todo él: «A veces, para lograr la paz se necesita usar la fuerza». «Los instrumentos bélicos tienen una misión en la paz». «Cabe utilizar los ejércitos en el mantenimiento de la paz». Podía haberse ahorrado tantos circunloquios echando mano del viejo proverbio romano: «Para mantener la paz, lo mejor es estar preparado para la guerra». A lo que podía añadirse: Y estar dispuesto a combatirla.

En este marco, se comprende la mesura del discurso de Obama -casi parecía pedir disculpas por recibir el galardón- y sus prisas por abandonar la ciudad. Nadie mejor que él sabe que la paz por la que le han dado ese premio está muy lejos e incluso puede no alcanzarse. Que lo de Irak y Afganistán empeora. Que Al Qaeda ataca cada vez por más flancos y que su presidencia va a ser más de la guerra que de la paz, si su país quiere, como hasta ahora, defender Occidente. Porque con la Alianza de Civilizaciones, desde luego, no se le defiende. Se le vence.


ABC - Opinión

Tertsch. Por Alfonso Ussía

Su primer apellido es una onomatopeya de golpe seco. El segundo, Del Valle-Lerchundi, la confirmación de su antiguo solar vascongado. Con Hermann Tertsch –pronuncien con la libertad que la Constitución les garantiza–, he compartido muchos momentos agradables. Es un excepcional periodista. Cuando, por su decente independencia, fue condenado al exilio de «El País», hice lo posible para traerlo a LA RAZÓN. Pero el entonces director de LA RAZÓN no hizo esfuerzo alguno para conseguirlo. Ya estaba en otras cosas. Hermann Tertsch es además un gran comunicador, vehemente, distinto y sorprendentemente libre. Le importa un bledo el lenguaje políticamente correcto y reconoce a los golfos del pesebre a kilómetros de distancia. Por eso le han fracturado dos costillas con una precisa y profesional patada de kárate a traición, en una calle de Madrid.

Días antes de la agresión, en el programa de La Sexta de un inevitable de los enchufes políticos, habían parodiado a Hermann señalándolo de asesino. El programa lo produce Globomedia, la productora del insufrible Emiliuco Aragón, Miliquito, el payasete, prototipo del «buenismo» oficial desde que triunfara en aquel tostón interminable de «Médico de Familia». Ahora produce otro tipo de programas, según se ha demostrado. Hermann Terstch es fácilmente reconocible por ser el director del «Diario de la Noche», el programa informativo nocturno de Telemadrid. No pretendo acusar al perenne enchufado y al falso bondadoso de ser los autores de la patada por la espalda a Hermann. Pero no creo exagerar si afirmo que comparten una buena parte de responsabilidad. Cuando se crea odio, se señala a un personaje conocido y se le muestra como un asesino, se cae en la inducción a la violencia. Cualquier imbécil fanático de los que ven el programa producido por Globomedia y dirigido y presentado por el eterno favorecido, puede reaccionar de la manera que lo hizo el agresor de Hermann creyendo que hace un bien a la sociedad. El pesebrista mayor del Reino, miembro destacado del Sindicato de la Ceja, aprovecha su programa –me lo han dicho, que uno no puede perder el tiempo–, para herir. Y a Hermann le han herido, no sólo moralmente sino físicamente. Dos costillas quebradas por una patada profesional y a traición, después de haber sido parodiado como asesino.
Menos mal que ha tenido suerte con los médicos. Ya se repone y va a seguir en la brecha escribiendo, informando y opinando desde su verdad. Va a seguir siendo políticamente incorrecto y libre. Va a seguir combatiendo con la palabra y la idea al terrorismo, la corrupción y la Constitución, con su clarísimo concepto de España. Y escribo que ha tenido suerte con los médicos porque no le han atendido los que le señalaron. Ni el falso médico de familia, ni el auténtico médico que se esconde tras la máscara amarga del gracioso oficial del sistema, doctor Monzón, creo que se llama. En ese aspecto ha tenido suerte Hermann Tertsch, a quien le envío desde aquí mi mayor abrazo por haber sufrido y vencido a la perversidad de los amparados por el poder.


La Razón - Opinión

Anatomía de un asesinato (económico). Por Carlos Sánchez

En Anatomía de un asesinato, Otto Preminger plantea un triángulo sugestivo. Una mujer (Lee Remick) es brutalmente violada por el dueño de un bar. Su marido (Ben Gazzara) venga el ultraje asesinando al violador de su esposa, y como no podía ser de otra manera es encarcelado por ello. James Stewart, un gris abogado que antes ejerció como fiscal del distrito, acepta llevar el caso pese a que las probabilidades de éxito son remotas.

Ni siquiera tiene claro que vaya a cobrar los 3.000 dólares que reclama por la defensa, y de hecho el acusado le entrega un pagaré sin valor alguno por falta de garantías. Pese a todo, acepta el caso. Básicamente por una razón. Todo el mundo tiene derecho a una defensa. Logra sus objetivos. Consigue que su defendido sea declarado inocente por enajenación mental transitoria. Y él, por supuesto, no cobra ni un dólar pese a su brillante alegato. Sin embargo, sugiere al final de la película, ha merecido la pena defender a alguien que podía haber acabado en la silla eléctrica.

A la economía española le comienza a pasar lo mismo que al protagonista de esta historia. No tiene defensa. Da la sensación de que se sigue tirando contra el muñeco como si el desempleo fuera un simple registro estadístico. Varios ejemplos.

En un momento como el actual, en el que el objetivo estratégico es ganar competitividad vía precios (y por supuesto vía innovación), resulta que los poderes públicos afilan sus uñas de cara al 1 de enero, cuando tradicionalmente suben los precios de los servicios públicos regulados. Se ha filtrado que el Ministerio de Industria prepara una subida media del recibo de la luz del 7%. Y hasta la Comunidad de Madrid ha anunciado que el metrobús de 10 viajes subirá un 21,6% a partir del año que viene (de 7,40 a 9 euros). Sin olvidar la subida de dos puntos en el IVA, lo cual tendrá un efecto negativo sobre un sector básico para la economía como el turismo, donde se compite fundamental vía precios.

Devaluar sin que se note

No serán, desde luego, las únicas subidas. En cartera está la revisión de otros precios públicos regulados, lo cual lastra la recuperación económica. Es ridículo pensar que estas subidas no influirán en la capacidad de competir de España como país, y por eso sorprende la ausencia de un debate intenso sobre cómo devaluar sin que se note. O dicho en otros términos, como lograr que la economía sea más competitiva una vez que ya no se puede utilizar el mecanismo de la devaluación, el instrumento favorito de este país durante 40 años.

"Increible, cuando de lo que se trata es de ganar competitividad, suben los precios regulados en un contexto de baja inflación"

Si algo está claro es que ante la atonía de la demanda interna (en particular el consumo de los hogares) el único componente del PIB que puede tirar de la economía es el sector exterior, y por eso sorprende que se hable más de sostenibilidad que de competitividad, que es el verdadero talón de Aquiles de la economía española.

Competitividad interior y no sólo exterior. Aunque en el mejor de los casos, España no pierda cuota de mercado en el comercio mundial, este país continúa siendo el paraíso de las importaciones, precisamente porque no es capaz de producir bienes y servicios nacionales a precios competitivos para el consumo interno. Es lo que tiene el haber cambiado los antiguos polígonos industriales por centros de ocio que no aportan ningún valor añadido y que han convertido a la economía en rehén del consumo privado. Pero claro, para cambiar este escenario es necesario un abogado capaz de jugarse el pellejo por una economía maltrecha. Aunque suponga no cobrar los honorarios o abandonar los despachos oficiales con el sabor del deber cumplido.


El confidencial

Una bomba de relojería para Zapatero

Zapatero parece que no es consciente de lo que se juega en el envite de Haidar, ya que son sus propios simpatizantes los que ahora le niegan su apoyo.

LA FIRME determinación de Aminatu Haidar a seguir su huelga de hambre hasta morir si es preciso y la negativa tajante de Marruecos a admitir su regreso se han convertido en una bomba de relojería para el Gobierno de Zapatero, al que la crisis se le ha escapado de las manos.

La prueba del desconcierto del Ejecutivo es que ayer 200 intelectuales y artistas, casi todos representativos de la izquierda más adicta a Zapatero, avalaron un comunicado en el que se pide al Rey que intervenga ante Mohamed VI para que Rabat acepte la vuelta de Haidar al Sáhara Occidental, dando por hecho que el Gobierno es incapaz de lograrlo.

Ya lo había intentado la semana pasada Cayo Lara, líder de IU, que reveló que la Casa Real le ha contestado en una carta que el Gobierno no considera oportuno por el momento que Don Juan Carlos medie para solucionar el conflicto.

Llama poderosamente la atención una respuesta tan explícita de la Casa Real, que puede ser interpretada como que el monarca se quiere desmarcar de la mala gestión del Gobierno en este asunto. En cualquier caso, según establece la Constitución, el Rey no puede ni debe intervenir sin el consentimiento expreso del Ejecutivo.

Por su parte, Haidar -que lleva ya 25 días en huelga de hambre- compareció ante los medios en el aeropuerto de Lanzarote para dejar claro que no abandonará su actitud hasta que Marruecos no la deje volver a su casa. «La carta de mis hijos me ha empujado a ser más dura que antes. Deseo abrazarles, pero con dignidad», afirmó.

Haidar volvió a insistir en que Marruecos y España han vulnerado sus derechos, desmontando las cínicas tesis de la propaganda marroquí, que recuerdan la hipocresía del franquismo cuando pretendía convertir a las víctimas del régimen en conspiradores sin escrúpulos.

El discurso oficial de Marruecos no se sostiene porque resulta inconcebible, además de violar el derecho internacional, que Haidar no pueda volver al país que ejerce la soberanía sobre el Sáhara, sean cuales sean sus ideas, por el mero pecado de haber afirmado su identidad en un impreso.

Pero el Gobierno español sale también muy mal parado por su debilidad frente a Rabat, que le ha llevado a cometer dos gravísimas chapuzas, de las cuales el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, es el principal responsable.

La primera fue aceptar la entrada en España de Haidar tras su expulsión, ya que carecía de pasaporte, requisito legal imprescindible para que una ciudadana de nacionalidad marroquí entre en nuestro país. Sin la intervención del Ministerio de Asuntos Exteriores, ni hubiera podido embarcar en el avión ni las autoridades aduaneras habrían aceptado que traspasara la frontera.

El segundo error fue intentar repatriarla el pasado viernes sin una autorización del Gobierno marroquí, que, cuando se enteró de que viajaba Haidar, prohibió el aterrizaje del aparato, poniendo en evidencia la precipitación de Moratinos.

Conforme pasan los días, la saharaui va ganando apoyos en la opinión pública de nuestro país. Es un fenómeno que empieza a alcanzar ya la intensidad de un clamor que exige que el Gobierno solucione este asunto no obligando por orden judicial a ingerir alimentos a esta mujer sino forzando a Marruecos a cambiar de posición.

Da la impresión de que Zapatero no es consciente de lo mucho que se juega en este envite, en el que sus propios votantes y simpatizantes son los que más le presionan para que Haidar pueda volver libremente a su tierra. Si este asunto acaba mal, el presidente del Gobierno podría sufrir el mayor descrédito de su carrera política.


El Mundo - Editorial

Zapatero y el enésimo fin de la crisis

El gasto público no produce un crecimiento sostenible, sino uno artificial creado a base de deuda. Así, podría tratarse de una crisis en forma de W, en la que el PIB rebota para caer de nuevo una vez agotados los falsos y cortoplacistas planes de estímulo

Resulta difícil creer al presidente del Gobierno cuando anuncia que España crecerá "con carácter inminente", cogiendo un "tren" que "aumentará su velocidad hasta adquirir la necesaria para recuperar la creación de empleo". Al fin y al cabo, en abril aseguró que era muy probable que "lo peor haya pasado ya"; en mayo que "el deterioro de la economía española está tocando fondo"; en junio que "lo peor de la crisis ha pasado ya"; en agosto que "la fase más cruda de la crisis ha pasado ya"; en septiembre que "la fase más aguda de la crisis la hemos dejado atrás" y en noviembre que "lo peor de la crisis ha pasado".

Ignoramos si el Gobierno sigue creyéndose que los mensajes positivos generan confianza en la economía; si así fuera, deberían empezar a pensar que quizá, sólo quizá, la continua repetición de fallidas profecías no es algo que permita mantener mucho la fe en el Ejecutivo. Es posible, en cualquier caso, que el objetivo de esta continua repetición de sucesivos finales de la crisis no sea otro que poder felicitarse luego cuando, por fin, termine acertando.

Al fin y al cabo, es muy posible que merced al desaforado derroche de este Gobierno un trimestre de estos la economía deje de contraerse. Ha sucedido, por ejemplo, en Estados Unidos. Sin embargo, dadas las medidas adoptadas por Zapatero, no cabe concluir que estaríamos ante el final de nuestros problemas. El gasto público no produce un crecimiento sostenible, sino uno artificial creado a base de deuda que finalmente habremos de pagar. Así, podría tratarse de una crisis en forma de W, en la que el PIB rebota para caer de nuevo una vez agotados los falsos y cortoplacistas planes de estímulo económico. O, casi peor, podría ser una crisis a la japonesa, en la que tuviéramos un largo periodo de crecimiento cercano a cero que no permitiera crear empleo.

Incluso cabe el riesgo de que suceda la catástrofe de que Grecia suspendiera pagos. ¿Por qué afectaría esto a España? Porque, teniendo una deuda superior a la nuestra, que supera el 120%, padece los mismos problemas que nosotros, con un déficit del 12% y unos planes de reducción del agujero en las cuentas públicas tan poco creíbles como los de Zapatero. Si Grecia cae, los inversores previsiblemente huirían de países con problemas similares, y entre ellos destaca España, que no encontraría forma de financiar su abultado déficit.

Ante esta situación, la única salida de todo Gobierno responsable sería reducir el gasto abandonando todos los planes de estímulo, dejar que se purguen las malas inversiones en lugar de mantenerlas con la respiración asistida del gasto público y liberalizar el mercado laboral. Pero ya conocemos en exceso a Zapatero como para hacernos la ilusión de que pueda llegar a hacer lo que necesita la economía si eso va a reducir su popularidad aunque sea sólo un poco. Tiene razón Aguirre: sólo cuando el actual presidente deje su cargo cabrá alguna esperanza de recuperación. El problema, claro, es que no parece que los actuales dirigentes nacionales del PP estén dispuestos a abordar con seriedad esos mismos problemas que Zapatero esquiva con su insensato optimismo.

España, y de eso sabe algo el PP, ha disfrutado de una época en que el Gobierno llevó a cabo una política de austeridad que condujo a un periodo de prosperidad con pocos precedentes en la historia de nuestro país. No estaría de más recordarlo cada vez que Zapatero vuelva a anunciar el fin de la crisis. Que seguramente sea pasado mañana.


Libertad Digital - Editorial

Un legalismo erróneo en el «caso Haidar». Por Andrés de la Oliva Santos

Los portavoces de varias asociaciones judiciales y la Organización Médica Colegial (OMC) afirman que la alimentación forzosa de Aminatu Haidar no es posible a causa de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, «básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica». Según la prensa, la OMC ha llegado a afirmar que sería delictivo salvar la vida de Haidar contra su voluntad. Pienso que esos magistrados y médicos cometen un grave error, compartido, al parecer, por el Juez competente. Y, con urgencia, explico mi criterio.

Ante todo, es de recordar que, conforme al art. 3.1 del Código Civil, en sede de su Título Preliminar, conjunto normativo al que los juristas reconocemos categoría cuasi-constitucional, «las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas». Esos diversos elementos interpretativos no son subsidiarios unos de otros. Todos han de ser tomados en consideración. Y el más importante de todos es el del inciso final, que incluye un adverbio imposible de ignorar: «atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas» (de las normas). Es lo que se denomina criterio teleológico: con qué fin razonable ha sido aprobada cada norma.

Al invocar, como ley aplicable primordialmente al «caso Haidar», la Ley 41/2002, se está olvidando lo que esa misma ley afirma, en sus primeros preceptos, sobre su ámbito y su objeto: En el art. 1 leemos que «tiene por objeto la regulación de los derechos y obligaciones de los pacientes, usuarios y profesionales, así como de los centros y servicios sanitarios, públicos y privados, en materia de autonomía del paciente y de información y documentación clínica». Y el art. 2.1 afirma que «la dignidad de la persona humana, el respeto a la autonomía de su voluntad y a su intimidad orientarán toda la actividad encaminada a obtener, utilizar, archivar, custodiar y transmitir la información y la documentación clínica».

Se trata, pues, de una ley sobre aspectos de la asistencia médica y sanitaria a «pacientes» y a «usuarios». Y aquí ya resulta obligado plantearse si Haidar, acostada en el Aeropuerto de Lanzarote, es una «paciente» o una «usuaria», en el sentido de esa Ley. Véase: «paciente» es la «persona que requiere asistencia sanitaria y está sometida a cuidados profesionales para el mantenimiento o recuperación de su salud»; y «usuario», la «persona que utiliza los servicios sanitarios de educación y promoción de la salud, de prevención de enfermedades y de información sanitaria». (art. 3) Según estas definiciones, Haidar no es ni «paciente» ni «usuaria». Me parece más que dudoso que dejar morir a Haidar venga exigido por la autonomía de la voluntad de los «pacientes» o «usuarios» de centros y servicios sanitarios.

Y es que, además, ocurre algo sumamente significativo, a saber: que en toda la Ley 41/2002 no se utiliza ni una sola vez la palabra «vida». ¿Por qué? ¿Porque nunca, durante la elaboración de la ley, pensaron en la vida ni el Gobierno ni las Cámaras legislativas? Es una explicación inaceptable porque resulta altísimamente improbable tamaño despiste mental. Mucho más convincente encuentro entender que, en todo lo que esa Ley regula, la Ley se quiere referir, y de hecho se refiere únicamente a la salud: a la salud y a la enfermedad, no a la vida o la muerte. ¿Cómo se atreven entonces a sostener, con esa Ley en la mano, que la dignidad de la persona incluye legalmente una especie de «derecho al suicidio» y que el respeto a esa dignidad impone contemplar impasibles cómo una persona muere desnutrida y deshidratada? Nuestro Tribunal Constitucional (TC) ha negado en varias ocasiones la existencia de un «derecho a la propia muerte».

Defiendan, pues, si pueden, su particular idea de «dignidad de la persona», pero no con invocación de esa Ley. No digan que se alza como obstáculo insalvable para evitar la muerte, por voluntaria que sea, en un caso que nada tiene que ver con enfermedad penosa o terminal, con la objeción de conciencia o con el derecho a la libertad religiosa (como los Testigos de Jehová para rehusar transfusiones de sangre). Y cuando esgrimen la «autonomía de la voluntad», sean serios. Esa «autonomía de la voluntad» de la Ley 41/2002 es la «autonomía del paciente». Y la autonomía del paciente, ha de relacionarse con tratamientos relativos a la salud, que es de lo que la Ley trata, pero dejando a un lado el riesgo inminente de perder la vida o el peligro cierto de muerte inmediata. Así, pues, como quiera que a) esa autonomía del individuo no llega a ser «derecho a la muerte»; b) la vida es, según el común sentido y reiterada jurisprudencia del TC, «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» y un «supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible», etc; y c) muchas personas distintas tienen diversos deberes de protección de la vida, la conclusión es que médicos y jueces deben proceder sin demora a evitar la muerte de Haidar.

La atención a lo que, en tales y cuales casos (distintos del presente), dijeron este y aquel tribunal, una atención que, por lo demás, casi nunca incluye la lectura íntegra y atenta de las sentencias, no debe reemplazar el esfuerzo de interpretar racionalmente las normas, en el conjunto del entero ordenamiento jurídico. Del legalismo miope derivan barbaridades como la de que, ante alguien tendido en el suelo de un aeropuerto, o en la calle, tenemos que esperar a que se encuentre inconsciente y casi muerto para hacer algo en favor de su vida. De ese legalismo deriva también el despropósito de que a un preso sí se le puede imponer la alimentación que le salvará, porque se encuentra en el interior de un establecimiento penitenciario y, en cambio, hay que dejar que muera quien no está privado de libertad (aunque también en un recinto estatal). Al borracho o drogado, que no está en condiciones de opinar sobre sí mismo, se le puede salvar incluso sin buscar, encontrar y recabar de su representante legal el consentimiento informado. Se pretende, en cambio, que si alguien se está dejando morir conscientemente, su libertad (léase «autonomía») y su dignidad personal nos exoneran de evitar su muerte.

Nunca, en nombre del Derecho, que tiene entrañas de razón y de humanidad, aceptaré la degradación de la libertad y de la dignidad que supone la omisión de ayuda, administrativa, médica y judicial, para evitar la muerte. Todos, de sernos posible, y sin necesidad de «consentimiento informado», debemos salvar la vida de la persona que está por arrojarse al vacío desde un puente. No hay «testamento vital» que valga ante una situación como ésa. La libertad de una persona puede incluir, sí, el propio aniquilamiento, pero cuando llega a ese extremo, deja de merecer respeto absoluto y no prevalece sobre los deberes de otras personas.

Andrés de la Oliva Santos, Catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense


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